Sáb 09.03.2002

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

ENSUEÑOS

› Por J. M. Pasquini Durán

En el estado actual de necesidades, la derecha local quisiera tener un Silvio Berlusconi, el exitoso empresario de la política italiana, mientras la izquierda envidia a Brasil por Lula, el recurrente candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Un extremo y el otro del abanico partidario nacional fantasean con que algunos de sus prototipos podrían ser tan funcionales como aquéllos, pero apenas repasan nombres, al margen de los valores individuales que cada quien les otorgue, aparecen las patas cortas del ensueño. Los fantasiosos de un lado mencionan dos nombres. Uno es el de Ricardo López Murphy, el sudoroso pero fallido ministro que se dejó humillar por Fernando de la Rúa aceptando viajar por la mañana a un encuentro internacional en Chile como miembro reconfirmado del gabinete y al regresar a la noche había perdido el conchabo oficial. El otro es el debutante Mauricio Macri, joven pero ya rentista, una profesión que suscita algunos recelos en la Argentina de estos tiempos. En la otra vereda, también hay un par de cartas: Elisa Carrió, pertinaz anunciadora de inminentes partos de la historia, y Luis Zamora, un político que de tan independiente suele transmitir la sensación de abrumadora soledad. En materia de sustitutos, según comentan los frecuentadores de la intimidad oficialista, los que más le preocupan al presidente Eduardo Duhalde son los gobernadores de su palo, tanto que a veces teme que alguno de ellos quiera apresurar los tiempos, excitado por la presunta facilidad del trámite debido al acoso múltiple de problemas y demandas sin solución que se apilan a diario ante las puertas de la Casa Rosada.
A propósito, los moradores de la sede nacional del Gobierno sostienen que el grosor de los muros los aísla de los bochinches externos, como si estuvieran en una campana al vacío. No vaya a resultar que los ataques súbitos de sordera y de indiferencia que suelen afectar a los gobernantes, en lugar de ser la consecuencia de una predisposición natural a decir una cosa y hacer otra termine siendo una cuestión de arquitectura antigua. ¿Será por la aislación que los gobernantes son los últimos en enterarse de la desafección popular, aunque los ciudadanos la expongan con gritos y ruidos de cacerolas? Alfonsín antes de las elecciones de 1987, Menem antes de las de 1997, De la Rúa antes del 20 de diciembre último, ¿no la vieron venir o no pudieron evitar la rodada? En el entorno duhaldista están dispuestos a creer que la gobernabilidad está afianzándose y que la fatiga de la protesta civil terminará agotándola a lo sumo en un par de meses. Más aún: el Presidente anunció que el próximo 9 de julio, dentro de cuatro meses, los argentinos celebrarán, con la efemérides, la alborada de la resurrección. Una perspectiva de semejante optimismo aparece extraña para quienes miran lo que pasa cada día y todavía más para los que han decidido apropiarse de sus propios destinos, no sólo individuales sino además colectivos, en esa fenomenal experiencia, aún en pleno rodamiento, del asambleísmo vecinal, de los caceroleos, de la solidaridad piquetera y de todos los que han puesto en pie la dignidad de la condición humana.
Por lo general, los hombres del poder que se ocupan de los procesos económicos suelen dejar de lado los fenómenos de la conciencia social, tan poco predecibles hasta para los mejores analistas. Viene al caso una reflexión de Stefano Zamagni, profesor de Economía en la Universidad de Bolonia, que reprodujo Criterio en su última edición: “La ciencia económica moderna tuvo su parte de responsabilidad en la legitimación de ciertas formas de neocolonialismo, ciertas prácticas de explotación y en nuevas formas de pobreza. Hoy se trata de evitar la consumación de nuevos delitos: que el estudio de la economía termine destruyendo la esperanza en un cambio posible de la organización económica”. Quizás a esto se refería J. M. Keynes cuando escribió que “los economistas no son los guardianes de la civilización, sino de la posibilidad de la civilización” (Con respectoa profecías no escuchadas: El caso dramático de la Argentina, marzo 2002). Repasando opiniones como ésta, singular pero de ningún modo única en el exterior o en el país, no hay más remedio que confrontar los vaticinios optimistas del gobierno con su creciente disposición a conformar los requisitos que exigen los expertos del Fondo Monetario Internacional (FMI), y la conclusión surge inevitable: la experiencia indica que ambos elementos son incompatibles. El FMI es responsable directo de legitimar esas prácticas neocoloniales, de explotación y de pobreza masivas que mencionaba Zamagni y nada indica que haya modificado su tendencia a “la consumación de nuevos delitos”. Por cierto, como se dice, “la culpa no es del chancho...”
