Dom 15.02.2015

EL PAíS

Ni algunos ni muchos son todos

› Por Mario Wainfeld

Se la apoda “marcha de los fiscales”, la convoca un grupete. Hay muchos que se oponen o se abstienen. El poroteo quedará para después de la movilización, pero desde ya no serán todos.

Tampoco estará la oposición en pleno. Sectores de izquierda, en particular, aprovecharon para diferenciarse de oficialismo y oposición mayoritaria en este tema y en el debate sobre la Agencia Federal de Inteligencia. Jamás gobernaron, señalan, emblocan a sus adversarios, los identifican como corresponsables y se proponen como nueva alternativa.

La Central de trabajadores de la Argentina que conduce Pablo Micheli se despegó de la CGT opositora que lidera Hugo Moyano, tras varias movidas con “unidad en la acción”. El diputado Claudio Lozano, militante de dicha central alternativa, también se distinguió de otras oposiciones.

Los curas de la Opción por los Pobres explicaron por enésima vez que un sector de la jerarquía eclesiástica no es “la Iglesia” como predican los medios dominantes. Y rehusaron alinearse con la derecha, congruentes con su larga trayectoria.

Más allá del número que asista a la manifestación, que siempre importa, ésta expresará a una parcialidad.


Claro que en la brega política es habitual que fracciones reclamen ser el todo. La clásica consigna “si éste no es el pueblo / el pueblo dónde está” cifra ese afán. En una marcha del silencio, cabe inferir, no se coreará pero el mensaje flotará en el aire.

Confundir el todo con la parte es un sesgo del debate político, no hay que indignarse muuucho, pero sí puntualizar cuando se falsean los hechos o se minimiza al otro.

Vaya una salvedad, fundamental. Hay una forma de representación política en la que el todo y la parcialidad se entreveran de modo diferente. Es la democrática o republicana. En ella, el gobernante elegido conforme las reglas por una mayoría o primera minoría pasa a representar a todos los ciudadanos, aun a los que no lo votaron. Es su mandatario, durante los lapsos y con los límites prefijados por la Constitución y las leyes. Algún teórico llamó a eso “la magia de la representación”.

Por ejemplo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner (como los gobernadores en sus terruños) representa a todos los argentinos. Incluso a los que la denigran en las redes sociales, que con frecuencia parecen cloacales. No es un atributo de su persona, sino institucional: tiene fecha de vencimiento. Quienes aspiren a ese honor, que es también un desafío y una carga, no lo lograrán por vías aviesas, ni gritando en sets televisivos, ni colándose en una marcha. Les bastará, tan sólo y nada menos, con lograr el favor de las mayorías exigidas por la Constitución cuando el pueblo soberano elija.

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