EL PAíS › OPINION
› Por Sandra Rodríguez * y
Juan Carlos Junio **
Septiembre tiene, en Argentina, indudables resonancias educativas. Claro que la rememoración de algunos acontecimientos y personas inevitablemente resulta controvertido.
Unas fechas nos remiten a la tradición liberal de la escuela pública. Otras, a trágicos sucesos que demandan memoria, verdad y justicia, por las que nuestro pueblo ha luchado y luchará sin descanso. Unas terceras son verdaderas celebraciones de la alegría por su potencia y sus realizaciones. Estas últimas son esfuerzos –hechos y palabras– que abren las compuertas de las esperanzas y la voluntad de construir una educación que nutra a nuestra juventud de valores humanistas y solidarios y la afirme en la idea de ser protagonista del proyecto colectivo de una nación sustentada en la igualdad social y cultural. Desde Simón Rodríguez hasta Paulo Freire, pasando por Luis Iglesias y llegando a Carlos Fuentealba.
Se trata de calendarios entendidos como actos políticos y pedagógicos. No son neutrales ni los defendemos como verdades únicas, revelan ideologías y posiciones políticas que dan batalla por el sentido del pasado y del presente, proponiéndose incidir sobre los caminos hacia el futuro. Así ocurre con las efemérides del Día del Maestro –11 de septiembre– y el Día del Estudiante –21 de septiembre–: ambas fechas expresan el reconocimiento del legado de Domingo Faustino Sarmiento. La educación liberal, positivista, laica, hace de este homenaje una expresión de sus claroscuros. Otro septiembre, trágico, fue el escenario temporal de la Noche de los Lápices: jóvenes militantes secundarios fueron secuestrados y asesinados por la dictadura cívico-militar como respuesta a su lucha por el boleto estudiantil y sus sueños patrióticos. Hay, finalmente, una última fecha que queremos traer en este septiembre educativo: se trata del día 14, aniversario del nacimiento del maestro Carlos Fuentealba.
En todas las épocas y circunstancias, las clases dominantes no cesan en su política de desmemoria y construcción de una cultura subordinada a sus intereses económicos y políticos. En los relatos de sus crímenes –cuando no tienen opción– desaparecen los contextos, los responsables y las motivaciones. Así se comprende que en el siglo XV “se conquistó América”, cuando lo que hubo fue una invasión que practicó un genocidio, y que en Argentina “hubo gobiernos de facto”, cuando en realidad existieron dictaduras antidemocráticas.
En el caso Fuentealba aún no se han resuelto las urgentes demandas para que se juzgue y condene a los responsables políticos e institucionales del asesinato del maestro neuquino. Si bien fue condenado a perpetua el policía Darío Poblete, el entonces gobernador Jorge Sobisch atravesó con impunidad los tribunales y en los últimos días fueron sobreseídos los imputados de la cadena de mando policial.
A 48 años de su nacimiento, queremos recuperar el legado de Carlos a partir de pensar que no es justo enfatizar de modo excluyente en su criminal asesinato. La lucha contra la impunidad de los responsables de su muerte no cesa, se prolonga en las marchas callejeras, en las presentaciones ante el Poder Judicial, en la efervescente dinámica de los sindicatos docentes, así como en la adopción de su nombre por parte de miles de colectivos y organizaciones sindicales y populares. Finalmente, Carlos Fuentealba vive de mil maneras en las escuelas y las instituciones educativas.
El 11 de septiembre de 2013 estrenamos en el Centro Cultural de la Cooperación (CCC) Floreal Gorini el documental Camino de un Maestro, dirigido por Luciano Zito. Esa realización tuvo y tendrá un devenir intenso y promisorio. En el panel que presentó la película estuvimos representados quienes nos comprometimos en esta apuesta por la justicia: Sandra Rodríguez, compañera de Carlos; el CCC, el Ministerio de Educación, el Canal Encuentro, el Inca y la Ctera. Tras una ardua lucha, el 4 de abril de este año el documental se proyectó en el Teatro Español de Neuquén, donde centenares de maestros y maestras, jóvenes, militantes y luchadores de todas las generaciones recorrieron –en silencio doloroso primero y luego en emocionada ovación y con un interminable y conmovedor aplauso– la vida y la muerte de Carlos Fuentealba.
En este tiempo de transformaciones profundas que surcan Nuestra América, se realzan las perspectivas, los pensamientos y las prácticas de Carlos en el quehacer pedagógico: la confianza en la capacidad de pensar y de aprender de sus estudiantes en un clima de alegría colectiva; la puesta en acto de un proyecto educativo sustentado en un pensamiento crítico y complejo, así como la conciencia de que era indispensable transformar la realidad y que la educación tenía un papel que jugar hacia ese objetivo.
Ahora que la América latina y caribeña busca y rebusca su identidad en su pasado de unión continental independentista, la construcción de una educación de la memoria y del futuro exige alimentarse de nuestros acervos. Con Galeano afirmamos una y otra vez que “crear y luchar son nuestra forma de decirles a los compañeros caídos: tú no moriste contigo”. Para esa educación emancipadora en curso, este septiembre constituye un
nuevo hito. Con sus notables aportes –en su vida y por su muerte– Carlos Fuentealba ha contribuido al irrenunciable propósito de ser libres, iguales y justos allí donde desplegó su humanidad repleta de sueños.
De la militancia pedagógica, integral y profundamente democrática de este maestro revolucionario será preciso rescatar sus apuntes, reflexiones y diálogos con colegas, para que su muerte sea siembra, para que su sacrificio no haya sido en vano.
* Compañera de Carlos Fuentealba.
** Diputado y director del Centro Cultural de la Cooperación.
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