EL PAíS
Un horizonte común
› Por José Pablo Feinmann
Ahí nomás, el país se salvó de la esquizofrenia. Curioso país, curiosa ciudad la nuestra. Tiene un Presidente con carisma, proyecto, energía y unas encuestas que lo ponen por las nubes, por más del 80 por ciento. Todos los analistas políticos dicen (y con bastante razonabilidad) que eso se debe a que al Presi se lo ve decidido a dejar atrás la Argentina menemista, a desmenemizar el país: liquidar la corrupción, el amparo a los poderosos, el amparo a los torturadores o a los canas del gatillo fácil, de la muerte inmediata (la del otro). Sin embargo, aparece un candidato exitoso, sonriente, bigotito francelliano, ojos claros, elegante, desbordando guita y poder y negocios en todos los niveles de la realidad en que los negocios pueden ser hechos, y el votante citadino se babea. Lo quiero a ése, dice. Recuerda, claro, que lo vio hasta el agobio o el vértigo en las tapas de Gente, de Caras, que siempre fue personaje del año, que lo vio en todas las fotos de todas las fiestas del establishment farandulesco de la Argentina, y que al lado –recuerda– tenía una mujer muy bonita, que, decían esas revistas, era la más bonita de la Argentina, y eso para un porteño, caramba, siempre importa: un tipo con una buena mina al lado algo bueno debe tener, no es un gil, o un perdedor, o un impotente amargado por sus tristes limitaciones, no, ese tipo es un ganador, las tiene todas y de todas las que tiene algunas las va a traspasar a su gestión de gobierno. Poneme en el gobierno a un triunfador, la política es el arte de ganarles a los demás y eso, un tipo de negocios, lo sabe como nadie. La política es una empresa y eso un empresario lo entiende bien. Gobernar es administrar y eso un administrador que administró tan bien lo suyo como para llenarse de guita y tener esas pilchas, ese coche, ese padre que más que padre parece el mismísimo Godfather, usted recordará, Marlon Brando, circa 1972, en esa peli de Coppola, ese padre, digo, con esa pinta protectora, con ese aire de Don, tan marcado ese aire que le dicen, sin más, derecho viejo, Don Francisco, un tipo con ese padre tiene que gobernar, nació para eso, no lo para nadie, ayer Boca, hoy Buenos Aires, mañana el país entero.
Esta imagen naturalmente ganadora del energético Macri le dio votos a granel de ese electorado que piensa en términos de éxito y de identificación con los exitosos. En realidad, hay una enorme, inconmensurable gilada que lo votó a Macri porque sencillamente, patéticamente, quiere ser como él. ¿Que representó el espíritu más concentrado del menemismo? ¿Los negocios oscuros ligados a las privatizaciones, la farandulización de la vida, de la política, el amor por la violencia policial abrupta, inmediatista, fácilmente gatillera en lugar de la Justicia y la creación de fuentes de trabajo como solución para la delincuencia ciudadana, la sumisión a una visión represora de la historia trágica de este país, la aversión a derogar las leyes que protegen a los viejos obstinados de la picana, a los aplicados discípulos de los paracaidistas franceses, la aversión a derogar las leyes de Punto Final, Obediencia Debida porque, en primerísima y ultímisima instancia, papá Francisco y vástago Mauricio amasaron la fortuna innumerable que los sostiene con el sistema que esos señores de ese Proceso instauraron entre el horror, la tortura y la sofocante, indignante cifra que asciende a 340 cuando enumera los campos de concentración que se instalaron en once provincias argentinas para disparar el sistema de las privatizaciones, de la deuda fraudulenta y su fraudulenta estatización? ¿Todo esto representó o representa el candidato que enfrenta a Ibarra y a ese chico Telerman, que sonríe, se rapa la cabeza y dice de tanto en tanto la palabra “deseo” para que sepamos que leyó a Deleuze y a Foucault? Bien, si eso representa –dice el gil inmerso en la gilada–, yo lo voto porque quiero ser como él. La derecha nació para gobernar y meter