EL PAíS › EX MILITANTES DE LOS ’70, MANIFESTANTES DEL 2001, FAMILIAS COMPLETAS, JóVENES Y MUCHAS MUJERES
Decenas de miles de personas y sus historias, sus sueños y expectativas, los miedos y las advertencias. “¿Vos viste lo que irradia esa mujer? –dice un pibe en el andén del subte–. ¿Vos te das cuenta de que, cuando pasa, la gente llora?”
› Por Alejandra Dandan
En la ronda, ellos solos se presentan como “viejos militantes del ’70”. Son cuatro, entre ellos y ellas. El antecedente en común, el FRP o Frente Revolucionario Peronista del Norte, con anclaje en Salta, Jujuy y Catamarca. Ninguno habita ahora en esas latitudes, sino en Buenos Aires, dentro de un país en el que “es obvio que estamos frente a un golpe”, dice el que toma la palabra, Carlos Vaca, 65 años, convencido de pertenecer a una generación que aprendió a “revalorizar la democracia”.
Alrededor, atrás y adelante, las generaciones son distintas. Una de las integrantes de ese mismo grupo, Liliana Budiño, 64 años, docente jubilada, acaba de cruzarse con algunos de sus alumnos. Alejandro Zorzi bien podría ser uno de ellos: 33 años, con su esposa de la misma edad, un hijo de 4 años y una remera de su hijo pintada a mano, hecha por ellos. “Todos sonreímos en el mismo idioma –dice la remera–. Viva la Patria.” “No somos militantes de un partido”, dice Alejandro. “Mi mujer estuvo algún tiempo más cerca de La Cámpora, pero ahora, con el gordo, todo es más complicado, pero estamos acá porque esto es la reafirmación de lo que venimos soñando desde que éramos estudiantes secundarios. De lo que reclamábamos en los ’90. De lo que uno esperaba de un gobierno que nos representara. Esto se acercó demasiado a todo eso que esperábamos, a lo que yo pretendí algún día ser, y eso es muy gratificante.”
Estas son algunas de las escenas del 1º de marzo. CFK en el Congreso. Apertura de sesiones ordinarias, número 133. En el contraplano aparecieron los Paraguas del 18 de Febrero o la muerte de Alberto Nisman, pero en las calles hubo otras cosas. La idea de capitalizar doce años de gestión, de política. Se habló de agradecer. De cómo lloran cuando ven a Cristina. De cómo aprendimos a leer a Clarín. De que esto de ayer es un llamado de atención también para los que vienen. Y de que las críticas no son a ella sino a un proyecto. A un país.
11.30 a.m. Subte Línea B. Vagón de domingo. Un joven con un niño y una sillita plegable. Su esposa. La presunta hermana de su esposa. La presunta madre de ambas. La madre dice con cara de contenta: “¿Mucha gente para un domingo, no?”. Y se responde: “¿O es que viajan todos al mismo lado?”.
A la altura del piso, los zapatos hablan de lo que hay arriba. Unas Nike gastadas, unas Adidas más clásicas, se balancean unas NB y, entre la madre y las hijas, el padre lleva unas zapatillas marca Puma. Hay chinelas sin marca. Hombres con remeras de MILES. Dos de un sol de Nuevo Encuentro. Suben cada vez más. Sigue la marcha. El tren baja la velocidad cerca del Congreso. Cada quien se levanta. Una voz de pronto se va a escuchar, exultante: ¡¡¿Quién no baja en la estación Callao?!! Y las Nike, New Balance y las Puma saltan. La madre canta. Las hijas entonan la canción del Pingüino.
Ya sobre Corrientes, en esquina con el City Bank, frente al puesto de diarios, dos señoras esperan el semáforo para cruzar. Una le dice a la otra:
–Y acá: ¿¿¿Los medios dónde están???
Un hombre vende banderas. “¡A diez!, ¡las banderas a diez!” Sobre plena avenida Callao, sus telas yacen entre la doble frontera formada por el Bauen, cooperativa recuperada de los años 2000, y las vidrieras de La Academia (Bar, Pool, Billares) de 1930. A esa hora, Callao está completamente vallada. Todavía vacía. Por ahí pasarán más tarde los granaderos y, más tarde todavía, la propia Cristina. Por las veredas intentan avanzar hasta el Congreso los des-afiliados de banderas más grandes u orgánicas. La llamada gente suelta que quiere buscarse un lugar camina por la vereda hasta que otros vienen pegando la vuelta. Hay poco espacio. Otros salen por los costados, hacia las calles laterales, para intentar acercarse.
