EL PAíS › REPORTAJE A FELIX CROUS, FISCAL Y DIRIGENTE DE JUSTICIA LEGITIMA
La marcha convocada por los magistrados conservadores no fue masiva y la disputa volvió a un plano concreto. Crous explica cómo funciona el corporativismo, por qué las subrogancias se discuten con falacias y cuáles son los puntos principales del debate político.
› Por Martín Granovsky
Ya sin el fiscal Alberto Nisman como bandera y con un poder de convocatoria débil para la marcha que reivindicó al juez subrogante Luis Cabral, la discusión dentro y fuera del Poder Judicial vuelve a un plano más concreto. Actual enlace entre la Procuración y el Poder Legislativo, el fiscal Félix Crous participa en el debate desde su lugar en la agrupación Justicia Legítima y su propia experiencia en el Poder Judicial: meritorio en el fuero correccional, empleado en la Cámara del Crimen, secretario de la Cámara Federal durante el juicio a Mohamed Alí Seineldín y a los jefes del Primer Cuerpo de Ejército y fiscal desde 1993, a los 26 años, cuando se convirtió en el fiscal más joven del país.
–La Asociación Nacional de Magistrados cuestiona estos días la forma de designar jueces suplentes.
–Hay una falacia. El acuerdo que les da el Senado a los conjueces que luego pueden actuar como subrogantes es el mismo que exige el Senado para los jueces. La designación del juez en una vacante transitoria se hará con la mayoría que establece la ley reglamentaria. La propia Corte Suprema fue rigurosa al respecto. O sea que el argumento es falaz. Y hay otra falacia más.
–¿Cuál?
–Una contradicción con la realidad misma. Recordemos que hasta la vigencia de la nueva ley de subrogancias el nombramiento de los subrogantes no solamente recaía sobre jueces sino sobre gente que a veces no tenía acuerdo originario de nadie. No venía de ninguna votación y no había requerido de ninguna mayoría. Es el caso de Santiago Ulpiano Martínez en Bahía Blanca.
–El secretario de juzgado que se convirtió en juez subrogante hasta que, el mes pasado, el Consejo de la Magistratura designó subrogante en Bahía Blanca al juez de Dolores Alejo Ramos Padilla.
–Sí. Martínez no tenía acuerdo de nadie. Nadie había examinado sus aptitudes para ser juez. Ahora, en cambio, con la nueva legislación, los posibles subrogantes primero reciben el acuerdo del Senado y luego la asignación de funciones por parte del Consejo de la Magistratura. Es hoy el mayor estadio posible de institucionalización de jueces suplentes. Una de las leyes que se discutieron antes y fue desechada preveía un sistema de selección preventivo para el caso de vacancias. Esos magistrados tendrían el mismo mecanismo de selección que un juez con la vacante preexistente. La Corte no le dio el visto bueno y hoy, entonces, estamos ante otro sistema.
–¿Mejor o peor que el viejo?
–Mejor. Y el antiguo, además, no se respetaba. Tengamos en cuenta que Cabral fue designado subrogante en una violación de la ley entonces vigente. En general el sistema de subrogancias fue caótico y se aplicó en medio de la violación de las propias normas por parte de aquellos que debían hacerlas cumplir.
–¿Por qué funcionó de esa manera?
–Consolidaba un sistema encapsulado de ejercicio del poder, en el cual los jueces eligieran a los jueces. Una parte de los magistrados siempre se quejó de la mayoría política en los organismos como el Consejo de la Magistratura, y muchas veces de la política en sí misma. Incluso en algunos casos las mayorías y las minorías fueron transversales. No en todos los casos votaron en bloque oficialistas y opositores. Hay un sector de los magistrados que ejerció y ejerce su peso. Ese sector tiene una tendencia histórica a la autorreferencia. A manejarse de un modo corporativo. Actúa en defensa propia y elabora y pone en práctica su mecanismo de reproducción. Cuando antes regía el sistema que solo consistía en el dedo del Ejecutivo más el acuerdo del Senado también muchos se quejaban en voz baja de cómo era posible que tuvieran que exponerse en el Senado como si fuera un examen.
–¿Menospreciaban al Senado?
–Peor todavía. Lo menospreciaban y al mismo tiempo a menudo se quedaban callados como jueces cuando una cámara maltrataba a un tribunal inferior en sentencias que conformaban un ejercicio abusivo de autoridad. El Poder Judicial entendido sobre la base de esa tradición autoritaria tiene una organización estamentaria, feudal, de jerarquías que fomentan el disciplinamiento como modo de pertenencia. El que cumple con esos rituales falsamente disciplinarios puede permanecer y puede crecer. En defensa de esos rituales cada tanto aparece un grito histérico que pretende presentar a los demás poderes del Estado como agrediendo al Poder Judicial. Cuando además el Ejecutivo está encarnado por un gobierno popular, peor. La antipatía aumenta y se potencia gracias a la actuación de medios de comunicación monopólicos que expresan a sectores poderosos. El sector conservador del Poder Judicial es receptivo a ese poder y a su vez ese poder concentrado usa a la corporación para ampliar, exagerar y manipular. Hay un acuerdo tácito. Una cartelización corporativa. Se trata de uno de los sectores corporativos que se transformaron en núcleos encallecidos y resistieron su reconversión con más éxito que otros.
