EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Es impactante cómo la muerte de un ídolo puede establecer una pausa paralizante –por más efímera que sea– en los cursos de, casi, cualquier otro tipo de noticia. Son solamente pausas, por supuesto.
No se trató de que fuese un hecho sorpresivo ni mucho menos. Tampoco fue cuestión de que estuviesen transcurriendo esos días periodísticamente planchados, porque no existen temas de sobresaliencia, y entonces la coyuntura está achatada si es que se habla de grandes impactos políticos (hace ya un buen tiempo desde que los medios se las arreglan para montar y potenciar, en cada jornada, toda clase de escándalo, que no requieren de sustancia política). Es que, de tanto en tanto, se producen acontecimientos que, como el fallecimiento de Cerati, obligan a reparar en la potencia con que se expresan las necesidades de unanimidad, o consenso; de espíritu colectivo de congoja; o de festejo, como fue la restitución de identidad del nieto de Estela; de convocatoria masiva o llamado a la respetuosidad; de lo imperioso que le resulta al espíritu darse cabida para parar un momento, un rato, un ratito. El jueves, pasado el mediodía, la muerte del cantante desalojó que los bancos empezaron a vender dólares porque el Gobierno les bajó los activos que pueden tener en esa moneda; que Sergio Berni, sus espectáculos, sus armados y la introducción de sérpicos actuando de manifestantes ya llaman demasiado la atención, hasta el punto de preguntarse (¿o aseverar, directamente?) si acaso no es la policía, y la las fuerzas de seguridad en su conjunto, quienes están conduciendo la política del área; que el Senado aprobó cambios en la Ley de Abastecimiento, y la creación de un observatorio de precios y la de unos fueros para consumidores. En la calle, en los bares, en los taxis, en las facus, entre gente sencilla o en ámbitos de sofisticación cultural, la muerte del hombre que le dio relevancia continental a su arte desplazó al copago con que presionaron los empresarios de la medicina prepaga, y a la media sanción de la propuesta para, entre otras cosas, ofrecerles cambio de sede a bonistas y buitres. Cerati corrió de foco las nuevas complicaciones de Boudou; que Servini imputó a los padres adoptivos del nieto de Estela; que Oyarbide fue a parar al Consejo de la Magistratura; que habría acuerdo con las provincias petroleras por la Ley de Hidrocarburos a cambio de refinanciarles las deudas, y que el aumento de las facturas del gas es un previsible pelotazo en contra del Gobierno, aunque se provenga de años y años de tarifas virtualmente congeladas y de que el precio del insumo en garrafa no le importa mediáticamente a nadie, porque quienes lo sufren quedan lejos.
Cerati sacó del centro de la escena que para Héctor Méndez, jefe de la Unión Industrial Argentina, kirchnerismo es igual a dictadura; que en las elecciones de Santiago del Estero ganó la fuerza del senador oficialista Gerardo Zamora, en 24 de las 26 intendencias, para que los medios opositores sólo destacaran que Macri consiguió dos concejales en la capital provincial y que en La Banda ganó un massista, si es que el patronímico cabe. Otro tanto ocurrirá con las elecciones de ayer en la localidad cordobesa de Marcos Juárez, que vienen siendo mostradas cual test de alcances nacionales, representativos de un fin de ciclo inevitable. La muerte de una de las leyendas del rock nacional relegó las repercusiones de lo que tuiteó el gurka más dinosauresco del ideario neoliberal, José Luis Espert: un economista, o algo así, de consulta habitual entre los conductores, programas, empresarios y foros del establishment que sostiene sus ingresos. Florencia Kirchner, con abundancia de detalles, se defendió de la acusación acerca de que sus estadías neoyorquinas fueron exceso de lujo. También había circulado el espectacular invento periodístico de que los buitres estaban investigando orígenes de su fortuna, lo cual debió ser desmentido por uno de los abogados de esa fauna sin que su refutación fuese publicada en lugar proporcional. La hija de la Presidenta escribió que pareciera que su pecado es ser Kirchner. Espert le contestó: “Y sí, tesoro bonito, ser una Hija de Puta Literal es Jodido”. Así, con mayúsculas. Hija de Puta Literal. Hasta el momento de escribirse esta nota, el hombre de negocios mediáticos ni siquiera se preocupó por presentar una disculpa cínica. Y cabe dudar, siendo benévolos, que los periodistas militantes que lo entrevistan tengan algún prurito para seguir haciéndolo. Esa es la gente que está preocupada por la grieta. Y cuyos operativos proféticos encuentran cabida cotidiana en la prensa que los propagandiza. Se recomienda un trabajo reciente de Ejes de Comunicación, una de las empresas que monitorean medios, con algunas referencias estadísticas que ayer reprodujo Alfredo Zaiat en un artículo de este diario. Es un ranking de posicionamiento mediático de economistas, que abarca de julio a agosto pasados. Espert se ubica en tercer lugar compartiendo figuración con una mayoría de especialistas en pensamiento conservador, con sus variantes de verba ultra o modosa. El noventa por ciento de los más consultados en canales de televisión abierta, cable, radios AM y FM, se corresponde con defensa de los buitres, dicho con rápido rigor.
