EL PAíS › EL HIJO DE SUS DíAS
› Por Eduardo Fabregat
“Compramos el Página, leemos a Galeano.” En “Los Salieris de Charly”, León Gieco supo sintetizar una de las tantas dimensiones del uruguayo: su nombre como contraseña. Como a tantos de mi generación, leer Las venas abiertas de América Latina significó una doble revelación: la de enterarse con pelos y señales del latrocinio sufrido por el continente a manos del imperialismo, y la de entender cómo funcionó el sistema de control de la información en la educación argentina. Avanzar esas páginas vino acompañado de la recurrente pregunta: ¿cómo nunca nadie nos contó esto?
Galeano nos abrió puertas y ventanas. Galeano fue la contraseña en la mochila: aquel que estaba leyéndolo era otra alma similar en búsqueda de tapar los agujeros que nos dejó la dictadura.
Y más allá de esa dimensión política Galeano fue, también, esa deliciosa combinación de cultura, poesía y tablón: en él conviven las profundidades literarias del Libro de los abrazos, Memoria del fuego o Bocas del tiempo con el ardor de El fútbol a sol y sombra o la apasionada selección de textos de Su majestad el fútbol. Galeano contuvo, contiene, tantas cosas, que basta cruzarse a cualquier perfecto/a desconocido/a y atisbar un Galeano bajo el brazo para entender que de arranque ya hay una coincidencia esencial. Y que éstos son días de profunda tristeza y no hace falta explicar de más: simplemente, porque Galeano.
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