EL PAíS › A DOS SEMANAS DE LA INTERNA ENTRE ANIBAL FERNANDEZ Y JULIAN DOMINGUEZ
Todos reconocen el liderazgo de Cristina, pero no hay un jefe nato del peronismo bonaerense como fueron Duhalde o Kirchner. En ese tablero Espinoza apuesta al desgaste y el jefe de Gabinete busca armar su propio sistema de fiscalización mientras los jefes de distrito dan muestras de un cambio de juego.
› Por Martín Granovsky
Las PASO instalaron en el peronismo bonaerense una disputa de crudeza inédita en los últimos diez años. El nudo es la interna por la candidatura a gobernador entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez. El trasfondo es quién manda en el conurbano. Y, quizás, quién se suma a un tablero de poder que incluye, como mínimo, a la Presidenta y al gobernador.
Hoy el peronismo del Gran Buenos Aires carece de una jefatura nítida y esa falta se refleja en toda la provincia. Todos los referentes locales se remiten sin vueltas al liderazgo de Cristina Fernández de Kirchner. Lo dicen en los actos y en los comunicados. Pero la Presidenta no opera personalmente distrito por distrito ni dialoga cara a cara todos los días con los dirigentes como hacía Néstor Kirchner.
En el caso de Kirchner se trataba de un hábito que le daba placer y de una necesidad surgida de una decisión tomada en el 2004: romper con Eduardo Duhalde.
En 2003 Kirchner llegó a la candidatura presidencial de la mano de Duhalde y se ganó el segundo puesto, que sería triunfador por la huida de Carlos Menem del ballottage, con la ayuda bonaerense de algunos intendentes y de Uatre, el sindicato de peones rurales encabezado por Gerónimo “El Momo” Venegas.
A mediados de 2004, ya con popularidad propia después de un año de gobierno, el entonces presidente decidió que negociaría directamente con los jefes del conurbano sin un gerente de por medio como lo había hecho Carlos Menem. Menem nunca logró ser él mismo el jefe de los peronistas bonaerenses. Los lideraba por intermedio de Duhalde.
En el viaje de ida, durante la escala en Praga rumbo a Beijing, un asesor cercano a Kirchner definió así el futuro: “No se puede hacer una guerra con coroneles y sin gente, y tampoco una con gente sin ningún coronel”. La alusión a los coroneles remite al poder de los intendentes del Gran Buenos Aires que pudieran incrementar las fuerzas propias del Presidente antes de una batalla decisiva, abierta o cerrada.
Mientras regresaba de su viaje a China, con muchas escalas porque el Tango-01 debía repostar combustible cada seis horas, Kirchner planificó su desembarco en Buenos Aires. Recorrería él en persona la provincia y tejería su propia relación con cada intendente. No usaría la coordinación de Duhalde. Caminaría con Felipe Solá, entonces gobernador, o sin Felipe Solá. Construiría su jefatura. Conquistaría a los coroneles uno por uno.
Kirchner inició el proyecto y profundizó sus relaciones con los intendentes sin romper al principio con Duhalde. Una parte de los dirigentes argumentaba que el ex presidente tenía una estructura que había que sumar incluyéndolo a él. Era la posición del ex jefe de Gabinete Alberto Fernández. Otra parte quería la jefatura directa para Kirchner. Lo sostenían figuras tan disímiles como Carlos Kunkel y Felipe Solá. El presidente desempolvó el plan completo recién en marzo de 2005, cuando se acercaban las elecciones legislativas de octubre. En otro viaje, dedicado a la entronización del papa Benedicto XVI tras la muerte de Juan Pablo II, terminó de redondear el plan de quedarse con Buenos Aires despidiendo antes al gerente. La forma de graficarlo, quedaría claro poco después, sería la presentación de Cristina como candidata a senadora ya no por Santa Cruz sino por la provincia de Buenos Aires.
Cuando en el Teatro Argentino de La Plata Cristina abrió su campaña aludiendo al Padrino, y no hablaba de cine, fue notorio que la batalla sería abierta y no sorda.
Después del triunfo de 2005 y la ruptura con Duhalde, Kirchner no dejó de cultivar su arraigo en la provincia de Buenos Aires, a tal punto que en 2009 se presentó como diputado nacional por ese distrito con el gobernador Daniel Scioli en la boleta de candidato testimonial. Perdió, pero no abandonó el territorio. Murió el 27 de octubre de 2010, tan dedicado a los temas de la Unasur junto con Rafael Follonier, el actual secretario de relaciones internacionales de Scioli Presidente, como apegado a cada interna del conurbano.
Tras la muerte de Kirchner la provincia quedó sin un dirigente full time del oficialismo dedicado a ella. Ni Cristina ni Scioli se ocuparon de reemplazar a Kirchner, y ningún coronel parecía en condiciones de tomar el mando como un nuevo Duhalde, que saltó de Lomas de Zamora al nivel de caudillo provincial.
Cuando este año apareció el escenario de las PASO, el panorama seguía siendo el mismo. Estaba claro el peso bonaerense, a tal punto que los dos principales candidatos del Frente para la Victoria, Scioli y Florencio Randazzo, provenían del mismo territorio.
La chance fugaz de que Randazzo fuera candidato único a gobernador sin internas fracasó cuando el ministro no hizo ni una prueba de bajar a la provincia.
Con Randazzo descartado, la Presidenta subrayó su intención de ordenar la competencia. Así, después de una reunión en la Quinta de Olivos, surgieron las fórmulas Aníbal Fernández-Martín Sabbatella y Julián Domínguez-Fernando Espinoza.
