EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Sigilosamente una vieja institución que ha vertebrado a la sociedad desde su raíz fue puesta bajo asedio. La foto del Congreso el miércoles aportó la metáfora de un viejo castillo feudal rodeado de una inconmensurable multitud mayoritariamente de mujeres. El Congreso no es el patriarcado, y en la foto sólo aportó la imagen, pero el asedio al patriarcado fue causa y consecuencia de la convocatoria “Ni una menos”. Fue convocada como repudio a la violencia de género y al femicidio, pero ambos son el síntoma del machismo que a su vez se asienta en la centralidad y dominio del patriarca. Al mismo tiempo, otra expresión simbólica del machismo entraba en crisis por la irrupción de un escenario geopolítico que eligió el fútbol como ámbito de sus conflictos. El estallido de la FIFA con escándalos de corrupción que salpicaron a dirigentes locales puso en evidencia que el viaje del deporte al negocio y del negocio a la corrupción fue casi instantáneo y alcanzó dimensiones planetarias y multimillonarias. La crisis en la FIFA se tragó la tapa de los diarios y los tiempos de radio y televisión y se impuso largamente sobre los altibajos de un proceso electoral que decidirá la suerte del país en los próximos cuatro años. Ya sea la peste naturalizada del machismo y la violencia contra la mujer o la formidable máquina de sueños y emociones que es el fútbol, pareciera que ninguna de las dos cuestiones fueran políticas, pero lo son esencialmente, atraviesan la política y hasta la condicionan. Y sería sano y lógico que ambos debates inunden las campañas electorales y se incorporen a las agendas de los candidatos.
La figura de una mujer en la Casa Rosada agrieta los muros del machismo, genera reacciones y rupturas. La oposición ha tomado muchas veces su condición femenina para atacarla, sobre todo en los actos públicos, de la misma manera que en su momento se hizo con Evita. No fue así con la ex presidenta Isabel Martínez de Perón, cuya imagen desbordada y manipulada por López Rega tendió a fortalecer los estereotipos machistas de la mujer. Desde el retorno de la democracia, el kirchnerismo ha sido el gobierno que más ha promovido medidas y leyes para cambiar la condición de las mujeres en la sociedad. Como consecuencia de esa orientación reactivó a las agrupaciones femeninas que habían sido relegadas en los últimos años del peronismo. Hay un número importante de nuevas leyes, medidas y programas que tienen que ver con la protección a la mujer, con el agravamiento de penas para el femicidio, con la persecución de la trata, con la protección de las madres pobres y para facilitarles trabajo a las mujeres que han sido víctimas de violencia doméstica.
Lidiar contra el machismo o el patriarcado tiene aristas filosas para la política porque pone en cortocircuito vías de circulación del poder en estas sociedades. Es un enemigo fantasma y la mayoría ni siquiera sabe contra qué está luchando porque son nociones internalizadas y naturalizadas incluso en quienes se proponen transformar esa situación. Una gran parte de esa batalla es introspectiva, está dentro de cada uno, incluso de las mismas mujeres. Las leyes y las medidas tomadas proveen un marco que puede propiciar la profunda transformación cultural que implica la erradicación del machismo en una sociedad, pero esas leyes tienen que ser aplicadas para dejar de ser nada más que un marco. Y la mayoría de las veces los encargados de aplicarlas actúan con los mismos valores que esas leyes tratan de suprimir. Si solamente fuera una cuestión de leyes y medidas, la erradicación del machismo y de los patrones de discriminación como forma de preservar privilegios y supremacías no sería tan difícil. Hasta en las mismas organizaciones que se plantean esa lucha se generan esas discriminaciones. Tanto en la izquierda más ortodoxa, como en las demás organizaciones populares, la militante también tiene que defender su territorio frente a subestimaciones, desplazamientos o desplantes y hasta abusos por su condición de género.
