EL PAíS › OPINIóN
› Por Juan Carlos Volnovich *
Una primera intervención se me hace necesaria: discriminar el hecho en sí mismo de su representación. Una cosa es el asesinato de los periodistas, y otra muy distinta los modos cómo fue tratado y, a partir del lugar que ocupó en los medios de comunicación de masas, el impacto que tuvo en la opinión pública mundial.
Tengo la impresión de que, al menos en Occidente, desde las Torres Gemelas no se había producido un acontecimiento informativo tan espectacular como el de Charlie Hebdo. Pero en aquella oportunidad el impacto fue dado por la saturación de la imagen –los aviones penetrando en las torres y la implosión de las mismas– mientras sus efectos quedaron secundarizados. En esta oportunidad la movilización popular ocupó el lugar protagónico y los videos del hecho (la captura de los asesinos ya que no pudo filmarse el crimen) funcionaron sólo como apoyatura.
Se nos podrá decir que un abismo separa a las Torres Gemelas de Charlie Hebdo por sus efectos en el imaginario social: si en aquella oportunidad, el “ataque terrorista” sirvió para justificar (con alto grado de consenso de la opinión pública mundial) la invasión a Irak, en esta oportunidad el “ataque terrorista” a Charlie Hebdo sirvió para que los líderes del mundo occidental se pronunciaran a favor de la libertad de prensa y en contra del terrorismo. Y estamos dispuestos a creerlo a menos que una mente paranoica afecte a las teorías conspirativas se atreva a sospechar que ese mega operativo de prensa que registró –y generó– la movilización popular más numerosa de los últimos tiempos estuvo al servicio de legitimar, entre otras cosas, la presencia ya existente pero bajo una crítica hostil, de tropas norteamericanas, francesas, inglesas, etcétera, en Irak, Irán, Siria y Afganistán y Libia.
La manifestación popular –protagonista de la escena mundial–, encabezada por François Hollande, Angela Merkel, Benjamin Netanyahu, David Cameron, Mariano Rajoy etc. contra el terrorismo y a favor de la libertad de prensa, se acerca mucho a un milagro ejecutado por un santo Francisco que logró redimir a los responsables de la política capitalista, colonialista y racista más agresiva que registra la historia de la humanidad y convertirlos de la noche a la mañana a la religión de la paz, el respeto y la bondad.
Charlie Hebdo habilitó, también, a todo tipo de opiniones y estimuló la producción de innumerables intelectuales que invadieron los medios de comunicación con sus reflexiones. Así fue como Charlie Hebdo fue incluido en la escena asociado a los asesinatos de Ayotzinapa y otros eventos terroristas, a la política internacional, a la guerra, al narcotráfico, a la economía mundial y fue, también, incluido en una historia o, al menos, en una genealogía de la infamia y la blasfemia; en la cambiante apropiación simbólica que la ironía, el humor y la caricatura tuvo a lo largo de los siglos.
A riesgo de caer en explicaciones causales que de tan abarcativas de nada sirven diré que Charlie Hebdo no parecería ser otra cosa que la punta que se sostiene por un iceberg financiero, narcotraficante, racista y armamentista, que le da cuerpo a esta etapa del capitalismo tardío. En ese sentido no estaría de más reparar en las características de las víctimas: jóvenes que pagan con su vida la herejía de buscarse un lugar en este mundo haciendo virtud de su insolencia y glorificando su anarquía; no estaría de más reparar en la característica de los victimarios: jóvenes que pagan con su vida la adhesión a una creencia que les promete ligarlos a un conjunto para conjurar la amenaza de la exclusión y la inexistencia. Asesinos que tienen un aire de familia con los mercenarios, más baratos que los mercenarios porque para matar y suicidarse cobran en especies y no en dinero... asesinos que tienen un aire de familia con los barras bravas que a partir de la sana intención de socializarse a través de una pasión común –el fútbol– van construyendo un enemigo mortal y se van construyendo como mártires-asesinos para quienes la pertenencia al universo de la violencia se impone a la pertenencia al grupo humano.
Claro está que no son estas épocas para recordar que las religiones son el opio de los pueblos, que la lucha armada nos dio la libertad desde San Martín en adelante, que la sociedad está dividida en clases que pugnan entre sí y que en este mundo globalizado a partir de las diferentes “razas” se desarrollaron países colonizados y países colonialistas.
La corrección política nos impone respetar las diferencias, aceptar la libertad de culto, aceptar la burla al culto y la burla a la libertad de culto, condenar la lucha armada (la Jihad) que sólo beneficia a la ultraderecha y a la industria armamentística y apostar por la conciliación para reemplazar la lucha de clases incluso dudando acerca de si es tan cierto eso de que existen clases sociales.
Las grandes manifestaciones en las calles de las principales ciudades del mundo occidental, esas multitudes, esas masas pacíficas y pacificantes, ese universo humano transido de dolor, atravesadas por un duelo colectivo, esa comunión reflexiva se ofrece, entonces, como imagen capaz de ahuyentar o, al menos, capaz de atenuar el terror, los fantasmas de la exclusión y de la muerte. Esas grandes manifestaciones se ofrecen, entonces, como síntoma para hacernos olvidar, por un momento, que esos a quienes seguimos, esos que presiden la manifestación, no sólo están al frente de la columna sino que están al frente de una política y de una economía que generó y alimentó ese monstruo que ahora llamamos Estado Islámico como antes se llamó Al Qaida; que son ellos los responsables; que a ese cortejo de impostores le debemos el terror.
* Médico psicoanalista especializado en psiquiatría infantil. Autor de los libros Claves de infancia, Sí, querida e Ir de putas, entre otros.
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