La inclusión de un kirchnerista no peronista como Sabbatella pareció apuntar a un doble objetivo. Por un lado, consagrar su incorporación al Frente para la Victoria después de haber sido funcionario de Cristina nada menos que en la Afsca, el organismo encargado de regular la aplicación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual. Por otro lado, cerrar toda chance de competencia o colectora por fuera del FpV tal como había sucedido en 2009, contra Kirchner diputado, o en 2011, contra Scioli gobernador.
El desafío para cada fórmula quedó más o menos de este modo:
- Aníbal Fernández tenía a su favor un alto nivel de conocimiento, un compromiso diario con la gestión kirchnerista hecho público como ministro del Interior y de Justicia y como jefe de Gabinete en dos períodos.
- Julián Domínguez había dejado el Ministerio de Agricultura con el prestigio del funcionario que pudo recomponer los lazos políticos del kirchnerismo con el sector agrario después de la crisis del 2008.
- Domínguez debía hacerse más conocido y reforzar su identificación pública con la Presidenta.
- Fernández estaba obligado a ampliar su aparato para la campaña y para el día de la fiscalización en el día de las PASO, el 9 de agosto.
- Domínguez confiaba en que la alianza con Espinoza significaría automáticamente el arreglo con los intendentes más importantes y que podía desentenderse de la necesidad de un aparato político mayor.
Esas ecuaciones, naturalmente, no son matemáticas. Ni un mayor nivel de conocimiento ni la captura de más y más porciones de una maquinaria electoral garantizan de por sí el triunfo en algo tan polinómico como unas elecciones. Los ejemplos abundan pero basta uno: en 1985 Antonio Cafiero le ganó a Herminio Iglesias el favor del peronismo bonaerense aunque, teóricamente, Herminio controlaba el PJ y Cafiero fue a los comicios con el pequeño aparato popular cristiano de Carlos Auyero.
Tal vez un error de apreciación sobre el Gran Buenos Aires derive del papel que el análisis otorgue a los intendentes en cada instancia. En rigor los jefes territoriales no garantizan la intención de voto, que habitualmente viene en cascada desde más arriba en la boleta: Alfonsín, Menem, Duhalde, Kirchner, Cristina, ahora Scioli. Muchos intendentes (no todos, porque en los últimos años algunos se arriesgaron a perder poder y, por ejemplo, soportaron el huracán Massa de 2013) juegan donde el caudal de votos les garantice no sólo un proyecto nacional y provincial afín sino su propia permanencia en el cargo a través del apoyo popular y del control del concejo deliberante. Los jefes del territorio son claves en la administración diaria del conflicto. Pero en elecciones su luz propia brilla muchísimo menos.
Como jefe del distrito más grande (La Matanza, con casi un millón de votantes) Espinoza dentro de la fórmula asumió hacia Fernández un papel más ácido que Domínguez. Trató de instalar que los bonaerenses debían votar una fórmula peronista pura, que los intendentes sólo apoyarían a su dupla, que Fernández se bajaría y, por fin, que Fernández perdería. También coincidió con argumentos del massista Solá sobre la política antidrogas y cuestionó al jefe de Gabinete por su estrategia de reducción de daños en la cuestión.
El tono llegó a ser tan agrio que Fernando Chino Navarro, del Movimiento Evita, sugirió en público bajar los decibeles. También exponentes de La Cámpora pidieron lo mismo. “Que le pongan un bozal a Espinoza”, opinó Horacio Bouchoux en la web de la Agencia Paco Urondo. Bouchoux colgó un video de Espinoza en el que lo veía durante un acto en Merlo con la familia Otacehé y preguntando entre risas: “Acá no hay nadie de la Federación Comunista, ¿no?”.
Escribió Bouchoux: “Salir a cazar comunistas, siendo presidente del Partido Justicialista y parado al lado de tipos siniestros que no dudaron en traicionar a Néstor y a Cristina, deja de tener gracia. El Movimiento es amplio. Lo sabemos. Pero este tipo de discurso, acompañado por esos personajes, no les apunta solamente a los que no tienen el carnet de afiliación, lo que de por sí ya sería grave. Es irresponsable desde todo punto de vista. Primero que nada desde el punto de vista electoral. Y es peligroso, no sólo desde ese punto de vista. Costó mucho reconstruir un peronismo que nos contenga a todos, a los que interpretamos de maneras disímiles y hasta contradictorias nuestro propio pasado como movimiento, tanto en los noventa como en los setenta”.
A sólo 14 días de las PASO es evidente que Aníbal Fernández no se bajó. Mientras la fórmula construye su sistema de fiscalización sobre la base de Nuevo Encuentro, pero también de estructuras sindicales como las que representa el moyanista Omar Plaini, algunos intendentes parecen menos comprometidos que al principio con Espinoza.
El influyente jefe de Florencio Varela, Julio Pereyra, ya dijo el lunes al programa Criaturas Salvajes, de CN23, que “en Florencio Varela vamos con las dos boletas”, o sea la de Scioli-Fernández y la de Scioli-Domínguez. Fue una novedad que acaso hable del olfato de los intendentes. Y aclaró : “No me hago eco de las críticas a Sabbatella”. El jueves nada menos que el jefe de Tres de Febrero Hugo Curto introdujo un matiz. Recordó la poca simpatía que genera Sabbatella pero anunció sobre la fórmula que encabeza Fernández: “Vamos a cuidar la boleta igual que cuidamos la otra”.
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