EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
La oposición votó en contra o se abstuvo, pero no militó contra la Ley de Pago Soberano como lo hizo contra la 125 o las leyes de defensa del consumidor. La ley es una salida que buscó el Gobierno para la encerrona del juez Griesa y los fondos buitre. No existe ruta limpia en esa disputa. Pero entre la deuda y las elecciones, la oposición se mostró tranquila porque el Gobierno tenía los votos para aprobarla y así eligió la actuación electoral dejando al Gobierno en soledad para asumir la responsabilidad por las decisiones trascendentes.
La deuda externa y la pelea con los fondos buitre serán el hito de referencia de época. La historia de estos años se ordenará a su alrededor. Funcionará como punto de definición y ordenamiento para una mirada histórica. Roles, actitudes y procesos orbitarán en torno de los desarrollos de endeudamiento, de quitas y reestructuraciones, votaciones, debates parlamentarios, de juicios y disputas con los fondos buitre. La deuda externa es un conflicto importado, que implosiona adentro y desde aquí se proyecta hacia todo el mundo en escenarios centrales como las Naciones Unidas, produciendo repercusiones en el orden internacional. En el mundo, la deuda se convirtió en una epidemia sin control que ha producido supermutantes del capitalismo, como los fondos buitre, que preocupan incluso a los que fomentaron la enfermedad.
Como víctima esquilmada pero insumisa, Argentina tomó un protagonismo internacional inédito en su historia. La votación propuesta y militada por el Gobierno logró en la asamblea general 124 votos a favor, sólo 11 en contra y 41 abstenciones, lo que constituye una compleja victoria diplomática más propia de países que juegan con una centralidad que Argentina no tuvo nunca en el mundo. Los votos de los países en la ONU, por lo general, están cruzados con otros votos y otras alianzas en otros temas que generan compromisos difíciles de romper. La propuesta argentina encaminada a través del G-77+China pudo enrolar a la mayoría de los países frente a las grandes potencias. Por los compromisos que estaban en juego, incluso las abstenciones –en este caso de varias naciones europeas y de México– funcionaron aquí como señales de respaldo.
A Estados Unidos le molesta la intervención de la ONU –donde cada país es un voto– en temas económicos. Y además, en este caso el problema involucra su jurisdicción: la legislación norteamericana y Nueva York como plaza financiera están afectados. Pero el lobby de los fondos buitre juega fuerte en la interna norteamericana y la mayoría de las veces con la derecha republicana. El gobierno demócrata no puede votar con Argentina ni permitir el precedente, pero no apretó las clavijas. Votó en contra con sus aliados incondicionales pero no metió presión. La propuesta argentina entró por esa brecha y obtuvo una victoria resonante que rebota sobre el fallo de Griesa y ablanda la situación argentina. Estados Unidos buscará intervenir en la redacción de las propuestas que se presenten en la asamblea del año próximo, pero el debate quedó institucionalizado como para que el FMI y el Banco Mundial puedan abordarlo.
Estados Unidos y las economías centrales tratarán de controlar el proceso de elaboración, pero oponerse a estas propuestas sería suicida. El esfuerzo diplomático argentino terminó de cristalizar un contexto favorable para impulsar normas que reglamentarán las futuras reestructuraciones de deuda. El resultado de este debate en la ONU creó de por sí un clima más propicio para la situación que debe afrontar un país como Argentina puesto contra la pared entre la ley de Nueva York o su propia ley. Para cumplir una tiene que romper la otra, y viceversa. Argentina eligió preservar sus leyes aunque deba incumplir el fallo de Griesa. Esa situación podría poner al país en una situación internacional difícil para su economía. Pero ha sido en ese escenario donde consiguió una victoria diplomática contundente que neutraliza en parte el daño producido por el fallo de Griesa. Argentina tiene que demostrar la imposibilidad de cumplir el fallo de Griesa, lo cual implica disputar la legitimidad de esa posición a nivel internacional.
En esa búsqueda de respaldos en el mundo, el Gobierno necesita mostrar que tiene respaldo interno. Resulta sospechoso que busque consensos externos contra una amenaza y que al mismo tiempo, a nivel interno, no tenga ese consenso que busca afuera.
