EL PAíS › EL HIJO DE SUS DíAS
› Por Hugo Soriani
El cartel de bienvenida que escribieron Paula y Jorge, mis hijos, para recibir a Joaquín, su nuevo hermano.
El dibujo que en una servilleta del bar Gildo, de Corrientes y Medrano, hizo Adriana, una compañera a la que siempre amé y nunca nos amamos. Adriana desapareció en el ’76.
El aro de Laura, mi mujer, que se desprendió en nuestro abrazo, cuando me dijo que estaba embarazada.
Un pedazo de vidrio de la cárcel de Caseros que rescaté entre los escombros, luego de que Néstor la terminara de demoler.
La pequeña libreta con tus palabras, que sacaste del bolsillo y me regalaste la otra noche, cuando cenábamos juntos.
Son las cosas que nunca voy a perder.
Gracias, Eduardo.
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