Sáb 19.07.2014

EL PAíS  › LA AGRUPACION 18J HIZO SU ACTO EN LA PLAZA DE MAYO

Por Memoria, Verdad y Justicia

Sergio Burstein, referente de la agrupación, llamó a que se piense “en los muertos” del atentado a la AMIA y advirtió que “la única manera de devolverles la dignidad es con justicia”. En homenaje a las víctimas hablaron amigos, un familiar y un sobreviviente.

› Por Ailín Bullentini

Ochenta y cinco globos negros permanecían atados, juntos, de la valla que separa la Casa Rosada del resto de la Plaza de Mayo. A su lado, un puñado apretado de hombres y mujeres, algunos mayores, otros más jóvenes, esperaban en silencio su momento de conmemoración, el único de cada año en el que la angustia por las ausencias duele, apenas, un poco más que el resto. “A la hora 9.53, Argentina sufrió el más cruento atentado terrorista de su historia. 85 personas perdieron la vida y más de 300 quedaron heridas”, comenzó la lectura de la proclama colectiva con la que la Agrupación 18J eligió empezar su propio homenaje, lejos del acto oficial por los veinte años de la voladura de la sede central de la mutual judía AMIA y del realizado por Memoria Activa. Los globos fueron soltados al cielo un momento después “para que los muertos no mueran dos veces, una por la bomba y otra por el olvido y la indiferencia”. Antes, un minuto de silencio. Luego, la palabra de “un amigo, un familiar y un sobreviviente”. Los gritos de “Presente” tras la lectura de los nombres de cada una de las víctimas y el pedido colectivo de “Justicia” sirvieron de cierre.

La convocatoria frente a la Pirámide de Mayo fue modesta, apenas sobrepasó el círculo íntimo. “Hace veinte años volaba la sede de la AMIA, hace 240 meses nuestra vida cambió para siempre, hace 7300 largos días que esperamos respuestas”, escucharon los familiares y amigos de las víctimas y sobrevivientes aunados en la agrupación que encabeza Sergio Burstein. A los directamente implicados se sumaron el subsecretario de Política Criminal de la Secretaría de Justicia de la Nación, Juan Martín Mena; el senador radical Eugenio “Nito” Artaza e integrantes de HIJOS. La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto; el jurista español Baltasar Garzón; el juez Daniel Rafecas; el embajador ante el Vaticano, Juan Pablo Cafiero; la comunidad judía de Roma y el titular de la Red Solidaria, Juan Carr, enviaron adhesiones.

El reclamo de justicia unificó la proclama colectiva y las palabras de los tres oradores: la referente de la comunidad cristiana San Egidio, Andrea Poretti, quien habló en nombre de los “amigos” de sobrevivientes y familiares de las víctimas del atentado; Olga Degtiar, mamá de Cristian, que falleció en el derruido edificio de la AMIA, a los 21 años; y Hugo Fryszberg, que pudo salir de allí con vida. “Que piensen en los muertos”, exigió tras el final del homenaje Burstein en diálogo con este diario. Su pedido tuvo por destinatarios a la generalidad de autoridades políticas, comunitarias y del Poder Judicial: “Que dejen las miserias personales, los apetitos de lucrar con la memoria, que no se llenen la boca hablando de los muertos en la AMIA. La única manera de devolverles la dignidad a los muertos es con justicia y no por decreto”, sentenció.

Los amigos

Las palabras de Poretti inauguraron las expresiones de homenaje a las víctimas. Sus nombres de pila ordenados uno al lado del otro en dos grandes carteles flanqueaban la pequeña tarima donde estaba ubicado el micrófono. Bien cerca, apretujados por la emoción y los recuerdos, sus familiares y amigos escuchaban con la vista en el vacío.

“Esta es una cita fija a lo largo de los veinte años que han transcurrido. No nos convoca aquí, como lo hizo esta mañana (por ayer) en la sede de la mutual o el lunes en la Catedral, sólo un acto de presente, sino el acompañamiento cercano a los más allegados”, dijo Poretti y exclamó: “Quien olvida, quien no tiene memoria del pasado, está destinado a repetirlo”.

Los sobrevivientes

“Mi nombre es Hugo Fryszberg, tengo 54 años, una esposa y dos hijos. Pude salir vivo del edificio”, contó tembloroso frente a quienes lo “ayudaron a elaborar el duelo” de su propia sobrevivencia: “Soy un sobreviviente, mi testimonio es en nombre de muchos de ellos que saben que serlo significa, además de haber sufrido una experiencia altamente traumatizante, seguir padeciéndola de por vida”, amplió.

Aquella mañana de julio de 1994, Hugo estaba en su lugar de trabajo, que “también era el de confianza, el de los afectos”. “De repente, un estallido. Cuando alguien gritó todos al piso, instintivamente cubrí mi cabeza con mis manos y me tiré debajo de escritorio. Sentí que caía en un largo precipicio hasta que se escuchó el segundo estruendo. Hubo ruidos, roturas de vidrios, el techo de mi oficina crujió y se dobló”, relató así, en escenas, el atentado por dentro.

Ayer fue la primera vez que un sobreviviente habló en un homenaje a las víctimas. Además de fragmentos de lo vivido, Fryszberg repartió críticas: “Conozco a dirigentes comunitarios rasgándose las vestiduras de que estaban cerca, que podrían haber estado. A ellos se les derrumbó el edificio y pagaron con ladrillos. Quienes estábamos cumpliendo con nuestras tareas pagamos con nuestras vidas –les endilgó–. Ellos tienen un edificio reconstruido, nosotros un vacío difícil de llenar”. Por último, abogó por memoria y exigió justicia. “Han pasado veinte años de frustraciones que no han hecho más que dividir a los familiares, a la comunidad judía y a la sociedad. Basta de mentiras y complicidades, necesitamos saber la verdad”, culminó, antes de fundirse en un abrazo con Judith, Alan y Luciano, su familia, que lo escuchó entre lágrimas.

Los familiares

Aquel 18 de julio fue el último día en la vida de Cristian Degtiar y el primer día del después de su familia, algo que Olga Degtiar, su mamá, intentó explicar frente a sus pares ayer. “Un día llegó la oscuridad. En un segundo, un estallido de odio detuvo todos los instantes con su asesino explosivo de horror. Un día comenzó el después”, mencionó en plena resistencia a la emoción, que por poco la calla.

Degtiar habló de ausencias, la mochilas cargadas de momentos no vividos, pero también de lucha, voluntad y esperanza: “A veinte años, podemos afirmar que estamos partidos de dolor, pero nunca se va a quebrar nuestro espíritu de lucha, nuestra voluntad y esperanza. Estamos convencidos de que un país se construye con verdad y con justicia”. “El mundo no debe mirar hacia otro lado, mientras el terrorismo avanza oscuramente devorando ilusiones de tantos inocentes”, denunció, en un reclamo más que se oyó ayer en la misma dirección: memoria, verdad y justicia, a pasos no más del territorio en donde las Madres de Plaza de Mayo lo inauguraron: “Mientras esté viva la memoria estará viva la esperanza de encontrar la justicia tan necesaria y esperada, injustamente negada durante estos veinte largos años”.

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