O es poco serio el gobierno que hace eso y tienen razón los que no lo apoyaron en el plano interno. O es al revés: tienen razón los apoyos que logró en el plano internacional y en ese caso son muy poco serios los que se lo restaron en el plano interno. Porque el consenso aplastante que se logra en las Naciones Unidas es contra amenazas que puedan sufrir países enteros y no sólo sus gobiernos. Ese voto mundial fue de protección también para los representados por dirigentes políticos a los que, por el contrario, no les interesó debilitar al gobierno cuando buscaba ese respaldo.
Más que la simple aprobación por el oficialismo, si la ley de pago soberano hubiera sido respaldada también por la oposición habría significado una señal equivalente a lo que se consiguió a nivel internacional. Por lo menos por la oposición que no coincide con los reclamos de los fondos buitre.
Es cierto que la oposición votó contra la ley, pero también es cierto que evitó obstruirla. Sabía que obstruirla era suicida. Votó en contra porque sabía que el oficialismo tenía los votos para aprobarla. Sabía la importancia que tenía la aprobación de la ley, por eso evitó obstruirla, pero votó en contra por una cuestión electoralista. En pleno proceso electoral, no quiso aparecer junto al oficialismo, ni siquiera en un tema que trasciende al Gobierno, como es la pelea con los fondos buitre. Prefirió dejar solo al Gobierno para hacer frente a un problema que este gobierno no generó y cuyas consecuencias atravesarán a varios de los gobiernos que lo sucedan. En el balance aparece como una forma de eludir responsabilidades, lo cual es el peor defecto de cualquier aspirante a conducir un país, que es por definición la máxima responsabilidad.
Mientras se desarrollaba este debate se produjo la elección en el pueblito cordobés de Marcos Juárez, donde ganó el PRO de Mauricio Macri. Es la única fuerza que expresó claramente que Argentina debía acatar el fallo de Griesa y pagar a los fondos buitre. Para el macrismo no importa lo que suceda con la cláusula RUFO, que obligaría a pagarles a todos los demás acreedores que ingresaron a la reestructuración. Macri ya prometió que sacaría las retenciones y el Impuesto a las Ganancias. Su principal vocero económico, Federico Sturzenegger, explicó que cualquier faltante por la caída abrupta en la recaudación provocada por estas medidas se cubriría con financiamiento internacional. De vuelta a la deuda externa. La vuelta a los ’90 está explícita en el programa de Macri e incluso en sus colaboradores.
Pero Macri, con el respaldo de la UCR, Luis Juez y sectores vecinalistas, ganó en un pueblito donde votaron 16 mil personas. Con esa pobreza montó una campaña que lo mostraba como una ola arrolladora en todo el país. Encuestas pagadas por él, periodistas que trabajan para él, todos dieron a entender que el ascenso de Macri y la vuelta a los ’90 es imparable. Todo fue porque un candidato con su apoyo sacó 6500 votos en el pueblito cordobés y Macri dijo que eso era un “tsunami”. La derecha en Argentina siempre tuvo un espacio considerable, alojada sobre todo en la derecha del PJ y la UCR. Con Macri, los sectores conservadores asumen un perfil propio. Lo nuevo no es el tamaño de ese espacio, sino su identidad.
Macri corrió por derecha al resto de la oposición, que se fue más a la derecha todavía para competir con el jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. En ese contexto, la oposición prefirió votar contra la Ley de Pago Soberano para no dejarlo solo a Macri en actitud opositora. De aquí hasta las presidenciales de octubre del año que viene se votará en contra de todo lo que llegue del Gobierno, no habrá espacio para diálogos ni acuerdos estratégicos y se multiplicarán las denuncias de corrupción y las profecías apocalípticas amplificadas por los medios concentrados.
A partir de las amenazas de Luis Barrionuevo sobre “estallidos sociales” inminentes, Cristina Kirchner advirtió sobre posibles situaciones provocadas para desestabilizar al Gobierno, como fueron los levantamientos policiales de 2013, en los que se organizaron saqueos y actos de violencia. Históricamente el “tsunami” conservador como el que plantea Macri y al que se ha sumado la oposición siempre vino de la mano del miedo.
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