La sociedad crece por el camino de la convocatoria “Ni una menos”, erradica injusticias, se civiliza, construye ciudadanía y se democratiza. El movimiento social, sus representaciones políticas en las instituciones y la movilización cuestionan los viejos paradigmas y los arrinconan. Muchos se colgaron de esa convocatoria por oportunismo, otros más fueron empujados por la indignación sin profundizar en las causas, otros marcharon con mucha confusión y otros por que “no se metan con la vieja y menos con la nena”. Pero en la multitud, en la decisión iniciática de participar, en ese amuchamiento de carteles improvisados y confusiones se va despuntando el hilo de la madeja.
Con el fútbol, otro baluarte del machismo quedó en falsa escuadra cuando Washington decidió usarlo como un arma en su enfrentamiento con Moscú por la crisis en Ucrania. Un país sin tradición futbolera como Estados Unidos denunció por corrupción a jerarcas de la FIFA junto a altos ejecutivos argentinos de empresas relacionadas con el negocio de ese deporte. Estados Unidos trató de torpedear el Mundial 2018 que se realizará en Rusia y metió la cuchara en el marasmo de corrupción cuya existencia todo el mundo daba por descontada: coimas por la realización de los mundiales, el negocio más fabuloso del deporte.
Los hechos y las circunstancias fueron pulcramente detallados en la semana y dejan una reflexión que debería ser estremecedora. El fútbol en la Argentina y en muchos países y los Mundiales en todo el planeta tienen tantos millones de espectadores que no se pueden comparar con ninguna otra actividad del espectáculo, la política o hecho que se produzca en el planeta. Es la mayor atracción de la humanidad. Para miles de millones de seres humanos de todas las profesiones y condiciones sociales es el tema que más tiempo ronda en sus cabezas, llena el espacio del ocio, de alegrías y esperanzas, es el gran productor de sueños de la humanidad. Es un lugar tan importante y al mismo tiempo tan descuidado, abandonado a una deriva que propicia negociados y el abordaje de aventureros y delincuentes. Como si el territorio tan vulnerable del imaginario de la humanidad fuera entregado a corruptos y delincuentes para que lo administren. A pesar de esa centralidad, no existe una preocupación pública en ninguna parte del mundo que se exprese en algún tipo de presencia institucional, social o democratizante.
Empezó hace muchos años como una actividad social amateur, pero eso fue hace muchos años. Ahora es un tremendo negocio, con profesionales que se dedican full time y grandes empresarios que patrocinan a jugadores cuyos pases ascienden a cifras astronómicas y con pautas publicitarias millonarias más los costosísimos derechos de televisación. Millones de personas se movilizan en los partidos y cada uno de esos momentos se ha convertido en fuente de corrupción, desde el más elemental del estacionamiento, hasta la venta de drogas o las hinchadas y el alquiler de guardaespaldas de las barras bravas. La bola que se arma es tan voluminosa que termina involucrando en estos delitos a gran parte de la dirigencia, al mundo de los negocios y al de la política.
La crisis en la FIFA repercutió en Argentina. Los ejecutivos prófugos son argentinos y socios del Grupo Clarín en el canal de cable Torneos y Competencias. Pero desde la oposición también se involucra al oficialismo por su alianza con Julio Grondona cuando estaba vivo, para la realización de Fútbol para Todos. En ese caso, el Gobierno no tuvo alternativa. Para hacer Fútbol para Todos, tenía que acordar con los clubes representados en la AFA que dirigía Grondona.
No existe esfuerzo visible de las sociedades para hacer más limpio el fútbol. Se habla de juego limpio, pero de todo lo demás no se dice nada. Y quizás la crisis en la FIFA sea una oportunidad, pueda servir para implementar ese debate, generar la demanda y proponer ideas rupturistas, desde la elección democrática de las autoridades de la AFA que termina siendo la dueña del negocio por encima de los clubes, hasta algún tipo de reglamentación que penalice la relación de directivos y políticos con barras bravas o que dé más injerencia a socios y espectadores en la dirección de los clubes y de la misma AFA, que se transparente esa gestión de cara a la sociedad. Al igual que en la temática de los derechos humanos, Argentina tiene relevancia mundial en cuestiones de fútbol y puede ser una protagonista importante para impulsar ese debate. El fútbol necesita ideas nuevas. Es mucho más que un negocio y solamente está organizado como tal.
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