EL PAíS
Los cables son del juez Galeano
› Por Raúl Kollmann
El extraño hallazgo de micrófonos en el juzgado de Juan José Galeano dejó varios interrogantes. El primero es si alguien está espiando al juez y a sus secretarios en la actualidad. Las pericias indican que el micrófono estaba desactivado. El segundo interrogante, que parece acercarse a la verdad, apunta a que los micrófonos y cables encontrados fueron puestos por la SIDE hace varios años y sirvieron para darle sonido a las filmaciones clandestinas que el propio Galeano le hacía a los testigos e imputados. El video más famoso es el que mostraba al juez negociando los 400.000 dólares que terminó pagándole, también en forma clandestina, al imputado Carlos Telleldín. Quienes trabajaron en el juzgado aseguran que los dispositivos fueron puestos en aquella época. Por último, queda el interrogante de por qué el magistrado hizo pública la denuncia cuando en verdad convenía investigar primero, determinar si alguien lo estaba espiando, y recién después dar a conocer lo que está pasando.
El juez Galeano denunció judicialmente el hallazgo del tendido de cables y el micrófono, ubicado dentro de un enchufe de la oficina del secretario Carlos Velasco. La causa quedó en manos de la jueza María Romilda Servini de Cubría que le ordenó los peritajes a la Gendarmería Nacional. Los primeros indicios señalan que el sistema de escuchas estaba inactivo, fue colocado hace varios años, aunque obviamente pudo haber servido para registrar diálogos recientes. De hecho, el magistrado se presenta como víctima de una operación de espionaje, aunque no queda claro quién podría estar detrás de la maniobra. Si el tendido es viejo, no cabe atribuirlo por ejemplo a que Galeano instruye la causa abierta por la reciente destitución del jefe de la Federal, Roberto Giacomino. Tácitamente lo que hace trascender su señoría es que tiene que ver con la causa AMIA, justito ahora que afronta gravísimas denuncias por su actuación. Todo indica que en el fallo del Tribunal Oral habrá un extenso capítulo destinado a enumerar las irregularidades, entre ellas el pago clandestino a Telleldín.
Para quienes conocen el funcionamiento del juzgado, el cableado fue hecho a fines de 1995 y principios de 1996, cuando el propio magistrado en acuerdo con la SIDE instalaron un sistema clandestino con el que se filmó en forma ilegal a testigos e imputados en el atentado. La cuestión era tan irregular que en el juicio oral del caso AMIA quedó probado que Galeano ordenó la destrucción de algunos de los videos filmados allí. El propio juez lo admitió en un escrito judicial y argumentó que los mandó quemar “porque no eran una prueba relevante”. La primera oficina a la que se le puso cámara oculta, cables y micrófonos fue una que cedió el fiscal Guillermo Montenegro –que ni se enteró de la cuestión– y allí filmaron a los protagonistas de la llamada pista carapintada. Pero casi de inmediato se instaló el cotillón de espionaje en la oficina del propio Galeano. La cámara oculta estaba en un perchero y el micrófono en el sillón del juez y también en su escritorio.
Pero no terminó allí la movida. En 1996, obviamente por orden de Galeano, la SIDE preparó otro estudio del estilo Gran Hermano, en el despacho de los secretarios Javier De Gamas y Velasco. Las filmaciones se seguían desde una oficina contigua a la de Velasco, donde trabajaban dos secretarias. Un escribiente del juzgado era el encargado de monitorear las grabaciones y le ponía rótulo a los casetes.
Quienes habitaron el juzgado en esos tiempos recuerdan un dato folklórico. Galeano tiene la costumbre de golpear los cigarrillos en los escritorios para compactar el tabaco, lo que producía un fuerte ruido y estropeaba las grabaciones. A raíz de esa manía, se sacaron los micrófonos de los escritorios y al menos uno se colocó en un enchufe. El último despacho que se cableó fue el de la secretaria Susana Spina. En esa oficina la cámara oculta se puso en un aparato de aire acondicionado. Las dos obras cumbre fueron las filmaciones de la negociación de Galeano con Telleldín. La primera de ellas se hizo en la oficina de Galeano y la segunda en la oficina de los secretarios. En uno de los tapes se pueden seguir los diálogos sobre el dinero que se le pagaría a Telleldín –al final fueron 400.000 dólares– para que impute a los policías bonaerenses. En escena aparece el magistrado negociando un supuesto libro, que en verdad era una excusa para pagarle a Telleldín en forma clandestina. El libro nunca se escribió, pero el trato igual se hizo. La otra grabación muestra al juez prácticamente indicándole a Telleldín de antemano qué foto debía marcar en un reconocimiento fotográfico: era la número cinco, la del hombre parecido a Diego de Rivera, el personaje de la serie “El Zorro”. Esa foto correspondía al subcomisario Raúl Ibarra, una especie de mano derecha del poderoso Juan José Ribelli, a quien servía tanto en la actividad policial como en las extorsiones, armado de causas falsas, acuerdos con delincuentes y otras lindezas propias de ese grupo de tareas mafioso que recaudaba cifras millonarias.
Habrá que determinar ahora si el cableado es el de aquella época o si hay interesados en lo que habla ahora el magistrado. Lo más llamativo es que Galeano hizo la denuncia y la difundió, cuando lo mejor –según todos los especialistas– era hacer una investigación silenciosa para determinar si el sistema seguía funcionando y, en ese caso, apuntar con certeza a los responsables. El camino del juez fue otro, se presentó rápidamente como víctima, con lo cual, si alguien lo estaba escuchando, a esta altura ya desconectó el grabador y se mandó a mudar. En los pasillos de Comodoro Py todos apuestan a que estos cables son la herencia de su promiscua relación con la SIDE de los tiempos de Carlos Menem.