EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Todos los domingos, desde que el canciller Héctor Timerman sugirió su nombre para la representación en las Naciones Unidas y la Presidenta la nombró, la profesora universitaria Marita Perceval madruga para estudiar. “Sigo todos los temas, porque ésa es mi obligación, pero además me tomo varias horas de concentración especial para comprender los conflictos principales de este mundo”, explica a sus amigos cuando narra cómo hizo desde el principio para evitar que en la enciclopedia inabarcable de la ONU se le perdieran los temas más importantes. Sin embargo, la ex senadora por Mendoza suele comentar que mientras analizaba la realidad de Siria o la de Ucrania nunca quiso perder la perspectiva regional. Fue clave en esa mirada el trato diario y la sintonía con un dirigente boliviano y ex viceministro de gran experiencia en el armado político con los movimientos sociales al que Evo Morales envió a la ONU: Sacha Llorenti, que justo este año fue elegido para presidir el G-77 más China, una base de más de 130 países para discutir cualquier tema económico o social.
El día en que el avión de Evo fue secuestrado y estuvo a punto de no conseguir un aeropuerto para repostar combustible de regreso de una conferencia en Moscú, Llorenti y Perceval establecieron una línea de comunicación permanente que en una punta tenía a Morales y en la otra a la Presidenta argentina.
Bolivia quizá sea la mejor relación externa de la Argentina. Cero rispidez. A esa base se añadió la confianza política construida entre los dos embajadores y su preocupación común por escaparle a la tentación burocrática de la ONU. Sobre ese andamiaje común es que se fue tejiendo el alerta sobre los fondos buitre en la cumbre del G-77 en Santa Cruz de la Sierra, emitido en un documento que el gobierno argentino consideró como un respaldo sólido a su posición, y la idea, concretada ayer con una votación exitosa en la Asamblea General, de que el mundo debe ir llenando con una convención y regulaciones el vacío actual en torno de las deudas soberanas.
Hay un matiz que conviene analizar en la iniciativa argentina y en la votación. Por fortuna el Estado argentino hace la presentación del caso Malvinas donde corresponda, pero no utilizó para ello el ámbito de la Asamblea General. Al abstenerse de hacerlo, quedó con un capital de búsqueda de votos disponible y pudo usarlo ayer. De otra manera hasta los más amigos se cansan, porque la pelea por un voto positivo tiene, para el país que sufraga, la contracara de fuertes presiones por parte de los interesados en el voto negativo. Cuanto más universal sea el tema, más beneficios y menos costos. El de las deudas soberanas es, sin duda, uno de los grandes temas globales. Lo fue siempre para los países pobres, lo es para la franja de las naciones de ingreso medio y hasta resultó una cuestión de disputa en la propia Europa a través de Grecia.
El voto en contra de Alemania puede ser leído en esa clave. Berlín envío el mensaje de que allí se establece de hecho el criterio de reestructuración de deuda para Europa.
El voto en contra de los Estados Unidos es tanto una reivindicación de su propia autoridad política como la idea de que aún están vigentes las instituciones de la segunda posguerra como el Fondo Monetario Internacional. Si hubiera alguna reforma que hacer, para Washington sólo se debería plantear dentro del propio Fondo y no en la ONU.
Suena interesante la abstención de Italia, un país que alberga bonistas de la deuda argentina. También la de España, que rompe la línea dura encabezada por los Estados Unidos, el Reino Unido y Alemania.
En América latina desentonó México. O tal vez no tanto: integra el Nafta con los Estados Unidos y Canadá.
Los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se movieron en bloque junto al bloque mayoritario. No tienen el poder de cambiar este mundo, pero al menos pueden articular alianzas para compensar lo peor. No es poco.
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