Allí van los Viñas por ejemplo. Carlos, Cristina y Julieta, una de sus hijas, con dos de los nietos. Por atrás, los siguen Yamila Pagura, Ezequiel Cavia y los cuatro niños: Tania de 2, Nazareno de 6, Ambar de 8, Ayu de 15. Pasan pibes de la Agrupación Scalabrini. Se acerca la Plaza donde todo se encuentra más claramente enmarcado entre banderas.
Entre las afiliaciones y desafiliaciones hay cuatro que observan parados desde una esquina. Dos de ellos son más jóvenes, italianos, que acaban de casarse en Rosario Central, de la cual evidentemente son muy fans. El es periodista. Se llama Luca Rastello, es del diario La Repubblica de Milán, un diario con una política editorial complicada, pero eso no es lo importante. “Yo creo que lo que pasa en mi continente, como lo que está pasando en Grecia, España, lo que está pasando en Italia mismo, empezó aquí en 2003 –dice Luca–. Y estoy aquí porque me interesa ver cómo Argentina contesta. Me interesa ver cómo responde a la política internacional financiera. Es algo que para mi país es importante de escuchar y de ver.” A su lado alguien celebra. Otro lo presenta en el grupo a un ex funcionario del gobierno de Hermes Binner.
Comienza a llover. Alguien dice que la lluvia es buena para el campo. Cristina habla. Una pantalla muestra el adentro y el afuera. El sonido es malo. Algunos se van. Otros dicen que es una lluvia pasajera.
Flavio Núñez, 52 años, corredor inmobiliario, tiene tres hijos. “Los tres militantes”, dice él: uno de La Cámpora, otro trotskista y otro anarquista. Tienen 17, 20 y 23 años. Su esposa no militó; él estuvo en la Juventud Guevarista en su vida de estudiante secundario, anduvo en el MTP hasta La Tablada. “Vine para apoyar a este gobierno y a Cristina –dice–, y a demostrarle a la gente que hay quienes queremos que siga. Que bancamos. Siempre están buscando una razón para mellar la figura de Cristina, esto es claro, pero esto no lo hacen sólo por ella. Lo hacen porque quieren mellar el proyecto. Lo que quieren es sacar el proyecto, no es sacar a la Presidenta.”
Ludmila Man, 26 años, ex estudiante del IUNA, actriz, niñera. Mate en mano y un termo preciosamente dibujado. “Estoy acá. Siempre vengo, pero hoy vine especialmente porque es un momento importante. Porque quiero seguir manteniendo mucho de lo que se hizo. Por eso digo que soy de venir, pero este año vengo con más énfasis. Eso. Un poco por todo lo de Nisman y porque es su último discurso también.”
En la zona de banderas, la lluvia va y viene. Florencia es una joven de 19 años de Del Viso que vino a una marcha por primera vez. Hay otras, no tan jóvenes, como Nuria Olivares. Es una de las tres mujeres de un grupo que se autoproclamó Las yeguas de la morocha. Hicieron un grupo en Facebook, y decidieron salir después del 18F. “Jamás, jamás viene a una marcha”, dice ella horas más tarde. “Siempre lo miraba por tevé y disfrutaba igual, pero esta vez me pareció que venir era una responsabilidad.” Sus amigas dicen esto mismo. “Cristina es una gran líder.” O “Es un libro abierto”.
La voz de CFK se oye muy bien en la zona de El Molino. Los paraguas vuelven a cerrarse. Un grupo de mujeres (¡¡muchas mujeres!!) del Movimiento Peronista Auténtico de Quilmes, Varela y Solano se acoplaban a una repentina celebración, por ellas, por todo el pueblo, dicen, e incluso por todos los que no vienen y los que están en contra. “No se dan cuenta de que lo que van a perder si vuelve el neoliberalismo a este país”, dice Miriam Arbert, una referente del espacio, aclamada por un “eso”, “es así”, entre las compas.
Un dron pasa por la Plaza. Alguien pregunta si es una cámara de Macri. Otros creen que puede ser de Clarín. En diagonal, un enorme dibujo de Papel Prensa cuelga sobre un edificio con la cara Ernestina y Magnetto. La Plaza, por las dudas, saluda al dron con las manos en V.
Cristina habla del aumento del salario mínimo y vital. Las banderas suelen ser muy distintas. Una que dice, “La ciencia con Cristina”. Otra, “Sedronar”.
