EL PAíS › OPINIóN
Una multitud que escucha. El discurso, el repaso de los logros. La AMIA, un eje central. El Poder Judicial y la Corte puestos en cuestión. Los ferrocarriles y algo sobre el estatalismo. El nuevo marco internacional, según Cristina. Su capital político y su gravitación actual.
› Por Mario Wainfeld
Dejemos de lado en esta nota (no por irrelevantes) las polémicas acerca de la cantidad de manifestantes que hubo ayer comparados con los que participaron del 18F. Fueron dos movilizaciones multitudinarias, con distintas banderas y composición. Dan cuenta de cuán vibrante es la democracia argentina y de cuánto gravita en su lógica “ocupar la calle”.
Ayer participaron argentinos de un variado espectro social, con fuerte acento en sectores populares. Un abanico etario amplio, con alta proporción de jóvenes. Personas que fueron “sueltas” con familias e hijos combinadas con sectores organizados o encuadrados. Los territorios, La Cámpora y el Movimiento Evita agregaron número y euforia. Los precandidatos o aspirantes a algo trataron de demostrar capacidad propia de convocatoria.
Esta vez hubo mayor diversidad social, un perfil policlasista, una pertenencia política precisa, todas diferencias con el 18F.
Hay una forma de pensamiento que privilegia a la “gente” sin pertenencia definida, sin banderías y sin militancia. Es perfectamente lícita y válida. Este cronista difiere: la politización, la acción colectiva organizada y las identidades le parecen valores encomiables.
Los que pusieron el cuerpo testimoniaron su apoyo al gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Se movieron para bancarla y arroparla en su último discurso ante la Asamblea Legislativa, en un contexto espeso.
Quienes participan en un acto “de Cristina” hacen algo que no siempre se ve en esas tenidas, máxime si hay agrupaciones, disputas internas por el espacio, bombos, redoblantes, murgas, bares abiertos y oferta de choripanes o garrapiñadas. Escucharon y hasta les pidieron silencio a los compañeros. No es la primera vez ni la segunda pero no deja de ser notable.
La oradora rehúsa hacerlo fácil. Sus discursos desafían reglas de la comunicación política extendidas y, si se quiere, bastante comprobadas. Por lo pronto, son larguísimos. Ayer le puso más de tres hora y media, rondando su record de otros primeros de marzo. Además, explica cuestiones complejas con un vocabulario no concesivo, no promueve un aplauso fácil o hasta lo impide. No se interrumpe para fomentarlo.
La multitud la escuchó, elevó la temperatura con ella, se entusiasmo-alegró-enojó al ritmo de los crescendos.
Ya es tiempo de entrar al recinto.
Cristina Kirchner no lee sus discursos, lo cual no equivale a improvisar, tout court. Tiene preparado lo que va a decir, hace rato que se apoya en cuadros con cifras para no incurrir en pifias. El recorrido de ayer estaba concebido como es frecuente en ese tiempo de actos: pidiendo a todos los ministerios reseñas o datos de lo realizado, compilándolos y dándoles forma. El conjunto es abundante o hasta barroco. A veces se mezclan acciones de gran importancia con otras de menor densidad. En un momento, al que ya aludiremos, cambió el eje y el tono. Venía siendo bastante amable, para lo que es la media presidencial.
Se renuncia expresamente a la reseña íntegra o a la síntesis de una presentación frondosa. El introito fue consignar variables económicas macro.
El desendeudamiento externo como legado a los argentinos en particular y al próximo gobierno fue un punto central. Se mejoró el patrimonio colectivo, ensalzó, tras una dura herencia recibida “sin beneficio de inventario”. Sin duda generará controversias o refutaciones, aunque los datos a favor de su postura son apabullantes.
Cristina Kirchner siempre rememora su paso por las cámaras, “dialoga” con legisladores de la oposición. Ayer ensalzó, a veces son sorna, que muchas de sus medidas más valorables se tomaron con el concurso del Congreso. Vistas de cerca, algunas se hicieron ley con mayorías pluripartidistas (la ley de medios, algunas sobre salud) pero otras sólo con la bancada oficial.
Llevaba casi dos horas ante el micrófono cuando llegó al primer anuncio de proyecto de ley muy potente. Se trata de “la recuperación de la administración estatal de los ferrocarriles argentinos”. Habrá que esperar los detalles de la movida, que sintoniza con la tradición nacional popular. La oradora explicó que no la impulsa un afán estatista genérico, sino la necesidad de una administración seria. Si se alarga el argumento ésa es una clave del derrotero kirchnerista, que fue ampliando los niveles de intervención económica y nacionalización en función de cambios coyunturales o de escenario.
Entonces ironizó sin nombrarlo respecto del jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, y su flamante reivindicación de los valores del peronismo histórico. Bromeó con los legisladores del PRO, a quienes les pidió apoyo en función de esa supuesta coincidencia. El diputado Federico Pinedo, que fue aludido, respondió con buen humor, haciendo la “V” con los dedos.
Cristina le deja margen a la improvisación, a momentos coloquiales, a digresiones. Ayer su esquema previo se alteró ante la aparición de carteles pidiendo comisión investigadora y apertura de los archivos referidos al caso AMIA. Los exhibieron los diputados Claudio Lozano y Berta Arena. La transmisión oficial los dejó ver, con buena praxis.
