Lun 25.05.2015

EL PAíS  › LA PRESIDENTA ENCABEZó EL TRASLADO DEL SABLE DE SAN MARTíN

La espada que simboliza la soberanía y la independencia

Después de 48 años, el sable corvo fue restituido al Museo Histórico Nacional. Cristina Fernández celebró que “la espada que liberó a medio continente” quedará “en exhibición permanente” para que “todos y todas puedan conocerla”.

› Por Alejandra Dandan

A las dos de la tarde bajo ese sol que siempre termina saliendo, Cristina Fernández recibió de mano de una mujer y un varón del Regimiento de Granaderos a Caballo el sable corvo de San Martín. Esa espada que “nunca se manchó de la sangre de un compatriota” y es considerada un ícono de la defensa de la soberanía nacional, fue recuperada por el Museo Histórico Nacional después de 48 años, cuando el general y presidente de facto Juan Carlos Onganía ordenó su traslado, custodia y reclusión en la sede del regimiento ubicado en Palermo. Hoy el sable es la pieza más valiosa del museo. Cristina Fernández no habló durante la ceremonia, pero a ese silencio le sobraron las palabras. Más tarde, se expresó a través de las redes sociales (ver aparte) y destacó que “la espada que liberó a medio continente” quedará “en exhibición permanente” para que “todos y todas puedan conocer el célebre sable corvo de José de San Martín”. Como dijo la directora del Museo Histórico, Araceli Bellotta, que “lo reciba la Presidenta, esta Presidenta, que en su tiempo le toca defender la soberanía y la independencia de otra manera, no con armas pero sí con gestos, como ante los fondos buitre, hace de éste un momento histórico exacto para que el sable vuelva a este lugar”.

El sable recorría las calles de la ciudad de Buenos Aires bajo la mirada de quienes se asomaron a participar del trasladado en un Jeep de granaderos, en compañía de sus caballos. En la Catedral de Buenos Aires el arzobispo y cardenal primado de la Argentina, Mario Poli, besó al sable. CFK los esperó frente a la entrada del museo nacional, sobre la calle Defensa, en un extremo del Parque Lezama, a esa hora repleto de adultos, de niños y niñas, de banderas y de escoltas de la Ciudad y de las escuelas del conurbano bonaerense que se acercaron a festejar.

Ante el vallado estuvieron los integrantes del gabinete nacional, como Teresa Parodi, ministra de Cultura, y Agustín Rossi, titular de Defensa, quienes firmaron el decreto presidencial que ordenó el traslado. También el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández; el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo; el secretario general de la Presidencia, Eduardo “Wado” de Pedro; el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, y numerosos intendentes del conurbano, entre muchos otros.

“El sable es el arma que acompañó a San Martín durante la guerra de la independencia y que él legó a Juan Manuel de Rosas”, decía la locutora durante la ceremonia. “Fueron sus descendientes quienes decidieron donarlo al Estado Nacional, en 1897, bajo la custodia del Museo Histórico Nacional.” Durante casi siete décadas, el sable se exhibió en una sala de este museo, pero en los años ’60 el arma fue apropiada en dos ocasiones por la Resistencia Peronista en reclamo de la restitución del cuerpo de Evita, del levantamiento de la proscripción y del reclamo por la vuelta de Perón. En esa línea, levantada por el peronismo que además marcaba la continuidad entre San Martín, Rosas y Perón, cuando el sable fue recuperado por segunda vez ya estaba la dictadura de Onganía. El dictador ordenó la reclusión y custodia.

El desfile en esta vuelta al origen fue “conmovedor”, dijo Parodi. “La gente siguió el traslado en las calles, con los chicos saludando a los granaderos que siempre despiertan una gran emoción. Como dice la Presidenta ‘tenemos Patria’ y hemos recuperado los símbolos patrios.”

Durante la ceremonia nadie habló de “restitución” sino de “traslado”. Los granaderos del presente no quieren quedar asociados a la historia oscura. Serán ellos, de hecho, los que encargados de aquí en adelante de su custodia en un espacio especialmente preparado.

