EL PAíS › OPINIóN
› Por Luis Bruschtein
La oposición dice que hubo fraude y el oficialismo dice que no. Los números del oficialismo coinciden con las encuestas previas a las PASO y con los resultados de las PASO. No se entiende la razón por la que haría fraude si todo anunciaba que iba a ganar. Y además la diferencia es tan grande que el fraude tendría que haber sido monstruoso y evidente, lo que no fue tal. Pero el opositor sigue en sus trece, no le interesa la evidencia ni la lógica y porfía en la teoría del fraude. La idea del fraude ya no está relacionada con la elección en sí, con el acto de votar y de contar los votos, sino con la imagen que el dirigente opositor quiere mostrar de su adversario. Y con una estrategia consciente de deslegitimar a los ganadores de la elección.
A la oposición tucumana le resulta difícil romper el microclima que había creado a partir de su evidente mayoría en la capital provincial donde los medios cocinan el humor público. El radicalismo, Mauricio Macri y Sergio Massa juntos, a los que se sumó la voltereta del intendente de Tucumán, el ex oficialista Domingo Amaya, les dio argumentos para hacer creer que todos juntos eran más y crearon ese clima triunfalista de superioridad.
Finalmente todos juntos fueron menos y bastante menos que los votos del oficialismo. Y bajar de la altura a la que se habían empinado es duro. Fueron derrotados por los sucios, feos y malos en buena ley. Es duro de aceptar. La denuncia de fraude podría haber sido efectiva si la diferencia hubiera sido de dos o tres puntos, pero doce puntos es una cantidad prácticamente imposible de inventar. Con todos esos antecedentes, el fraude lo comete quien denuncia un fraude que no existió. No hay tampoco superioridad moral en esa actitud. Por el contrario, en este caso queda del otro lado.
El intento de torcer el resultado con la denuncia de fraude es una forma de contener a la alianza después de la derrota. Deslegitimar al adversario es un objetivo. Y el otro es colocarse en un lugar de superioridad moral que neutralice el desánimo de la derrota en su masa de votantes. Esconde también en el plano nacional la intención de que cualquier triunfo del oficialismo sciolista surja manchado, debilitado desde el comienzo. Pero al mismo tiempo es una expresión de debilidad, porque al crear el clima anticipado del fraude electoral, demuestran que dan por hecho el triunfo de Daniel Scioli.
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