La Presidenta se enojó, no quiso disimularlo y respondió recordando su trayectoria política en la investigación de la voladura de la AMIA. El cronista intuye que ésa fue una digresión o un desvío dentro de lo pensado.
Hubo bronca y precisiones de la Presidenta, básicamente tuvo razón. Primero porque hay pocos dirigentes argentinos que fueron tan coherentes y constantes en esa cuestión. Casi no hay ninguno de primer nivel que haya tenido tanto trato con los familiares de las víctimas.
Además, a los custodios del “estilo” que ya se hicieron oír y perseverarán, vale recordarles que en estos días protagonistas con responsabilidades públicas le faltaron el respeto a su investidura y a la verdad. Se la acusó de responsabilidad penal, no sólo en el encubrimiento sino también en la muerte violenta del fiscal Alberto Nisman. Sería ideal que todos contuvieran su verba. Pero si algunos incurren en desmesuras tan salvajes como infundadas no tienen derecho a pedir que la Presidenta se muerda la lengua.
La oradora reclamó que la Corte Suprema rindiera cuentas sobre la investigación del atentado a la Embajada de Israel. La Corte menemista era presidida por el juez Ricardo Levene (h.), una momia que se movió poco. La causa fue un fiasco total. Jamás se supo nada ni tampoco se le dio un cierre en forma legal. La actual y más meritoria composición de la Corte tampoco avanzó o siquiera informó. Se puede inferir que la abandona por imposible pero es correcto pedirle que se haga cargo.
Cristina se preguntó por la pasividad del Estado de Israel respecto de ese atentado.
Al Poder Judicial en general, y a la Corte en particular, les cupo un reproche por su transigencia con las medidas cautelares express que salen como por tubo, tras abundantes fórum shopping. Es otro hecho real, que exorbita las potestades de ciertos jueces.
Seguramente el presidente del máximo tribunal, Ricardo Lorenzetti, se hará cargo de esos cuestionamientos del discurso cuando “abra el año judicial”, una costumbre que inventó para instalar su figura en el ágora.
La coyuntura internacional fue tema en varios momentos, se los sintetiza. Cristina habló de un nuevo orden, muy distinto del anterior, surgido recientemente, hace “6, 7 u 8 años” remontó, dándole un pase gol a la producción de los programas televisivos de Diego Gvirtz. Los puntos de partida fueron dos: la defensa de la relación con China (y con el Mercosur, menos enfáticamente) y el contexto de los atentados a AMIA y la embajada.
La Presidenta interpeló a sus adversarios a pensar en términos de “po-lí-ti-ca”, sin cerrazón ni lecturas colonizadas. No primó un aire conspirativo ni se colaron demonizaciones en su cuadro de situación. Reseñó el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos con Cuba y con Irán, como pruebas de un nuevo escenario. Explicó que la interrelación entre Estados Unidos y China es permanente. Sopesó las relaciones comerciales entre Alemania y China como parte de la explicación de la severidad germana respecto de otros Estados que integran la Unión Europea. Describió un mundo interdependiente, interpreta este cronista. Llamó a abordarlo sin anteojeras.
Volvió a la carga contra el “partido judicial”. Se internó en el asombroso documento del fiscal Alberto Nisman, aquel en que pide la intervención del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ensalzando la política del Gobierno referida a la investigación de la AMIA. Fue incorporado como prueba al expediente que tramita ante el juzgado de Daniel Rafecas. El magistrado lo describió en detalle. La incoherencia salta a la vista, cuesta darle sentido. En todo caso, refleja un asombroso doble standard en documentos emanados del mismo fiscal. Tan chocante es la evidencia que el diario Clarín no la mencionó en la inmensa mayoría de las notas sobre la decisión de Rafecas.
Antes de salir a saludar a los que estaban en la Plaza, la Presidenta repitió la reseña de las mejores medidas de Gobierno. Apeló a la síntesis selectiva, en vez de la acumulación del comienzo: tal vez el impacto para quien las oyera es mayor.
Casi todas son acciones de alcance nacional, cambiando el eje respecto de lo que regía en 2003. La reestatización del sistema previsional, la ampliación del universo de jubilados, la cobertura para amas de casa, para los trabajadores en casas de familia, para laburantes sin aportes completos.
También las convenciones colectivas anuales, el Consejo del Salario, la Asignación Universal por Hijo, los planes Progresar, Pro.Cre.Ar. y Conectar Igualdad. La lista sigue y habla por sí sola, no es relato hueco: son realizaciones y conquistas.
Su despedida del Congreso tuvo abundantes factores comunes con discursos anteriores con una tonalidad especial.
El pueblo soberano resolverá quién la relevará. Entre tanto, se fue del Congreso en su último año con un apoyo que no tuvieron en momentos similares (y por motivos diferentes) presidentes anteriores de otro signo. Raúl Alfonsín levantó nobles banderas y generó avances perdurables pero terminó en caída libre. Carlos Menem eligió un modelo nefasto pero logró revalidarse en las urnas, manteniendo una dañina y engañosa estabilidad económica. Eduardo Duhalde y Fernando de la Rúa debieron irse antes de tiempo envueltos en represiones sangrientas a movilizaciones populares. Bien distintos entre sí, mejores, peores o irrescatables..., a pocos meses de entregar el mando ninguno contaba con el capital político de Cristina Kirchner. Desde ya, el futuro (resultado electoral incluido) no está escrito. La Presidenta, por ahora, sigue en el centro de la escena.
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