EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo Aliverti
Los rebotes del caso Nisman, por más espectaculares que sean informativamente, no dejan de ser eso. El asunto se reinstaló gracias a componentes previsibles, pero es forzoso repetir que no tiene con qué sostenerse como columna monotemática.
La semana pasada comenzó con el impacto igualmente previsto de la alianza refrendada entre PRO y radicales. Duró poco, al revelarse nuevas andanzas del fiscal que sólo en parte se relacionan con su vida privada. Para variar, debiera regir un poco más de honestidad intelectual, no mucho, entre quienes argumentan que lo que se quiere es matar al muerto por vía de exponer sus costumbres en puticlubs y descansos caribeños. Allá ellos, quienes persigan ese objetivo. Mostrar la intimidad de Nisman, de todos modos, responde al espectacularismo del morbo en una proporción infinitamente más grande que los operativos políticos. Pero una cuenta en el exterior compartida con quien le proveyó el arma que lo mató y, entre otras perlas, el “vuelto” que Diego Lagomarsino debía acreditarle al fiscal, de sus honorarios estatales, todos los meses, profundizan la turbiedad del hecho y no son asuntos privados. Gente de buena fe estará preguntándose hasta dónde pudo haber sido manipulada políticamente, tras la pantalla de exigir el esclarecimiento del episodio. Reproducir el 18F es hoy impensable, a apenas un mes de que su realización fuera ostentada como el grito sagrado del republicanismo harto. No hay destino de permanencia para esa clase de maniobras, y en esta oportunidad la liebre saltó casi enseguida. Los órganos de prensa opositora sabían desde un principio que el caso desborda de núcleos y aristas complicados, en todo sentido, pero insistieron en lucirlo como blanco o negro. Gobierno sospechoso y sociedad indignada. Ahora les resulta embrollado salir del encierro que se buscaron, pero los dilemas éticos no les son preocupantes. La próxima esperanza la depositan en que el fallo de cámara avale al fiscal Moldes (...) y no al juez Rafecas, para investigar a la Presidenta en base al panfleto de Nisman. Aun cuando la ilusión se cumpliera, el proceso será largo y terminará en la obviedad de pruebas que no existen.
Váyase mejor a los indicios de este año de votaciones populares. Unos cuantos analistas –entre ellos se destaca el sociólogo y consultor Gerardo Adrogué– sostienen que, cualquiera fuere el resultado electoral, el país parece encaminarse por fin hacia una reconfiguración de su sistema de partidos políticos. No es una expresión de deseos, necesariamente, sino un registro objetivo. Desde 1983, sin perjuicio de expresiones testimoniales o pasajeras, con formato de organización partidaria o de figuras individuales, el escenario estuvo dominado por la alternancia en el gobierno de PJ y UCR, en Casa Rosada y en la inmensa mayoría de los estados provinciales. Hubo variantes, como la Alianza, conformada por radicales y viudas peronistas hacia finales de los ‘90, pero siempre partieron del mismo tronco. Otro tanto puede decirse de los orígenes del kirchnerismo, que sólo después se transformó en la “anomalía” capaz de autonomizarse. Pero no tuvo correlato por derecha y esa es quizá la novedad, llamémosle, surgida tras la Convención Nacional de los radicales que resolvió institucionalizar un sesgo conservador en componenda con el macrismo. En este punto conviene alguna aclaración, porque se atraviesa que Alfonsín está revolcándose en la tumba y que, más allá de la aprobación formal a Ernesto Sanz, merece ponerse en duda la obediencia del grueso ucerreísta. Justamente por ese factor es que cabe, primero, la pregunta de qué significa hoy la UCR como partido orgánico de voluntad unificada. La respuesta es: entre nada y muy poco. Tiene expectativas de intendencias y gobernaciones en provincias que, excepto Mendoza, carecen de relevancia electoral. El dato distinguido no es este último, sin embargo, sino el hecho de que las individualidades del radicalismo jugarán como les parezca según sea la conveniencia electoral del momento. Aquello que los radicales históricos definen como “un cura en cada pueblo”, cual expresión del tipo de poder al que aspiran, se convierte entonces en un espejo de la situación actual del ¿partido? pero ya sin disponer de liderazgos ni candidatos convincentes, ni mucho menos afirmación ideológica o fuertemente identitaria, en la pirámide nacional. A los radicales está esperándolos Mauricio Macri, si es que en las primarias se impone la potencia mediática del alcalde porteño por sobre sus ¿aparatos? distritales, o el conservador Sanz si ocurre lo contrario. Margarita Stolbizer, una persona honesta, dijo que el mendocino abdicará de su candidatura. Lo que termine siendo es derecha derecho viejo. Y cuando se suma la opción anti K del peronismo, encarnada todavía en el muy devaluado Sergio Massa como única chance presentada de opción presidenciable, aparece aquella probabilidad, alta, de que se configure una fuerza bien marcada hacia izquierda y otra hacia derecha. Fuerzas o movimientos tendenciales, pero ya sin las referencias partidarias que fueron invirtiéndose en los niveles nacionales y provinciales desde el recupero de la democracia.
