EL PAíS › OPINION
› Por Oscar R. González *
Este jueves se cumplieron siete años desde que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner me tomara juramento como secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno, en un acto en el Salón Blanco durante el cual también asumieron el subsecretario Gustavo López y el titular de los medios públicos, Tristán Bauer.
En la edición del día siguiente, La Nación publicaba una caricatura de Nik: una foto intervenida del momento en que yo extendía mi mano sobre la Constitución para responder a la demanda de la Presidenta que me comprometía “por la Patria” a cumplir mi tarea. “Sí, me inmolo”, me hacía decir el caricaturista estrella del matutino derechista, en lugar del tradicional “Sí, juro” que yo había afirmado en voz alta y con orgullo.
Lo que hoy evocamos sucedía apenas unos días después de uno de los episodios más desgraciados de la historia política argentina, la pérfida deserción de un vicepresidente de su obligada lealtad con el poder del Estado que la soberanía popular le había encomendado integrar y representar.
Porque ese día en la Rosada aún se respiraba la frustración que había causado el artero voto no positivo, comprendí inmediatamente que la determinación de la Presidenta de incorporar a dos militantes provenientes de canteras políticas diversas como el socialismo y el radicalismo, ambos en su versión democrática y popular, no era sino el modo de exorcizar la felonía y ratificar la vocación pluralista de la construcción política kirchnerista.
Tras ese comienzo lleno de significación política vinieron días, semanas, meses y años de trabajo y militancia que coincidieron con un período de la historia durante el que se produjeron los cambios más importantes en la vida social y cultural argentina, amanecieron nuevos derechos y emergieron todas las potencialidades que habían sido oprimidas por las prácticas egoístas del pasado neoliberal.
A siete años de aquel inicio, y contrariando la profecía del dibujante, siento que, lejos de inmolarme, mi compromiso de entonces, aquel “Sí, juro” del 6 de agosto de 2008, me concedió el privilegio de ser parte, desde mi propia identidad y tradición política, de una etapa clave de la historia nacional en que la Argentina, de la mano de Cristina Fernández de Kirchner, se transformó en un país más justo, más potente, más solidario.
* Militante del Socialismo para la Victoria-FpV. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
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