Dom 31.08.2003

EL PAíS  › LOS CHIITAS, RIVALES DE LA MINORIA SUNNITA DEL DEPUESTO LIDER

La mayoría estigmatizada y dividida

Por Angeles Espinoso *
Desde Bagdad

Los chiítas de Irak se encuentran atrapados en un dilema desde la caída de Saddam Hussein: difícilmente pueden ser amigos del enemigo de su enemigo. Su odio hacia el régimen del dictador no fue suficiente para que se aliaran con Estados Unidos en una guerra que finalmente iba a liberarlos de treinta años de opresión. Hoy, la comunidad chiíta sigue dividida sobre la actitud ante las fuerzas de ocupación.
Los chiítas suponen entre un 10 y 15 por ciento de los 1200 millones de musulmanes del mundo. Los seguidores de esta corriente del Islam se extienden desde Líbano hasta India, pasando por varios países del Golfo Pérsico, y constituyen la mayoría de la población en Irán (98 por ciento) e Irak (60 por ciento). Su historia arranca cuando Hussein, el hijo de Alí (yerno de Mahoma), cuestiona al sucesor de éste y trata de recuperar el liderazgo de la nación islámica en el siglo séptimo. Aquel enfrentamiento dividió para siempre a los musulmanes en sunnitas (literalmente seguidores de la ortodoxia) y chiítas (los partidarios de Alí). Hussein fue traicionado cuando intentaba vengar el asesinato de su padre y desde aquella felonía los chiítas han cuestionado la legitimidad de todos los gobernantes de Irak desde el Califato abasí.
A partir de aquel momento, y a pesar de ser la población mayoritaria, todos los dirigentes políticos iraquíes, desde los otomanos hasta Saddam Hussein, han sido sunnitas. Todos han recelado además de que el país albergue los principales lugares sagrados del chiísmo, las tumbas de Alí (en Najaf) y de Hussein (en Kerbala). Durante las últimas tres décadas, la opresión del régimen ahora depuesto los convirtió en los opositores más activos a la dictadura.
Fueron ellos los que en febrero de 1991, antes de que concluyera la campaña militar internacional para echar a Saddam de Kuwait, iniciaron el levantamiento que luego secundaron los kurdos. La represión subsiguiente alcanzó cotas de crueldad que sólo ahora, con el descubrimiento de decenas de fosas comunes, puede calibrarse. Tal vez por ello su actitud ante la guerra que se anunciaba a principios de este año sorprendió a quienes esperaban que volvieran a alzarse contra el poder de Bagdad.
Atrapados en una historia de traición, martirio y opresión, los chiítas de todo el mundo vivieron con gran esperanza la Revolución Islámica de 1979 en Irán. Sin embargo, las circunstancias de su llegada al poder, por primera vez desde el asesinato de Alí en el año 661, hicieron que se los asociara de inmediato con el extremismo islámico (Jomeini acabó con un régimen amigo de Estados Unidos y apoyó a los enemigos de Israel en el sur de Líbano).
De ahí que Estados Unidos, las monarquías de la Península Arábiga y la mayoría de los países europeos apoyaran la guerra que Saddam Hussein lanzó en 1980 contra su vecino persa. Irak se convertía así en el cancerbero frente a la amenaza de que los chiítas iraníes extendieran su revolución a los países vecinos, donde hay importantes comunidades chiítas. No obstante, el maltrato y expulsión de chiítas iraquíes hacia Irán, acusados de quintacolumnistas, nunca se justificó: defendieron Irak durante los ocho años de guerra.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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