EL PAíS › OPINION
› Por Damián Pierbattisti *
El umbral de tolerancia de quienes personifican al bloque social que enfrenta a la fuerza política que ejerce el gobierno del Estado fue puesto negro sobre blanco en el ya antológico artículo de José Claudio Escribano del 15 de mayo de 2003: “Podríamos pasar por alto una tercera conclusión, porque las fuentes consultadas en los Estados Unidos por quien esto escribe difieren de si se trata de la opinión personal de uno de los asistentes o de un juicio suficientemente compartido por el resto. Sin embargo, la situación es tal que vale la pena registrarla: la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”.
¿Puede advertirse en esta definición un “intento desestabilizador” a un gobierno que ni siquiera había comenzado? Lo que no deja lugar a dudas es que habilita un campo de amenaza inquietante, particularmente cuando es proferida por un insigne representante de un importante sector social que supo traducir tales amenazas en hechos sociales específicos, y por los cuales los responsables de haberlas materializado fueron juzgados por la Justicia ordinaria de nuestro país en el marco de la política de Memoria, Verdad y Justicia. El pliego de condiciones que la clase dominante le había acercado a Néstor Kirchner, cuyo rechazo se trocó en amenaza, es descripto por Horacio Verbitsky (“Los cinco puntos”) tan sólo tres días después. En el cotejo de ambos artículos se dibuja el perímetro por el que transitan los dos países en pugna.
El artículo de Escribano tiene la notable virtud de exhibir de manera taxativa cuál es el centro de gravedad de la confrontación actual entre dos proyectos de país claramente antagónicos. La clase dominante sabía a la perfección que había perdido el gobierno del Estado porque la adhesión popular al programa neoliberal se fue debilitando a medida que la Convertibilidad fue arrasando con el mercado interno. La creciente ilegitimidad que iría ganando el tránsito de una porción cada vez más significativa de la clase obrera al desempleo, ya no tenía retorno. El espectro de Gramsci se les aparecía en sus peores pesadillas y les recordaba que tenían que hacerse mayorcitos y asumir que la crisis hegemónica que había suscitado la utopía neoliberal entrañaba la posibilidad de alejarlos del gobierno del Estado.
Escribano lo admite a regañadientes y deja caer su velada amenaza. Su lucidez descansa en un hecho objetivo y fácilmente demostrable. Acostumbrados a reaccionar antes de llorar sobre la leche derramada, Escribano advertía, correctamente, que Néstor Kirchner era no sólo un excelente lector de la crisis orgánica de la Convertibilidad, sino también alguien que estaba determinado moralmente a expandir los límites fácticos que impuso la democracia aterrada y tutelada, como sostenía León Rozitchner, por los sectores que hablaban por la boca del entonces director de La Nación. En la certidumbre anticipatoria de Escribano se advierten las razones que subyacen a tantos intentos por suscitar el cuestionamiento, liso y llano, de la legitimidad del gobierno elegido democráticamente en elecciones libres.
Es interesante volver sobre este amenazante visionario porque nos permite reconstruir una correlación de fuerzas en virtud de objetivos estratégicos. Para el bloque de poder, Kirchner era quien personificaba una fuerza social en ciernes que perseguía la voluntad de reconstruir la alianza social que había sido aniquilada con la dictadura cívico-militar. Este es el punto central: el poder corporativo no se siente tentado en absoluto en poner a prueba sus hipótesis. Si potencialmente lo harán, o no, poco importa. Lo único que cuenta es no correr riesgos. Y ese riesgo ya estaba presente en el firme rechazo de los cinco puntos a los que alude Verbitsky. A decir verdad, Escribano respondía con una amenaza a la que él mismo sentía con la negativa de Kirchner a volver a la normalidad, es decir, que el Estado sea conducido por quienes lo viven como sus legítimos dueños. En suma, el kirchnerismo nace al mundo con el estigma de la desobediencia al bloque de poder que “vaticinó” tan solo un año de gobierno.
Es importante este punto porque nos permite darles mayor volumen político y reflexivo a las múltiples ofensivas desestabilizadoras impulsadas por el bloque social que enfrenta al gobierno del Estado para erosionar su legitimidad. En tal sentido, me gustaría preguntarle a Escribano en qué pensaba cuando afirmó que “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”. Confío en la honestidad intelectual de Escribano y sé que no alegará fenómeno climático o desastre natural de ningún orden.
Especialistas en construir situaciones de disolución social, como el proceso hiperinflacionario que habilitó la posibilidad de crear el consenso social imprescindible para implementar el paquete de reformas neoliberales, cuyo resultado desastroso les costó el gobierno del Estado, y ante el intento de replicar una situación semejante entre noviembre de 2013 y enero de 2014, momento que coincide con la conformación del Foro de Convergencia Empresarial, el señor Escribano comprenderá mi reticencia a creer en la mano invisible del bloque de poder.
Pero no son todas malas noticias. Los muchos Escribanos tienen sus razones para enfrentar el horizonte histórico con una sonrisa. La ofensiva del poder corporativo desde su trinchera judicial, generosamente articulada con el grupo económico que, entre otras cosas, produce “noticias”, demuestra que la posibilidad de reconstruir la utopía neoliberal dista de ser imposible. Aunque enfrentan un problema que marca el límite de la forma real que asume la constitución de una fuerza social de derecha: puesto que no pueden plebiscitar en las urnas el contenido de un programa de gobierno exponiendo abiertamente sus líneas directrices, es comprensible su insistencia en generar una situación similar a la del bienio 89-90. Curiosa paradoja: el reino de la libertad sin restricciones a la que alude la doctrina neoliberal de gobierno se impuso en nuestro país con un genocidio. Es comprensible, entonces, que ese bloque de poder viva desde el inicio como una amenaza a la incipiente fuerza social que encarnara quien rechazó tajantemente su pliego de condiciones.
Cuando “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, como decía un amigo mío, y cuando la lucha por la hegemonía política se revela como algo mucho más complejo que una mera compilación de números y fracciones burguesas, siempre es útil regresar a los que pretenden ser los Escribanos de la Historia.
* Doctor en Sociología (Paris I - Panthéon Sorbonne). Investigador del Instituto Gino Germani/UBA/Conicet.
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