Sáb 14.03.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Expertos y pueblo

› Por Jorge Alemán *

En el régimen de dominación neoliberal, la apelación a los “expertos” es el recurso último que legitima las decisiones económicas y sociales. Los expertos aseguran con su conocimiento “especializado” que el poder ya no es una fuerza coercitiva, que no impone nada arbitrariamente ya que las decisiones se toman después de importantes evaluaciones y son únicas e irremplazables, porque emanan de la “propia realidad objetiva”.

Los expertos constituyen una pieza clave del dispositivo neoliberal, encarnan el control por parte del saber sobre la población que deja de estar constituida por “sujetos” y se presenta como cosas que deben ser gestionadas y calculadas. De este modo, recurriendo a técnicas contables, gráficos, esquemas teóricos que se presentan como universales, neutros y por tanto desinteresados, construyen el marco de la realidad. Y especialmente, los límites que no deben ser atravesados si no se quiere ser acusado de “irracional”. En este aspecto, los expertos no sólo se sostienen con este simulacro sino que dicho “programa” debe ser acompañado de una retórica que encubra del modo más eficiente posible los antagonismos sociales que se presentan como irreductibles... Por ello, junto a ese relato técnico hay una permanente referencia a los “valores democráticos” que funcionan como la coartada mayor de la estrategia neoliberal: presentar una decisión que nunca fue ni será votada, como si emanara del centro mismo de la democracia. Señalemos al pasar, que si se trata de la TV y las famosas tertulias, aun invitando a quienes sostienen una posición crítica y política con el dispositivo neoliberal, los programas están editados de tal modo que ya han secuestrado de antemano el sentido crítico que se quiere transmitir.

En este despliegue técnico, los expertos deben expulsar y reprimir la cuestión crucial y constitutiva de lo que llamamos lo social: la existencia de una brecha que condiciona toda la realidad y que ningún bien general construido bajo el modo neoliberal puede terminar de borrar. Finalmente, lo verdaderamente insoportable para el saber neoliberal, es que el antagonismo no puede ser absorbido por el espejismo de un consenso, porque es el antagonismo el punto de partida a partir del cual la realidad se estructura. Desde esta pendiente, el antagonismo es lo más “real” de la realidad.

Ese antagonismo es modulado históricamente con distintas significaciones. En nuestro tiempo se ha vuelto evidente el conflicto irresoluble entre los poderes oligárquicos-financieros y sus corporaciones por un lado, y por otro con los trabajadores explotados, los excluidos de distinto signo y las vidas desnudas y sin amparo que son atacadas en lo más íntimo del ser. Por ello, mientras hablen los expertos y determinen las reglas de juego de lo posible, lo que finalmente se produce es una abolición de lo político.

Lo político comienza cuando los expertos no tienen nada que decir, porque ellos han estado sólo presentes y han sido llamados a servicio para suturar la brecha del antagonismo social. Dicho de otro modo, lo político y el pueblo como sujeto, emergen cuando tiene lugar una práctica instituyente cuyo principio es radicalmente distinto al encuadramiento técnico y objetivo de los expertos. La práctica instituyente del pueblo es la acción colectiva por parte de aquellos que han quedado fuera en el cálculo de los expertos. Esa práctica instituyente que surge precisamente como la verdad del antagonismo es asumida por un sujeto popular cuya función principal es rechazar el ordenamiento jerárquico del saber de los expertos. Es evidente que con esta posición no se está sugiriendo que no se respeten las competencias teóricas y técnicas de cada área social. Estamos utilizando el término “experto” en otro sentido, ya que esas áreas pueden encontrar su verdadera operatividad cuando se emancipan del emplazamiento y la inercia que los expertos del régimen neoliberal han impuesto.

Ahora bien, cuando las prácticas instituyentes del sujeto soberano interpelan el relato de los expertos, empieza a surgir el verdadero rostro de los evaluadores de la realidad. Algo bien distinto al conjunto de argumentos que se presentaban bajo las apariencias de lo democrático. Aparece entonces el verdadero reverso de los especialistas económicos y técnicos, surgen las amenazas, las imputaciones, los chantajes que suelen ser modulados retóricamente según las circunstancias: “si no se cumple con esto o con aquello, la catástrofe es inminente”, “se ha gastado lo que no se tenía y ahora hay que pagar”, “es como una familia que consumió lo que no correspondía”, “hay que aprovechar la crisis y transformarla en una oportunidad emprendedora”. Y por último, el recurrente vargallosismo que ha hecho escuela: “el país se arruinó a sí mismo y no sirve buscar culpables ni aludir a “campañas en contra”. En una extrapolación perversa de la tesis sartreana sobre la “mala fe”, donde el sujeto debía responsabilizarse siempre de sus elecciones y no utilizar con “mala fe” argumentos sobre sus circunstancias adversas o su infortunio personal, el vargallosismo advierte, proclama sin ningún pudor que los países deberían actuar del mismo modo que el sujeto sartreano. Olvidándose del propio legado histórico, que habla de una larga secuencia de golpes, desestabilizaciones, masacres, asesinatos, desapariciones de todos los gobiernos o militantes que se hayan propuesto construir una contrahegemonía al neoliberalismo. Cada vez que un país se esfuerza por salir de los estragos del neoliberalismo y empieza a estar asediado internamente y por toda la prensa internacional, no puede referirse a ninguna “campaña en contra”, porque ya existe todo un dispositivo mediático que la presentará como una versión demagógica y paranoica de la situación. Y esto no se frena ni siquiera cuando ya se hace evidente la destitución programada internacionalmente.

El regimiento de expertos entrenados para dar argumentos al neoliberalismo mantiene como propósito esencial el de deshistorizar a las poblaciones, arrebatarles el sentido de sus herencias simbólicas y ocupar sin más el presente absoluto de las “leyes objetivas” de los expertos. Sólo la emergencia, siempre contingente de un sujeto popular soberano, puede abrir un hueco en el marco de la realidad construida por los expertos de la técnica.

* Psicoanalista y escritor.

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