La Presidenta agarró el sable con sus dos manos para ubicarlo dentro de una cápsula de vidrio. Alrededor del arma, sobre las paredes, en pequeñas vitrinas, la misma sala guarda los sables de Manuel Belgrano, Manuel Dorrego, Guillermo Brown y Juan Manuel de Rosas. Un poco más lejos están las espadas y espadillas de Lucio Mansilla y de Juan Gregorio Las Heras. Y antes de llegar a esa sala, el museo replanteó los espacios para pensar, como antesala, una sala de “las armas del pueblo”, donde hay boleadoras de todos los tonos y dimensiones, trabucos y espadas usados por quienes pelearon por la independencia sin uniforme.

“Hace dos años este museo tenía dos salas abiertas. Hoy hemos completado todo el relato historiográfico desde los pueblos originarios hasta 1910. Tenemos catorce salas abiertas. Tenemos un San Martín interactivo a quien la gente puede hablarle y él contesta. Abajo hay una sala de videojuego donde los chicos pueden jugar con los objetos de la historia. Y hoy recibimos el sable corvo del general, que es la pieza más valiosa de este museo”, dice la directora nacional de Patrimonio y Museos, Araceli Bellotta, a cargo del Museo Histórico Nacional. “Esta pieza había sido donada especialmente para estar aquí, y hace 48 años que no estaba, así que este es un día de alegría enorme.”

El sable se lo pidió el primer director del Museo a Manuelita Rosas. Ella lo donó a la República Argentina con el expreso deseo de que estuviera expuesto aquí. “Estaba muy custodiado en Granaderos, pero no era el lugar que sus descendientes querían. El decreto de la Presidenta lo que hace es devolverlo a este lugar con la custodia de Granaderos. Y simbólicamente ese sable representa a la soberanía y la independencia. San Martín se lo dejó a Rosas por la defensa de la invasión anglofrancesa, de manera que lo reciba la Presidenta, esta Presidenta, que en su tiempo le toca defender la soberanía y la independencia de otra manera, no con armas pero sí con gestos como ante los fondos buitre, hace de este un momento histórico exacto para que el sable esté en este lugar”.

Desde atrás de las vallas, se oía el “grande morocha”. Cristina se acercó hasta donde estaban los que se acercaron a ver el acto. Axel Herrera de la localidad de San Martín, se acercó porque quería darle una carta. Al lado, Moni, de San Telmo, tenía la cara pintada de lágrimas. “Para mí todo esto representa algo muy grande. Es la primera vez que vengo. Quería ver a la Presidenta, hablar con ella, me levanté de la cama porque tengo neumonía, pero mis hijos que están en Pilar me llamaron y me dijeron: mamá, levantate y andá.”

Miriam González es de Almirante Brown. Pide micrófonos para contar que en su casa tiene una réplica del sable que le hizo su suegro, matricero y joyero. “Lo tengo exactamente guardado en una caja muy chiquita para mis hijos. Así que me pareció muy importante estar presente. Es un momento histórico del país. Con las personas que hicieron las bases de este país, con Néstor y Cristina y todo su proyecto. Trabajo territorialmente y milito, y veo la realidad y el cambio de nuestro país.”

Unos chicos levantan la bandera en la hilera de los escoltas. Ricardo Siroco saca el teléfono para sacarles una foto. “Soy sanmartiniano desde muy chiquito”, dice. Visitó todos los lugares posibles. Desde la casa donde nació, el convento, y el 17 de agosto piensa irse a Potrerillos. “El sable es solamente una parte de eso que para mí es todo”, dice. Aníbal Fernández, poco antes, había hablado de esa idea de la espada que está manchada con la sangre de su pueblo. “Eso es –dice Siroco–. San Martín lo dejó bien claro: nunca las armas iban a estar en contra de su pueblo. Por eso digo que fue una traición de nuestros militares olvidarse del legado de San Martín.”

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