Sáb 09.08.2014

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

La vida no es una encuesta

› Por Luis Bruschtein

Las encuestas vuelan porque apareció el nieto Guido-Ignacio. Y las encuestas siguen volando por la pelea con los buitres. Cristina va por los aires. Los medios opositores buscan bajar las encuestas, se acuerdan de Boudou, lo ponen en tapa y contratapa, se acuerdan de Massa y de Macri. Las encuestas vuelan y aterrizan y vuelven a volar. Pero las encuestas no pueden medir el amor de una abuela o identidades verdaderas o lo que pesa la familia de sangre. Y tampoco miden soberanía o la presión que mete el poderoso, ni miden convicciones. Hay muchas cosas que las encuestas no miden y otras que sí. Hay gente en la política que vive de las encuestas, los que las consumen y los que las producen, como las drogas. Es un extremo que no sirve. Pero tampoco es bueno ignorarlas.

Todos saben que el resultado de una encuesta depende de la forma como está construida la pregunta o de las opciones que se presentan y varían incluso si son telefónicas o personales. Y también dependen de quién las paga y con qué objetivo. Algunas son de uso público y otras nunca trascenderán. Hay encuestas para instalar temas o personas, otras para crear climas y otras para sondear verdaderamente. Y la mayoría son efímeras porque toman la muestra de un momento que puede durar lo que un parpadeo, o no. Con todos esos recaudos, las encuestas sirven para orientar. Lo que se espera es que sean las acciones, los personajes y sus decisiones, la vida real, los que muevan las encuestas y no al revés, que las encuestas sean las protagonistas para delinear convicciones o crear consensos virtuales.

En febrero los medios opositores ya publicaban encuestas sobre la caída de la imagen presidencial. En ese momento se dijo que la imagen positiva de Cristina Kirchner se había hundido de 45,3 puntos a 34,8. Se tituló que había bajado diez puntos. Había un liderazgo en baja. La encuesta de Raúl Aragón y Asociados para Infobae no estaba midiendo a una candidata, se sabía que no lo era. Es más, a pesar de eso, se la medía con los que sí eran candidatos. Massa encabezaba el pelotón, después Scioli y atrás Cristina, y abajo, pero cerca, Mauricio Macri. La publicación buscaba esmerilar un liderazgo que además contiene para el kirchnerismo un porcentaje muy grande de sus posibilidades para proyectarse hacia el futuro. Una Presidenta débil es a la vez una electora débil. La capacidad de incidir en la definición del candidato está en relación directa con su respaldo. Por otro lado, la encuesta no era mala si después de ocho años de gestión todavía tenía una imagen positiva de 35 puntos, una marca que tienen pocos ex presidentes. Pero la publicación daba a entender que mantenía la curva descendente y que los demás candidatos la superaban.

Quitar a la Presidenta como electora –o disminuirla– potencia la posibilidad de los medios para elegir ellos a los candidatos que les interesan. Hasta la recta final no será uno solo porque les conviene mantener una oferta diversa, con varias opciones, tratando incluso de incidir en la interna del oficialismo.

En marzo, Management & Fit, aseguraba en Clarín que la imagen negativa del Gobierno era del 67,5 por ciento. Era un dato duro porque la imagen negativa es mucho más difícil de remontar que la imagen baja.

En ocho años, la imagen presidencial medida por las encuestas anduvo a los saltos, algunos de ellos para el Guinness. En medio del conflicto por las retenciones con las patronales del campo hubo encuestas que le marcaban un menguante 19 por ciento. Y después del fallecimiento de Néstor Kirchner, hubo otras que la ponían por arriba del 70. Y lo concreto fue que ganó su reelección con el aplastante respaldo de más del 54 por ciento. Las mismas encuestadoras analizan con cierta sorpresa estos altibajos que, en definitiva las pone en evidencia. Entre uno y otro extremo, la masividad de los festejos del Bicentenario habían demostrado que por lo menos la primera cifra era discutible y que, si era verdadera, estaba forzada. El 19 por ciento real nunca existió, aunque es probable que la cifra verdadera haya sido más baja que en otro momento.

