EL PAíS › A 39 AñOS DEL GOLPE > OPINIóN
› Por Susana Rinaldi *
Hace tiempo, mucho antes de llegar aquí, un periodista televisivo en Buenos Aires me invitó a dialogar en relación a Argentina (entre otras realidades) inquiriéndome con respecto a la violencia que parecía haberse desatado de un día para el otro entre los ciudadanos, y aparentemente sin miras a detener su furia de los unos contra los otros. Reconozco que pensé la respuesta antes de contestar e hice mal. Debí haber respondido con la misma rapidez que me caracteriza cuando estoy segura de interpretar una realidad que no sólo nos toca de cerca sino que preocupa más de la cuenta, para la cual creo no equivocarme. Pienso que la violencia entre y contra la ciudadanía toda se generó hace muchos años, y fue aquella que hasta hace muy poco fue negada por algunos de sus protagonistas para nuestra desgracia. Esa violencia que promovió, de solo estar, un terrorismo de Estado –que se pregonaba democrático– diciendo y haciéndonos creer que éramos derechos y humanos. Fue ese mismo estado que señalaba sin pudor que “El silencio es salud” el que entregó su artillería al golpe del ’76 y que, bajo la consigna de liberarnos, promovió uno de los crímenes cívico-militares de lesa humanidad más brutales de la historia.
Hablar de violencia hoy, tratando de esquivarle el bulto a la memoria, a las persecuciones a mansalva, a la justicia que no existía y derechos anulados, es olvidar dónde comenzó el acostumbramiento a la maldad, sin poder recuperar hasta hace muy poco el derecho del otro a pensar diferente. Aunque nos duela, deberemos admitir que no aceptamos de buen grado que nos contradigan. La mujer es una campeona sufriente en este tema. Estadísticas que cuentan sobre mujeres asesinadas casi día por medio dan cuenta de este drama de género mejor que nada. Sin embargo, hay una fórmula periodística instalada ya, que pretende que la violencia es producto de una instancia actual. Naturalmente promovida desde este gobierno. Cuando no lo tengamos a “este gobierno” como excusa de supuestos males, que no son más que la reiteración de nuestras débiles conciencias, lloraremos en brazos de indignos representantes –que no se harán cargo– haciéndonos tarde responsables de la saga infinita de frivolidades que tanto han dañado a nuestra empobrecida política nacional.
Para aquellos desesperados sin remedio, y para nosotros que siempre hemos pretendido modificar desde nuestras conductas que proclaman el “a pesar de todo”, hay caminos abiertos que por suerte ya no tienen marcha atrás. Simplemente observando los nuevos ministerios de Cultura de la Nación y de Ciencia y Tecnología, sumados a los miles de alumnos que llenan los espacios de la nuevas universidades, entusiastas en aprender las modalidades que son las que los harán necesarios para ser aplicadas debidamente. No precisamente al tuntún..., sino desde conocimientos y prácticas del mismo saber y entender, al servicio de los demás, no sólo del propio.
Expreso desde estas realidades –que sí agradeceremos a éste y al anterior Gobierno– una realidad que pretende soslayarse en permanencia y que prepara un mundo mejor que la necedad de una política vetusta y quebrada en modo y forma, se niega a acompañar.
“Creo en la gente...” dice el poeta. Yo también. Sólo ansío que tome el tiempo perdido entre sus manos y recupere pronto la gracia de saber pensar, antes que sea demasiado tarde para todos.
* Agregada cultural de la embajada argentina en Francia.
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