De nuevo sobre Callao, las vidrieras sirven de refugio. Osvaldo Gutiérrez y Silvia Suñer no se dieron cuenta de que están en una del HCBC. Cuando lo notan piden clemencia: ¡Poné que es el Banco Nación! Trepados a donde sea, él dice que es jubilado, escritor, de 67 años. Ella, empleada de comercio, 57. “Yo soy peronista desde el ’55 ponele –dice Osvaldo–: vengo de familia peronista, papá peronista y apoyo a Néstor y Cristina desde la primera época. Y vine porque creo que hoy tenemos que estar todos. Todos acá. ¿Por qué? Porque el ataque es grande y cada vez se agudiza más. La gente debe ver que somos muchos los que apoyamos.” Silvia dice poco. Osvaldo le dice: ¡Pero contá tu historia, amor, contá! Y ella cuenta que no es peronista ni kirchnerista. “Que durante el período presidencial empecé a comprender que Cristina está con el pueblo. Por la deuda, los planes, YPF, cosas que no las hizo otro gobierno. Creo que por ser mujer muchos la odian, por sus cojones.”
Eduardo Slutzky hacía esquina en Perón y Callao. Fue uno de los referentes de los asambleas populares de 2001, con aquello de piquetes y cacerolas. El era presidente del centro de comercio de Liniers. “Cuando recibimos a la columna de más de 50 mil piqueteros que venían de La Matanza, ergo piquete y cacerola, gente sin trabajo, nosotros los recibimos con las persianas abiertas, mate cocido y pan. Y de ahí marchamos con un sello con la clase media que nos parecía definitivo y vimos, para darte un dato de color, a las rubias de ojos celestes rompiendo los vidrios de los bancos hasta que les devolvieron los ahorros.” En estos días, dice él, no me sale bronca. Estoy triste. Las cacerolas están en otro lado. Pero hay un signo de aliento. “Los jóvenes”, dice Eduardo. “Los jóvenes que en el año ’90 se encontraron atados de pies y manos por un modelo que no les daba ninguna salida. Fijate. Levantemos los ojos y miremos la cantidad de jóvenes que hay hoy en el Congreso. Está lloviendo. Me estás haciendo la nota y está lloviendo. Cae agua y la gente se queda. Es decir, aunque sea un detalle de color, estos jóvenes pudieron encontrar en la política una forma de sentirse representados. Y a partir de ahí, del amor, no desde el odio, poder empezar a crecer. Hay cuestiones que faltan, que hay que mejorar. Pero siempre pensando en este modelo. No volver a los años ’90 otra vez.”
Afiche. Avenida Callao
Lado A. En la Ciudad, Humberto Tumini. Alguien escribió en la frente con un fibrón: “Estás con Binner, pelado botón?”.
Lado B. 1º de marzo todos al Congreso. Yankees ni lo intenten. Cristina somos todos.
Un joven con bastones avanza por la marcha. Hay pibes con radio de cancha. Otros comparten auriculares. Otros se amuchan alrededor de un auto en una de las laterales. Elsa López, 75 años, de Barrio Norte y veraneo en Pinamar, se cuidó especialmente de no llegar a la marcha con remera combinada con los zapatos como suele usarlo. Usa ropa Cacharel. Vestidos importados. Ya le dijeron varias veces que tenía un look del 18F. Ella se ríe. Lee Página/12. Dice con orgullo que tiene varias amigas con las que toma el té. Y se levanta de la mesa cada vez que critican a Cristina porque tienen el coraje de criticarla, pero se van de vacaciones a Miami.
CFK está terminando. Habla de la AMIA, de las dos versiones de la denuncia de Nisman. “La verdad es que tiene fundamentos para todo y nadie le llega a los tobillos”, decía en el final Guillermo Rodríguez, 44 años, empleado de comercio. “Vine para apoyar, pero también para que el que siga en el gobierno y se quiera correr, tenga que saber que está toda esta gente para decirle que no.”
En Callao y Corrientes comienza a volver parte de esta masa que llegó en el subte. Abajo, en uno de los andenes, Maxi mira sin poder entender. “Todavía nadie entiende que esto es el kirchnerismo”, dice. “Ni nosotros, ni los otros. Mirá esas caras. Mirá esa mujer. ¿Vos te creés que esto es para Macri.? ¿Te creés que esto es para Scioli? No. ¿Vos viste lo que irradia esa mujer? ¿Vos te das cuenta de que cuando pasa la gente llora?”
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