EL PAíS
Las medidas del triunfo
› Por Eduardo Aliverti
La victoria de Ibarra acerca tranquilidad al Gobierno y a todos los que vieron en él una barrera de contención necesaria, bien que no fervorosa, contra el resurgir de una opción marcadamente de derecha. Y nada menos que en la vidriera del país. Pero sería absurdo que la alegría vaya más allá de allí. Por el contrario, los datos sobresalientes de los comicios de ayer arrojan que, como mínimo, la confianza y la preocupación deben ir parejas.
Quedó claro que el apoyo de Kirchner resultó decisivo para las chances del candidato reelecto, no tanto por sus gestos y declaraciones concretos sino por la confianza, entre grande y enorme, que la gestión y/o la figura del Presidente despiertan en la mayoría de los ciudadanos. En ese sentido, la escalada de alrededor de 20 puntos conseguida por Ibarra, respecto de la primera vuelta, revela a un grueso de los porteños como bastante menos esquizoide que lo sugerido el 24 de agosto. Porque no cerraba de ninguna manera el índice de popularidad del Jefe de Estado con el triunfo de Macri, justo en el pico de sus discursos antagónicos. Es evidente que los votantes de Zamora jugaron un papel muy importante al rechazar sus caprichosas indicaciones, propias de quien apenas encarna un proyecto personalista. Pero hubo muchos más que cambiaron la historia. En consecuencia, aquella contradicción se redujo de manera notable pero tampoco como para tirar manteca al techo. Sería de una ignorancia supina no reconocer que Macri hizo una elección extraordinaria. Y sobre todo: al revés de los de Ibarra, los suyos son votos completamente propios. No se los prestó el clima político “progre”. Los ganó él solo, con su pasado de empresario prebendario del Estado, con sus afirmaciones policíacas, con su carácter de paradigma de los ‘90, con su rechazo a la anulación de las leyes de impunidad. En una palabra, con la obvia asociación entre su figura y la de la rata. De modo análogo, en la provincia de Buenos Aires, se produjo un huracán confirmatorio del “volvieron todos”, incluyendo el horrorosamente significativo porcentaje que conlleva la suma de Patti y Rico.
La lista de diputados que acompaña a Felipe Solá y la ratificación en el conurbano de lo peor del aparato del PJ, con la salvedad de Martín Sabbatella en Morón, retrotraen –junto con el notable desempeño de Macri– a la pregunta que ya formuláramos en oportunidad de la primera vuelta porteña e incluso tras la elección presidencial de abril: ¿La implosión de la rata supone la explosión de los valores que encarna el menemismo? Es obvio que están afectados, pero no heridos de muerte ni muchísimo menos. Están en competencia. Y en el caso particular de Macri, hay un aspecto ligado a ello que viene perdiéndose de vista. Se trata de su carácter de empresario arribado a la política casi de la noche a la mañana, en un intento de conquistar el liderazgo que la derecha no puede obtener por los circuitos tradicionales.
No es un tipo de negocios cualquiera. Es un hombre de esos negocios. Sin embargo, acaba de votarlo casi la mitad del electorado porteño y no interesa demasiado si por repudio al partidismo clásico o por su imagen de “exitoso”. O por ambas cosas. Porque, como quiera que sea, lo cierto es que tiene ahora un aval nada despreciable para seguir en carrera. Es posible que alguien como él, con apetito de poder permanente, sufra lo de ayer como un duro golpe. Pero el progresismo debería tomar en cuenta que no solamente resta ratificar en los hechos la vocación de justicia social del gobierno de Kirchner, sino que también hay en danza la permanencia de esos valores que con la fuga menemista algunos creyeron desaparecidos. Esto da una idea de hasta dónde se prolonga la victoria cultural alcanzada por la derecha en la década del 90. Y uno de sus puntos es la vigencia del embrujo que provocan los “ganadores”, vengan de donde vinieren. Aun un liviano keynesianismo le valdrá al Gobierno choques muy serios con un establishment desperdigado, pero establishment al fin. Por donde se lo mire, por tanto, la decisión política en torno de la economía no tardará en situar al oficialismo de cara a su verdadero enemigo, si es que en verdad el Gobierno quiere y sabe contribuir a la justicia social. Ese será el fin del tiempo de los “paquetitos”.
Kirchner necesita llegar a ese momento conservando la popularidad de hoy. Aunque sea por apetencias personales, los comicios de este domingo pusieron en carrera a gente que no se sentirá a disgusto con el traje de apagadores de incendios. Y la medida de su éxito en ese terreno la dará la verdadera vocación del Presidente por construir una fuerza transversal de sostén masivo.
Es lo único en lo que podrá confiar si cuando llegue la hora de los bifes decide confrontar al Poder. De manera que sólo el tiempo dirá si Kirchner salió bien parado de este domingo. Haber ganado ayer no es lo mismo que haber ganado.