–¿Como cuáles?
–Primero las Fuerzas Armadas, que se expresaron a través de los carapintadas y exageraron la mitología según la que nacieron antes que la patria mientras se apoyaban en códigos, escritos y no escritos, como el que reivindicaba un supuesto honor especial por encima de la propia Constitución. Después fue el turno de las policías gangsteriles. Su mito fue el martirio. El riesgo de la muerte de los policías colocado al estilo de una justificación para cualquier cosa, como si dijeran esto: “Somos un poco asesinos y un poco corruptos pero ponemos el cuerpo”. Hubo una intervención democrática sobre la corporación militar. Hubo una intervención democrática, sobre todo en las fuerzas de seguridad federales más que en muchas de las fuerzas provinciales. El Poder Judicial resistió más y mantuvo en buena medida su carácter de poder faccioso: cuando su rol corporativo se ve apenas amenazado busca alianzas por fuera del sistema institucional. Faccioso no significa necesariamente que sea aristocrático. Ahora vemos en el Poder Judicial una combinación de aristocracia deshilachada más una lumpen magistratura incorporada por el menemismo, con arribistas y nuevos ricos. Todos tienen un enemigo común en los intentos de reforma de la Justicia, con picos en los últimos años cada vez que los gobiernos kirchneristas impulsaron reformas más profundas. La misma Corte empezó un proceso de reforma que fue plausible, pero no alcanzó. Ni siquiera alcanza la renovación en los cargos. El fenómeno es de movimiento permanente.
–¿Y Justicia Legítima qué efecto tiene en este proceso?
–Somos una de las expresiones de un fenómeno en movimiento. Reflejamos que hubo ingresos graduales de otro tipo de magistrados y un avance vegetativo. Somos el cambio pero en buena medida los hijos de un cambio preexistente a la formación de Justicia Legítima.
–La mayoría de sus integrantes tienen más de 40 o 45 años.
–Y una carrera profesional que comenzó mucho antes. También tenemos una heterogeneidad que los demás no reconocen.
–¿No son infiltrados, como dijo Ricardo Recondo, de la Asociación de Magistrados?
–Sólo puede infiltrar el que pone un cuerpo extraño. Además del lopezrreguismo que fluye de esas declaraciones de Recondo, sintomático es que lo regular y lo natural, para ellos, son ellos, y los distintos son infiltrados. Hay un organicismo primitivo. Se activa el sistema leucocitario gorila. Y ponen también al Gobierno en el papel del segregado, el expulsado. Si sos fiscal y tu origen es La Cámpora no sos legítimo. Si simpatizás con alguna política del Gobierno sos un infiltrado. Los sectores corporativos de la Justicia son fundamentalistas: al núcleo rancio es un hereje. Es un fundamentalismo judicial. En mi opinión, además, tienen poco futuro. Aunque consigan muchas victorias, su destino es el de los carapintadas. Terminarán degradados por la historia. Nadie recuerda a Torquemada como un personaje que haya aportado algo a la historia de la humanidad. Serán recordados como los reivindicadores del antiguo régimen. La aparición de Justicia Legítima es una muestra más de que como todo proceso, también ése es reversible. Ahora la Justicia conservadora es una forma más de concebir la Justicia, cuando antes era la única forma que un joven empleado tenía a mano para pensar cómo pensar, pertenecer, quedarse y crecer.
–Sectores de la oposición, como el presidente del radicalismo Ernesto Sanz, parecen colocar el tema en la discusión política y no sólo corporativa. Llaman a votar por ellos entre otras cosas para cambiar la mayoría en el Consejo de la Magistratura.
–Puedo coincidir o no con lo que Sanz busque en última instancia, pero se trata de una posición política. Discutir en ese marco ayuda a que el Consejo pueda poner freno a la banalización del control de constitucionalidad que crea un gobierno de los jueces. Está bien discutir de política, porque el Poder Judicial no tiene capacidad determinante sobre los cambios. Y nos incluyo a nosotros, a Justicia Legítima. El Poder Judicial es un actor importante pero no protagónico. Incluso la Corte quedó reducida a un tribunal escuálido, no sabemos si de tres o cuatro miembros. Es un tema complicadísimo. No pierde su poder institucional pero se concentra en pocas manos.
–¿No es un problema que el Consejo de la Magistratura no haya garantizado concursos más masivos y veloces?
–El Consejo no logró ser un organismo eficaz, cosa que en todo caso es responsabilidad no sólo de las mayorías sino de las minorías. Entonces muchos jueces se eternizan. La contracara son suplencias larguísimas, desmesuradas. En la docencia es distinto. Los aspirantes de anotan, a veces los llaman, hay un concurso, hay suplencias, consiguen su titularidad... ¿Por qué en el Poder Judicial no puede haber una carrera normal como ésa? Desde que soy enlace parlamentario de la Procuración noto que las conversaciones en el Congreso son racionales, amables, respetuosas, incluso en medio de grandes diferencias. La espectacularización de la política hace mucho daño porque estimula a que algunos se engolosinen con un acting de su hostilidad.
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