EL PAíS
› OPINION
Y ahora le toca al vecino
› Por Sandra Russo
El suspiro de alivio generalizado de ayer a las ocho de la noche, cuando Mauricio Macri reconoció su derrota, no sólo indicó que Aníbal Ibarra ganó estas elecciones. A pesar de que las haya ganado, no es conveniente olvidar la tensión de esta última semana, con rumores de empate técnico o posibilidades ciertas y a su vez reñidas para ambos. No es conveniente olvidar eso porque ésta es la ciudad en la que vivimos y la que seguirá gobernando Ibarra. Una ciudad habitada por gente pero también por consignas encarnadas en la gente, consignas a su vez emparentadas con demandas y creencias que el simplismo voluntarista de muchos de nosotros pudo haber enturbiado de tal manera que las leyéramos mal, o incompletas.
Más allá del resultado final, el globo de ensayo de un hijo del poder económico proponiéndose como una alternativa a “los políticos” estuvo a punto de dejar de ser un globo de ensayo y de convertirse en un hecho. A Macri lo votó mucha gente y por muy distintas razones, pero seguramente una de ellas, una de las más voluptuosas, fue votar “lo distinto”.
Su campaña hizo hincapié en que él “no necesitaba” involucrarse en política, y que si lo hacía era llevado por las mejores intenciones. Habría que tener en cuenta que, puestos a confesar intenciones, todos sin excepción aluden a las mejores. Lo cierto es que un triunfo de Macri hubiese significado un enorme, brutal y despampanante malentendido entre quienes están hartos de la política como instrumento para que los bienes escasos de esta sociedad vayan a parar siempre a las mismas manos –el clan Macri, sin ir más lejos– y quienes montados sobre ese vago reclamo de “lo distinto” se mostraron esta vez dispuestos a creer en un hombre cuyo apellido lo come, lo presenta, lo delinea, lo alimenta y lo define. Un triunfo de ese hombre en el momento en el que este país está reconciliándose a través del presidente Kirchner con la práctica política y sobre todo con la idea de que la política es la única herramienta viable conocida para repartir esos bienes escasos de una manera más justa, hubiese significado algo más que un tic de histeria: hubiese significado que ésta es una sociedad que pide lo que no da, que se viste pero no sale, que juega a dos puntas.
No pasó. No es conveniente olvidar la excelente performance de Macri porque detrás de él hubo miles y miles de ciudadanos expresando confianza en “lo distinto” aunque “lo distinto” se agotara en el fenomenal desprestigio de la política, abonado salvajemente por grupos de intereses perfectamente reconocibles, y en el pensamiento casi mágico de que un rico a costillas del Estado podría venir a desenvainar pureza de actos y decisiones.
Pero no pasó. Ganó Ibarra. Y a partir de ahora Ibarra será monitoreado con una lupa gigantesca para chequear y confirmar y reconfirmar cada día que la política, en sus manos, es esa herramienta noble en la que nos resulta indispensable descansar.