EL PAíS › LA MUERTE DE NISMAN > CONCENTRACIóN CON RECLAMOS VARIADOS, CRíTICAS AL GOBIERNO E INSULTOS A LA PRESIDENTA
Los carteles predominantes decían “Yo soy Nisman”. Otros tildaban de “asesina” a CFK o pedían su muerte. Asistieron dirigentes como Binner, Sanz o Alfonsín. Recibieron reproches por ser “tibios”.
› Por Soledad Vallejos
Fue como una onda que duró algo más de una hora y después, lentamente, se fue desvaneciendo, sonora como había llegado. Entre las 20 y apenas pasadas las 21, sobre Plaza de Mayo confluían personas que tenían en común carteles tan iguales y diferentes como les habían moldeado las circunstancias. Eran cartulinas de colores con marcadores, hojas de tamaño oficio impresas antes de salir de una oficina, alguna tapa de caja de zapatos escrita con fibrón, alguna carpeta rayada muchas veces con lapicera; decían: “Yo soy Nisman. Basta de aliarse con terroristas que atentan contra nuestra nación”, “Kristina asesina”, “Todos por la república, todos por la verdad, ¡vamos Lijo! #19E”, “Cristina, ¿quién dio la orden?”, “Je suis Nisman”, “Muerte a la Cretina”.
Entre los anónimos, cuya composición varió entre las 19, cuando comenzó a congregarse alguna gente, y las 21, hubo rostros célebres como los de Beatriz Sarlo, Hugo Biolcati, Ernesto Sanz, Hermes Binner, Ricardo Alfonsín; al ser reconocidos, algunos de ellos fueron recibidos con reclamos que, a los gritos, les reprochaban ser “tibios”. Poco después, mientras la convocatoria languidecía lentamente, en la Plaza de Mayo quedaban algunos grupos pequeños intentando derribar las vallas metálicas que permiten cerrar parte de la superficie.
Habían pasado las 19 cuando entre la Pirámide de la Plaza y el vallado se desarrollaba una pequeña reunión. A un lado, un muchacho cuya camiseta llevaba la inscripción de un presunto partido “Voz Ciudadana” y su candidato Adrián Bastianes, operaba un sistema de sonido conectado a un parlante y a un micrófono. Plaza adentro, un centenar de personas se congregaba en torno de señoras que utilizaban, y cedían eventualmente, ese micrófono. “Ni con los militares estábamos así”, alcanzó a murmurar una señora de bermudas azules antes de sollozar y devolver el micrófono, que comenzó a pasar de mano en mano: hablaban de corrupción, de ladrones, de personas que “robaron a la Nación Argentina”. Al lado de su madre, que sostenía un bebé, una nena de diez años lloraba; una señora paseaba vistiendo remera estampada con un retrato de José de San Martín.
“Lo que pasa con nuestros jubilados, lo que pasa con nuestros soldados. Es una vergüenza. Tengo 44 años, tuve la oportunidad de irme del país. Estoy acá”, bramó otra mujer, y al canto de un hombre se prendieron todas las voces para corear “el pueblo unido jamás será vencido”, mientras un treintañero hacía percusión pateando las vallas. Sobre las cabezas asomaban cruces de madera balsa cruzadas por una fotocopia: un escudo, la palabra “policía”. “¿Por qué esto? Porque somos de la policía de la provincia de Buenos Aires”, explicó un hombre a este diario.
Entre las 19.30 y las 20, la concurrencia llegaba con cierta fluidez por Diagonal Norte, un poco por Avenida de Mayo; la calle Hipólito Yrigoyen y la Diagonal Sur permanecían tan vacías como la vereda sur de la plaza, donde el acceso al subte A nunca fue interrumpido. Los discursos encendidos del pequeño grupo con micrófono no llegaban hasta los alrededores de la Catedral, cuyas escalinatas desde temprano estaban tapizadas de manifestantes y curiosos que, sin embargo, no se movían del escalón conseguido. Ante ellos, por Rivadavia, eventualmente un grito proponía una consigna (“¡viva la Patria!”, “¡viva!”, “¡viva la Patria, carajo!”, “¡viva!”), alguien pasaba cartulina en alto, o bien ondeando una bandera argentina con crespón improvisado, por ejemplo, con un cordón de zapatillas. “No vamos a creer que el fiscal se suicidó. ¡Al fiscal lo mandaron matar!”, gritaba desde un megáfono una mujer que marchaba a la cabeza de una decena de militantes embanderados con identificaciones del MIJD (Movimiento Independiente Justicia y Dignidad).
En Diagonal Norte, teléfono en mano, un hombre buscaba la perspectiva para retratar a su mujer y sus hijas con el fondo de la plaza y las cabecitas que asomaban en la distancia. Desde el Obelisco llegaban grupos disgregados pero con ritmo constante: señoras, señores, familias, oficinistas que aprovechaban el fin de la jornada para manifestar; algunos por las veredas, otros por la calzada. Los anunciaban sus propios aplausos, que poco a poco fueron contagiando la zona por la que ingresaban en la plaza.
Parecían escenas de horas, días diferentes, pero convivían en la misma ocasión, en la misma superficie: alrededor de las 20.30, el lado norte de la plaza se pobló. Por allí se podía circular, pero no con comodidad. Y sin embargo, aunque algunas personas llegaban y abandonaban el lugar por la calle Defensa para adentrarse en el sur de la ciudad, sobre el lado de la plaza más cercano a San Telmo no había un alma. A una cuadra, unos cinco turistas degustaban cervezas en las mesitas de la vereda de la confitería London.
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