EL PAíS
Los médicos que buscan una salida por Ezeiza
En la Facultad de Medicina de la UBA se triplicaron las consultas de estudiantes y graduados en busca de un lugar del mundo donde ejercer su profesión. Piden pasantías como primer paso hacia la emigración.
› Por Alejandra Dandan
La fuga de cerebros continúa pero ahora hay un nuevo capítulo en marcha: la huida de los médicos. En febrero en la Facultad de Medicina se triplicaron las consultas de estudiantes y graduados que buscan desesperados una puerta que diga Exit. En un solo día tuvieron tantas consultas como solían oírse en un mes. Las colas frente al Departamento de Relaciones Internacionales a veces llegan a reunir a veinte estudiantes avanzados en busca de destinos tan inesperados como Paraguay, Costa Rica o Venezuela. Comparados con los números del país, los datos de Medicina son menores, pero impactan cuando se estudia la evolución de la demanda dentro de esta facultad. La mayoría está detrás de una pasantía. Intentan pasar diez meses en alguno de los hospitales universitarios que tienen convenio con la UBA. Pero la búsqueda no termina ahí: la mayor parte de los jóvenes rastrea países donde un examen de reválida les permita instalarse.
El relato del viaje de Cecilia Crisanti empezó hace meses en un hospital del estado de Houston. Ella hacía una pasantía en una de las salas de cirugía torácica donde “ni siquiera tenías que preguntar si había gasas o guantes: cuando los pedís, te preguntan `qué número de guantes` y ¡te los dan!”. Cecilia está graduada, es ayudante de Farmacología y sólo volvió a Buenos Aires para terminar la carrera. Ahora tiene dos opciones: hacer la residencia acá o conseguir el modo de irse para desarrollarse como investigadora: “Es que cuando estás allá no lo podés creer –cuenta–, el hospital tiene un edificio completo, de veinte pisos, sólo para investigar”. Por todo eso, dice Cecilia, convenció a su novio para viajar a Estados Unidos y abandonar los planes de ir a España.
Estas son algunas de las historias que desde hace unas semanas se escuchan en el primer piso de la facultad, un lugar poco acostumbrado al tránsito de tantos estudiantes. Después del receso de enero, la encargada del Departamento de Relaciones Internacionales, Mariana Jaureguiberry, abrió la oficina y cayó rendida: en un solo día atendió 65 consultas, la misma cantidad de trámites que antes le hubiese tomado un mes. Las consultas de todo el año pasado fueron unas 600, este año en sólo un mes atendieron a 150 personas. Por eso, Jaureguiberry se declaró en estado de emergencia: pidió una nueva secretaria y ahora cambió las consultas individuales de cuarenta minutos por otras un poco más populares: “Si no -se queja– ya no daba a basto: ahora los atiendo de cuatro juntos o de a cinco porque si no, no llego”.
El 80 por ciento de las consultas son de estudiantes a punto de graduarse. Buscan un lugar para hacer diez meses de las prácticas obligatorias exigidas por la currícula. Esas prácticas pueden hacerse en todo tipo de hospitales dentro del país o afuera.
Los pedidos y búsquedas están ligados más al fenómeno de emigración masiva que a cuestiones de perfeccionamiento o especialización. Y los argentinos parten con una ventaja comparativa: “Los quieren –asegura Jaureguiberry–. Saben tomar la presión, poner inyecciones y eso, por ejemplo, no lo hacen los españoles, que tienen una carrera con menos entrenamiento práctico”.
Eso le están explicando ahora mismo a María José Ferro, una de las estudiantes que está detrás de unos datos para hacer el internado. Aún no sabe dónde ir, dónde encontrará un hospital con convenios de la UBA: mientras tanto, irá aprendiendo. En la oficina le dieron una especie de solicitud tipo, y de paso un consejo:
–Vos insistí –le explicó la responsable del programa–: mandá un mail, reenvialo a la semana, y reenvialo después y después. ¡Cansalos!
–¿Y si no responden?
–Mandá un fax. Eso impresiona.
Al lado uno de sus compañeros avanza en busca de una pista para irse a Europa. Sebastián Cerrato está en uno de esos momentos que suelen ser cruciales para el mundo de los recién graduados: el examen de residentes. Sólo el 10 por ciento de los que se presenta, dice, logra entrar comoresidente rentado a algún hospital. El resto pierde un año esperando para volver a presentarse y se anota para hacer concurrencias no pagas. Frente a ese panorama, Sebastián elige dos caminos: estudiar y preparar su fuga. Mientras se prepara para el examen, tramita una parte de sus papeles italianos. Ahora además busca algún puesto de su especialidad en Portugal o en España.
Los casos no se detienen, como esa cola que sigue creciendo. En este momento, Daniela Rognoni avanza por el pasillo cargando bolsas, carpetas y papeles. En unos minutos habrá pasado a la oficina pero no estará más de un momento: ya no es estudiante. Daniela dejó la carrera cuando tuvo que optar por un trabajo. Como salía a las seis de la tarde ya no había más materias para cursar. Ahora no cursa pero además ya no trabaja. La despidieron en marzo y ese fue el momento donde se metió en Internet para buscar cómo retomar los estudios pero esta vez más lejos, en la universidad Autónoma de Madrid, en la de Santiago de Compostela.
En algún momento del viaje o dentro de algunos de los pasillos de la facultad, tal vez se encuentre con Cecilia, una de las que busca una pasantía para trasladarse a Valencia: su novio ya encontró trabajo en Ibiza: “Y Valencia porque está más cerca –dice Cecilia– de última sólo tenés que cruzar.”