Ahora se da un salto parecido. De un camino al descenso que estaba anunciado como irremediable, con una cifra tan alta de imagen negativa de casi el 70 por ciento, saltó a una medición del CEOP que dio más del 54 por ciento de imagen positiva de la Presidenta. Tantos altibajos demostrarían que las encuestas no sirven para nada. Pero se puede sacar una conclusión de toda esa disparidad. A pesar de la manipulación, las fluctuaciones demuestran que se trata de una figura en vigencia y que sus relacionamientos con la sociedad son muy fluidos, lo cual pone de manifiesto un vínculo vigoroso si se piensa que ya tiene más de diez años en un lugar de fuerte exposición.

Los que llegaron al peronismo con el menemismo o tuvieron su primera experiencia de gestión con él tienden a pensar que eso es el único peronismo real y, por supuesto, analizan al kirchnerismo como algo ajeno a ese cuerpo, un injerto, una infiltración. Se consuelan imaginando un destino patético y solitario igual al que tiene su “Jefe” después de haber sido imbatible. Sueñan y festejan los números de los sondeos que, para ellos, confirman esa profecía.

No es tan fácil porque las encuestas van de aquí para allá. Hoy favorecen a la Presidenta y quizá mañana la castiguen. Seguramente hasta el 2015 habrá muchas que busquen defenestrarla.

Pero no todo tiene medida. Por ejemplo: en estos treinta años de democracia, la más real y duradera que conocen los argentinos, la marca distintiva han sido los derechos humanos. Tras los primeros años de Alfonsín, todos los gobiernos fueron concesivos con los represores civiles y militares, defendieron esos privilegios y se plantaron a contrapelo de una tendencia que impregnaba subterráneamente a la nueva sociedad. El primero que confluye y entronca con esa corriente ha sido el gobierno kirchnerista. La recuperación de la identidad del nieto de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo fue percibida como un síntoma por el país. Es el nieto 114, pero resume a todos los demás, con una carga simbólica que detonó las zonas más sensibles de esta democracia. El Gobierno no figuró, eligió un segundo plano. No es necesaria ninguna exhibición para que el imaginario popular lo visualice alineado con los hechos, junto con la mayoría, embargado por los mismos sentimientos, conteniéndolo y formando parte de una escena que conforma el consenso mayoritario que más define a esta democracia. Todas las administraciones anteriores, incluyendo la segunda mitad del período alfonsinista, aparecieron confrontando con esa corriente a la que la propia historia le confería un espacio ético y moral que superaba a cualquier gobierno.

Hay un círculo perfecto que empieza con los primeros meses del gobierno de Alfonsín, con Bernardo Grinspun en el Ministerio de Economía y la realización de los juicios a los ex comandantes y se cierra con los gobiernos kirchneristas con la anulación de las leyes de impunidad y la realización de los juicios a los represores y el debate por la deuda externa. Aunque no pudo persistir en esa línea de acción, Alfonsín vio claramente la centralidad que tendrían las problemáticas de los derechos humanos y la soberanía económica en la etapa que comenzaba.

En la pelea con los fondos buitre, la idea abstracta de soberanía económica se hace muy concreta. Es tan evidente el abuso en el fallo del juez Griesa y en los reclamos de los fondos buitre que su rechazo está también embutido en esa veta subterránea que confluye con una conciencia de época igual que los derechos humanos. El Gobierno no necesita sobreactuar esa confrontación, allí se produce la misma sintonía que con los derechos humanos con esa corriente o sopa infrapartidaria en la que nada esta democracia. Los gobiernos anteriores no tuvieron esa empatía, por el contrario, expresaron intereses contrarios o fueron concesivos con esos intereses.

Algunas encuestas afirman que estos hechos hicieron subir la imagen de Cristina Kirchner, pero ninguna encuesta puede medir realmente el efecto que tiene este emotivo reencuentro de una abuela con el nieto que perdió cuando nació en medio del terrorismo de Estado. No hay encuesta que califique. Cualquier pregunta sonaría como una estupidez. Y la pelea con los fondos buitre ha sido tan poco usual en la historia de los gobiernos argentinos que sería difícil discernir la calidad de su impacto en el ánimo social a mediano y largo plazo. Son temas que derivan sobre ese nervio sensible. Van más allá de una proyección de imagen coyuntural. Cualquier pregunta se queda corta. La vida no es una encuesta.

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