Cómo será el formidable poder de la economía transnacionalizada que sus lobbistas no son expertos en la materia sino políticos elegidos en las urnas. Esta semana, tres gobernadores (Salta, Neuquén y Santa Cruz) llegaron a la Rosada y al Congreso para defender los intereses de las petroleras exportadoras, oponiéndose a la aplicación de la retención del 20 por ciento dispuesta por el Poder Ejecutivo nacional. El trío aseguró que una medida semejante afectaría la economía de esas provincias, porque disminuiría las inversiones de las compañías privadas y las regalías que cobran los tesoros que ellos controlan. Escuchándolos, vuelve la memoria todavía fresca de Cutral–Có, Tartagal, General Mosconi, y otras localidades de esas provincias, cuyas poblaciones fueron condenadas a la miseria sin destino por el cierre de fuentes de trabajo controladas por esas mismas empresas que para tales gobernantes son benefactoras. En la misma remembranza aparece la oración que pronunció monseñor Estanislao Karlic, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en el último día de los Reyes Magos: “Hemos pecado mucho, robado mucho, mentido mucho. Que Dios tenga piedad de nosotros y nos ayude a cambiar” (06/01/02). Los ciudadanos más indignados traducen la piadosa aspiración en una consigna tan contundente como esquemática: “Que se vayan todos y que no quede ninguno”.
A la vista de episodios como los que se relatan en estos días, la tentación de compartir la exigencia es muy grande, aun a sabiendas de que la antipolítica es un concepto reaccionario, que hay políticos decentes en nuevas y viejas agrupaciones, algunos acorralados en sus corporaciones partidarias, y que no hay futuro mejor sin renovación política ancha y honda. En Italia, el proceso judicial de “manos limpias” contra la corrupción se llevó puesto un sistema de gobierno de cinco partidos y acusó en tribunales a más de dos mil empresarios y políticos, varios centenares condenados, dando lugar a la formación de dos nuevas coaliciones, una de centroderecha liderada por Berlusconi y otra de centroizquierda con la hegemonía del ex partido comunista, en la que se reciclaron dirigentes secundarios y militantes de los partidos desmembrados. El mismo Berlusconi, actual primer ministro, enriqueció en el negocio de la televisión y el entretenimiento porque fue favorecido por privatizaciones realizadas en ese clima de corruptelas anterior a las “manos limpias”. Ese es el hombre con el que sueña la derecha argentina. La coalición del Olivo, la de centroizquierda, perdió las elecciones porque se enredó en la “tercera vía”, según dicen la vía más rápida para llegar de la izquierda a la derecha.
Como se ve, ningún recorrido es lineal y directo, mucho menos los relevos, aunque “se vayan todos” o casi, son siempre lo que uno imagina en pleno terremoto. No hay otra, sin embargo, que intentar el cambio, lo que en buen romance aquí significa cuestionar a fondo al bipartidismo tradicional, como lo intentó el Frente Grande en su momento, aunque luego sus líderes cedieron al deseo de llegar cuanto antes a la “cultura del poder”, y así les fue. El Pacto de Olivos que firmaron Menem y Alfonsín, continuado hoy en la alianza de gobierno con Duhalde, no es otra cosa queel intento de supervivencia del bipartidismo exhausto. ¿Hay fuerza suficiente en la ciudadanía para modificar el paisaje hasta ese punto? Así lo cree el investigador francés en ciencias sociales Jean-Ives Calvez, asiduo visitante del país, que salió a responder un artículo que publicó Le Monde en París, en enero pasado, bajo el título “La Argentina ya no existe”. Calvez asegura lo contrario: “Es obvio que la Argentina aún existe, en muchas de esas personas sencillas y en la numerosa clase media que la caracterizaba. Se necesita, además, que el barco esté bien piloteado en estos momentos de duros reajustes. Tal vez resten aún, en estos días, períodos de anarquía y de ingobernabilidad, como dicen los argentinos. El país se recuperará, en todo caso, desde abajo, desde el fondo del pozo” (En Criterio, ibíd. cit.). Este optimismo difiere del oficial justamente en donde coloca la chance de recuperación, “desde abajo”, en lugar de pensar que es asunto de muñeca de los gobernantes.
El mundo mira hacia Argentina, con angustia, con temor, con curiosidad y ya es tiempo de que los naciones miren al mundo más allá de las opiniones del FMI o de la Casa Blanca. De no hacerlo así, jamás quedará en claro que el mundo sigue rotando en el mismo sistema solar pero nunca permanece igual. El de hoy ya no es el mismo que el de los ochenta conservadores de Reagan y Thatcher, la década perdida de América latina, tampoco el de la “tercera vía” de la socialdemocracia europea ni el de los redentores carismáticos. Tal vez sea el tiempo de las sociedades en acción y a los políticos tradicionales les cuesta imaginar los términos de esa nueva relación, así como en su momento la cultura machista comenzó a hacer agua ante el empuje de las exigencias legítimas de las mujeres. No es una circunstancia fácil para nadie, pero no hay sinos fatales de los que nadie podrá escapar. Si mañana Estados Unidos pide que Argentina le dé pruebas de amor, votando contra Cuba o enviando tropas a Colombia o, lo que es peor, trasladando a territorio nacional la aventura guerrera con la que Bush quiere ocultar sus propios problemas domésticos, ¿que harán los mismos que hoy se inclinan ante la voluntad del FMI? La buena mundialización significa que ninguna nación o pueblo puede diseñar el futuro sin tomar en cuenta a los demás, pero eso no implica subordinarse al más fuerte en nombre de la propia debilidad. La humanidad hoy sería peor si las mujeres, una tradicional minoría en las relaciones de poder, se hubieran rendido a la tradición en lugar de soñar y construir otro horizonte. Desde abajo, desde el fondo del pozo.

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