orden en todas partes. La izquierda nació para crear problemas. Para protestar. Sólo eso. Sin embargo, la esquizofrenia no se diseminó. Los giles de la gilada no fueron tantos o, si bien fueron muchos, no alcanzaron para imponer el sistema de los ‘90, el sistema del pasado, de la década de los brillos, las fiestas y el rifamiento descarado, alevoso del país. Usted piense sólo algo: María Julia Alsogaray quería que ganara Macri. Piense algo más: la Ingeniera de lata, hoy, está más triste que ayer, porque su amigo de fiestas y privatizaciones veloces y turbias no ganó, mordió el polvo, ganaron los otros. ¿Los otros, qué otros? Agárrese, los otros son un proyecto político nacional que se encarna en el Flaco que está en el Gobierno y dijo: “Ibarra es mi pollo”. Vea, usted dirá que simplifico, esquematizo, que la pluma fácil me traiciona, que qué clase de pensador creo que soy (porque, la verdad, a veces, no siempre, creo que soy un pensador o que se me da por pensar más de lo que habitualmente la gente piensa) si estoy dispuesto a decir lo que ahora digo: esta elección fue entre Kirchner y Menem. Entre el noventa y el dos mil. (A De la Rúa lo incluyo en los noventa, ya que los prolongó impecablemente.) El dos mil empieza con K. Cuando K dice: “Soy parte de una generación diezmada”. Y bien, K lo apoya a Ibarra. Si este país tuviera alguna coherencia, eso (a Ibarra) debió haberle dado un triunfo fácil. Pero la gilada ya olvidó totalizar. Usted me puede preguntar, con todo derecho, qué entiendo por esto. Y se lo digo: “totalizar” es saber que la política es pro-yecto (así, a lo Sartre). Y que un pro-yecto va más allá de los baches de las calles o la caquita de los perritos en las veredas. (De paso: ¿usted sabe que Freud dice que le decimos “perro” a alguien que odiamos porque los perros tienen una excelente relación con sus excrementos y nosotros no? ¿Sabe que de esa carencia deduce una represión y, por lo tanto, una neurosis? Así que, a no quejarse tanto de la caquita de los perros. Freud diría: mejoren su relación con lo excremental, esto los llevará a un hondo goce de la sexualidad anal y eliminará muchas aristas de sus personalidades neuróticas.) Un pro-yecto –vuelvo a mi tema– es relacionar la parte con el todo. Si K –que es el Gobierno nacional y usted está feliz con él– le dice que lo necesita a Aníbal en Baires para fortalecer un proyecto político, no sea nefasto, viejo. Vótelo a Aníbal. Vote un proyecto totalizador. No le ponga una rueda en el carro a K, que maneja un carro que usted (que forma parte del 80 por ciento que lo sigue al santacruceño) quiere que funcione. O sea, veamos: aquí no ganó Ibarra, no ganó Telerman ni ganaron sus citas de Foucault o esos tonos Deleuze que le suelen salir. Aquí ganó un proyecto totalizador. Oiga, a ver si nos entendemos: K no puede gobernar el país si lo tiene a Menem gobernándole la Capital Federal. Dele toda la soga que necesita por ahora el Flaco. Luego, si se equivoca, si se bandea, si hace irreparables excrementaciones, lo de los perros, es decir, cagadas, usted le retira su apoyo, lo manda al diablo y busca por otro lado. Pero hoy, ahora, el poder al Flaco K. Lo que quiere hacer parece bueno. Y, para que lo haga, lo necesita a Ibarra y no a Macrimenem en los alrededores del Obelisco. Por suerte lo tiene. Ganó Ibarra. Y hasta, en un desbordante ejercicio de lucidez, Ibarra, el ganador, dijo: “No gané yo. Ganó un horizonte común”. Es el que comparte con K. El que tenía que ganar. Ahora, como siempre, viene lo que sigue. Y de lo que sigue lo fundamental es entender que un horizonte existe cuando se lo construye desde abajo. Si usted votó, no se vuelva a su casa. Pregúntese qué puede hacer para prolongar en su práctica cotidiana el sentido de su voto. Si no, la democracia (que se alimenta de la vitalidad de la polis, de la participación voluntaria y lúcida de los ciudadanos y sus creaciones alternativas y autónomas de poder) muere en la urna. De tristeza y soledad.