Jue 28.05.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Unidad opositora, liquidación del pluralismo

› Por Roberto Follari *

Si algo gusta a las oposiciones a los gobiernos populares latinoamericanos, es presentarse como paladines de lo democrático y del cuidado de las instituciones. Cuestiones ambas que suelen ser puestas en “contradicción performativa” (la que se da entre lo que se dice y lo que se hace al decirlo) de manera recurrente.

En cuanto a lo democrático, la búsqueda de enfrentar –cuando no directamente de desestabilizar– a gobiernos constituidos desde elecciones irreprochables deja claro que no está presente. Por el contrario, el desprecio por el voto popular es escasamente disimulado cuando se cuestiona a quienes –en el caso argentino– se dejarían llevar por “la coca y el chori”, a quienes se supone manejados desde políticas demagógicas y planes sociales, esos que son entendidos siempre como carentes de voluntad y conciencia autónomas.

Al indisimulado rechazo por la voluntad popular y por sus concretos actores (esos a que en nuestro país se desprecia con el naturalizado apelativo de “negros”), se suma el objetivo distanciamiento de cualquier cuidado por la institucionalidad efectiva.

Ejemplo notable es la protección al ancianísimo Fayt, dada como simulación de defensa de la Justicia; y también la expresión pública de que no se quiere dar quórum para llenar el quinto sitio de la Corte. Destaca también la permisión –cuando no la obediencia– hacia medios periodísticos que llevan la falsedad al paroxismo, como ha sucedido con los titulares inmediatamente desmentidos contra Máximo Kirchner y Axel Kicillof. Por cierto que podría continuarse con muchos otros ejemplos análogos.

Otra cuestión no menor al respecto es el total descuido por la representación ciudadana que se muestra cuando se pretende construir la “unidad opositora”. En el caso argentino, se trataría de un Frankenstein hecho de saldos y retazos, heterogéneo e incoherente, cuya única función es ser “antigobierno”, en una total carencia de direccionalidad valorativa e ideológica.

Dejemos de lado que tamaño engendro jamás podría gobernar seriamente a la nación. La Alianza con que De la Rúa desastró (y desangró) al país sería un dechado de armonía y claridad, al lado de la mescolanza informe que se conformaría con esta proclamada “unidad”, que de tal sólo tendría el nombre, y que implica a muchos más sectores que aquella que explotó en el 2001.

Pero más que los problemas operativos de gobernabilidad futura, veamos los de representatividad en el presente. Al heteróclito espacio de diferencias y multiplicidades, fuertemente enfatizado por toda la filosofía política y la filosofía a secas en las últimas décadas, se pretende reducirlo a una forzada homogeneidad, donde la amplia paleta de opciones políticas quedaría amalgamada en un menú unívoco y cuasi/obligatorio.

En tiempos de crisis de representación política a nivel planetario, encontramos a quienes quitan posibilidad a la población para expresarse. Si se es de la UCR hay ahora que votar a Macri –pues lo de Sanz no llega ni a candidatura testimonial–. Y, atentos a la voluntad de estos operadores políticos, hasta Stolbizer debiera resignar su candidatura, para constituir así un solo haz opositor donde toda diferencia sea abolida.

Flaco favor se hace al sistema político con esta maniobra liquidadora de la diferencialidad ciudadana. En tiempos de diáspora de valores, se trata de un cepo a la expresión de la misma y de un efectivo aporte a la falta de elaboración de las demandas ciudadanas por las ofertas electorales.

Algunos creen que en nombre del eficientismo toda decisión política resulta posible. Y, efectivamente, a menudo lo que no conviene igual puede ser realizado.

Luego, la realidad hace sus cobranzas a las decisiones mal tomadas. Tanto en lo referido a la gobernabilidad en caso de ganar las elecciones, como a la pérdida de legitimidad de la política en general; esto último al margen de cuál fuera el resultado electoral, y con efectos desde el corto al más largo y extendido plazo.

* Profesor de la Universidad Nacional de Cuyo.

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