La importancia de esa hipótesis, que el firmante suscribe, radica en poder situarse por encima de las incertidumbres electorales de este año. Hay dos ejes en torno de esas incógnitas. Uno lo personifica Daniel Scioli y se divide, a su vez, en otros dos. Por un lado el ideológico, gracias a que el mandatario provincial es visto como un “moderado” por propios y ajenos. Ese término es un eufemismo. En el manual de la simbología política, significa conservador sin duda alguna. Por otra parte, hay las especulaciones acerca de cómo jugará el gobernador bonaerense en el espacio kirchnerista donde nominalmente se mueve. La más mentada es que se presentará a las PASO dentro de esa área, la K, cuente o no con el favor explícito de la Presidenta. Que si las gana comenzará a independizarse paulatinamente del discurso cristinista. Y que de resultar victorioso en octubre, por mucho que pudieran haberlo entornado con las listas parlamentarias, seguirá el rumbo que le dicta su pragmatismo (otro rodeo retórico). En el segundo lugar de las conjeturas, figura que Scioli se baja de la superficie K y va por afuera con el muchacho de Tigre. Un Massa descendido a candidatearse por la gobernación provincial. Difícil que el chancho chifle, bien que no inverosímil, porque si fuera cierto que el kirchnerismo requiere de una variante electoralista por derecha en las PASO presidenciales y en las bonaerenses –como lo pronosticó el diputado Carlos Kunkel– también lo es que Scioli se ve obligado al amparo de Cristina. Esos ejes u otros cualesquiera redundan en conservador entornado o conservador “autónomo” con el concurso de lo que junte el antikirchnerismo pragmático. Y volviendo a los ejes principales, los macro, ya sin Scioli como protagonista excluyente de los laboratorios especulativos, el resto queda dando vueltas alrededor de lo mismo. Macri o Sanz, Scioli y Massa, Massa y Macri, Macri y Scioli, y lo que todo afiebramiento o juego analítico quiera permitirse, más tarde o más temprano habrá o se consolidará enfrente una conductora de espacio hacia izquierda que se llama Cristina Fernández –candidateada a algo o no, en persona o por la mística que supo conseguir– y un aglutinamiento de derecha que se llamará como se llame.
En el periodismo opositor operan que Scioli debe anunciar su propia fórmula y reclaman su inscripción en las PASO del oficialismo. Están apurados. Les preocupa la conciencia culposa de los radicales. No terminan de confiar en Macri, porque al fin y al cabo lo estiman como un ricachón sin estructura con, para empezar, dudosísima capacidad de enfrentarse a un peronismo instintivamente adverso a quien no es del palo, susceptible de generar condiciones que estimulen la añoranza del kirchnerismo. La apuesta del establishment se orienta a Macri, a estar por los signos mediáticos y algunas confidencias, pero es Scioli quien los dejaría más conformes y se guardan fichas a su favor. Como si fuera poco, el espacio de derecha formalmente constituido tras la Convención Radical de Gualeguaychú no tardó ni una semana en sacarse los trapos al sol. Sin importar a esta altura los vapores de Carrió, quien alertó que no piensa financiarse como Macri a 50 mil pesos el cubierto, empezó el cruce acerca de si habría gobierno de coalición (Sanz) o si el que gana impone condiciones y sanseacabó (Mauricio). Otra vuelta de tuerca, no más que eso, sobre una escena que no modifica lo antedicho sobre el panorama globalmente entendido.
Si Cristina le pondrá el cuerpo al candidato que mejor exprese sus convicciones ideológicas; si lo hará a dos puntas, como vaticinó Kunkel, o si no lo hará con ninguno dejando correr a todos por entender que ella debe estar por encima de la circunstancia electoral y después ver cómo quedan las cartas, es todavía un enigma al igual que una eventual candidatura con su nombre. Macri tiene su círculo rojo, compuesto por los grandes grupos económicos y mediáticos según él mismo confesó. El de la Presidenta es uno muy íntimo y es el único que conoce lo que decidirá. Pero también y como en el mercado de los conservadores, sea cual sea la resolución electoral, no cambia que a futuro de corto y mediano plazo se dibuja ese horizonte de dos grandes espacios a izquierda y derecha.
Seguramente, ninguna de estas líneas sirve para responder o aliviar misterios de la votación, que, en mucha gente, son inquietudes severas. Angustias, incluso. Uno mismo las tiene, es verdad, sin que eso signifique dejar de mirar más lejos que lo que da la vista de octubre.
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