La muerte de Cerati estableció esa pausa dolida, melancólica, imponente en lo cuantitativo y en su significancia. Nada menos que una pausa unísona, y nada más que eso mismo. Se decretó duelo nacional y por unas horas no contaron el Griesafault, ni la inflación, ni si las automotrices encanutan, ni el acuerdo con los chinos, ni qué se hace con el vice jodón, ni qué con la restricción de divisas. Por unas horas se desvaneció que los medios alimenten horizontes de devaluación y catástrofes diversas. La oposición se dio un respiro en su militancia por los papelones. Apenas si hubo lugar, muy chiquito, para que algunos trastornados de las redes, y algún comunicador también, memorase si acaso Cerati fue bien atendido cuando sufrió el ACV, o si fue víctima de la retrasada Venezuela chavista, a la que cada vez nos parecemos más sin que pueda echarse mano de una urgente masacre salvadora de la Patria. Pero desde ya que fue sólo eso, la pausa mediática de unas horas. Culminado el acto de contrición la carga volvió a centrarse en los avatares de Boudou, que es, por lejos, el mejor caballito de batalla de que disponen a falta de propuestas creíbles –o simplemente de alguna propuesta– respecto de la marcha y panorama de la economía. Esto último fue explícito durante la sesión del Senado, el miércoles y hasta la madrugada, cuando se aprobó el proyecto que declara de interés público la reestructuración de la deuda de 2005/2010, y el pago soberano a los tenedores de títulos en condiciones “justas, equitativas, legales y sustentables”.
El Frente para la Victoria consiguió 39 votos y el total de los negativos perteneció a la oposición. Se abstuvieron Fernando Solanas y la rionegrina Magdalena Odarda, de Unen. Lo notable es que el oficialismo aceptó introducir los cambios propuestos por otros bloques, y aun así le votaron en contra. Se incluyó a Francia como domicilio alternativo de pago y se creó una comisión investigadora de la deuda externa, que tiene 180 días de plazo para requisar lo actuado desde 1976. Esto es, no sólo lo ejecutado durante el genocidio que abarcó la estructura productiva del país, sino también lo negociado en todas las administraciones democráticas. La posibilidad de pago en Francia, que se agregó al artículo 7 del texto original, es lo que propuso Massa. Hubo cruces, naturalmente. Aníbal Fernández disparó que el proyecto presentado por el senador de aquél, Roberto Basualdo, sanjuanino, era para “cursar la materia cipayismo 1 y 2, y sacarse un 10”. Basualdo resaltaría después, en declaraciones periodísticas, que “a los norteamericanos les gusta la seguridad jurídica” y que por eso proponían “derogar las facultades delegadas y crear un instituto de estadísticas creíbles”. Consultado por el colega Sebastián Premici sobre qué tiene que ver eso con la puja con los fondos buitre, el massista respondió que acá se hizo todo mal, que ellos quieren dar seguridad y que “los cambios no sirven para nada”. Pero lo cierto es que el cambio propuesto por Massa se aceptó. No hubo caso. Una de las voces cantantes fue la de Laura Montero, mendocina, radical cobista, vicepresidenta del bloque UCR y titular de la Comisión de Economía Nacional e Inversión, quien dijo que el proyecto oficial era inadmisible, que el Gobierno no había hecho todos los esfuerzos necesarios para alcanzar un acuerdo con los buitres y sanseacabó. Pino Solanas previno que “este es un momento sombrío para la Argentina” y que el canje de deuda “es uno de los mayores fracasos”, en una de las interpretaciones más lisérgicas que se conozcan acerca del quite de deuda más grande la historia, pero admitió que el fallo de Griesa “es un mamarracho” y “un atentado” contra el país. Más luego, se abstuvo de votar contra el atentado. Los radicales, a todo esto, tuvieron que tomarse un tiempo para convencer a Nito Artaza de que acatara la disciplina del bloque: el senador correntino había adelantado que apoyaría el proyecto kirchnerista y en la noche siguiente, en 678, admitió que se cuadró cuando estuvo claro que el oficialismo tenía la mayoría. Y otra vez, el sinceramiento lo aportó el macrismo. La senadora Gabriela Michetti propuso que todas las fuerzas políticas acuerden un proyecto de ley, para dejar claro que Argentina debe pagarles a los buitres según lo exige el fallo de Griesa.
Lo que se dice una auténtica canción animal.
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