Mié 16.09.2015

EL PAíS  › CARLOS FAYT PRESENTó SU RENUNCIA Y DEJARá LA CORTE SUPREMA EL 11 DE DICIEMBRE

No hay juez que dure cien años

Con 97 años y en medio de dudas sobre su estado de salud, el magistrado envió una carta a la Presidenta anunciando que se retirará al día siguiente de que Cristina Fernández finalice su mandato. El máximo tribunal quedará con tres integrantes.

› Por Irina Hauser

La mesa de madera lustrosa de la Corte Suprema donde se hacen los acuerdos tiene forma de decágono, cada lado con su silla. Fue adquirida para una composición de nueve jueces más el procurador/a general. Desde que el verano pasado quedaron sólo cuatro integrantes, hay más espacios vacíos que supremos. Algo que también cambió es que en los plenarios ya casi no hay debate. Todo llega armado y sólo hay que ponerle la firma. Durante sus 32 años en la Corte, Carlos Fayt disfrutó de asumir el papel del juez que desafía la normalidad instalada; era el que en medio de los acuerdos lanzaba los comentarios, chistes y las preguntas incómodas que nadie osaba hacer. Ayer participó silencioso de la reunión habitual de los martes hasta que, cuando estaba a punto de terminar, sacó un papel con la destreza raída de sus 97 años y anunció que era el texto de su renuncia. Ahí mismo, frente a sus colegas, lo extendió y puso la firma, extrañamente menos temblorosa que la del día que votó desde el living de su casa la cuarta reelección anticipada de Ricardo Lorenzetti como presidente del tribunal hasta 2019. Fue una escena de alto impacto, pero no sorprendió. Sólo llamó la atención la fecha exacta de su salida: el 11 de diciembre, un día después del cambio de gobierno. Un mensaje político, de quien anuncia que no quiere ceder su lugar a la administración de Cristina Kirchner pero que inevitablemente, al abrir una segunda vacante, precipita un debate y caminos de negociación hasta hoy bloqueados. ¿Puede el Gobierno proponer un reemplazante sin esperar a que el juez deje su despacho? En la Casa Rosada lo analizan. De la mano vendrán los cabildeos sobre el número ideal de supremos para el tribunal que, en los hechos, hoy ha quedado reducido a sólo tres personas.

La renuncia de Fayt, que se concretará diferida, es el reconocimiento implícito de que la Corte hace tiempo es manejada por un triunvirato integrado por Lorenzetti; su vice, Elena Highton de Nolasco, y Juan Carlos Maqueda, mientras que el juez nonagenario apenas si puede analizar las consecuencias de algunas decisiones y delega en sus colaboradores el contenido de sus votos. Ninguno de los integrantes del trío supremo –consolidado desde la renuncia de Raúl Zaffaroni en diciembre– se mostró consternado ante el anuncio oficial de Fayt. Se acercaron a saludarlo, palmaditas mediante, y le dijeron que le harán algún evento de homenaje y despedida. El juez saliente les dijo que la elección del 11 de diciembre se debe a que coincide con la fecha en que Raúl Alfonsín mandó su pliego al Senado, en 1983. La coincidencia con el cambio de mando presidencial obliga a agregar otra lectura. En la sala contigua, tapizada de retratos al óleo de todos los jueces supremos de la historia, esperaban los siete secretarios de la Corte. Siempre aguardan ahí hasta que los hacen pasar al acuerdo para que expliquen algún caso. Ni bien se abrió la puerta, Fayt los recibió: “Acabo de renunciar, pero voy a seguir trabajando hasta el último día”.

Quienes conocen a Fayt hace más de dos décadas lo imaginaban como juez de la Corte hasta el último día de su vida. La cuestión de su edad ya había sido tema de controversia cuando cumplió 75 años, el tope que establece la Constitución para jubilación de los jueces, y presentó una medida cautelar para quedarse. En 1999 consiguió que todos sus pares cortesanos, excepto Enrique Petracchi, declararan la nulidad del artículo de la ley fundamental reformada en 1994 que fijaba el tope de edad. Fayt tiene un repertorio de frases históricas que suele repetir a quien lo escuche. Algunas remiten específicamente al paso del tiempo. “El hombre tiene la edad de la mujer que acaricia”, le contestó a Lorenzetti cuando le preguntó cuántos años cumplía, en febrero de 2005, apenas se conocieron. La esposa de Fayt, Margarita Escribano, tiene 65 años. Los 97 actuales de él, contantes y sonantes, su ausencia casi permanente del Palacio de Justicia en el último año y, como broche, la aparición de su firma en el texto de la re-re-reelección de Lorenzetti, que decía que había estado presente en el acuerdo del 21 de abril cuando en realidad estaba en su departamento, dispararon la discusión sobre su continuidad.

El pico máximo de tensión fue en mayo, con la aprobación de una investigación sobre su condición psicofísica, en la Comisión de Juicio Político de la Cámara de Diputados. Fayt, quien había espaciado las estadías en su despacho para evitar todo aquello que pudiera enfermarlo, empezó a ir los martes a los plenarios. Con el correr de las semanas, su nombre se movió del centro de la escena y los diputados apenas tuvieron dos reuniones. Se generó el clima propicio para una salida con la menor carga de escándalo. Fue lo que acordó con Lorenzetti, a quien le pidió especialmente que difundiera el texto de su renuncia y lo ayudara a amortiguar suspicacias. El presidente del tribunal se valió mucho de Fayt en los últimos tiempos cuando necesitaba lograr mayoría y, mejor, unanimidad.

Dice la escueta carta de Fayt: “Tengo el agrado de dirigirme a la señora presidenta de la República con el objeto de presentar mi renuncia al cargo de juez e la Corte Suprema de Justicia, con efectos a partir del once de diciembre del corriente año. Saludo a la señora presidenta con las expresiones de mi consideración más distinguida”. El texto es casi la antítesis de la despedida de Zaffaroni, quien había escrito que se iba a los 75 años porque discrepa con el carácter vitalicio de los cargos. En la Casa Rosada, anoche ya preparaban la aceptación de la renuncia del decano de los jueces, que altos funcionarios calificaban como “previsible e inevitable”. “Así como el sol sale en el este y se pone en el oeste, Fayt tenía que renunciar, evidentemente no estaba en condiciones de seguir”, dijo el secretario de Justicia, Julián Alvarez. Con una cuota de mayor cariño algunos amigos parece, según el relato del abogado Jorge Rizzo, le dijeron lo mismo.

De acá a diciembre la Corte Suprema no prevé, al menos por ahora, muchos fallos de gran trascendencia. Entre los casos más calientes, es posible que reciba los expedientes sobre la validez constitucional de la ley de subrogancias y quizá también el que analiza el memorándum de entendimiento con Irán y el que implica a familia presidencial en el caso conocido como Hotesur. Están pendientes también algunas discusiones sobre coparticipación que interesan a Córdoba y Santa Fe.

En estos tres meses que quedan, elecciones presidenciales de por medio, hasta el cambio de gobierno, Fayt puede votar como siempre en las causas. Una vez que se vaya, los tres jueces que quedan necesitarán unanimidad para resolver expedientes, de lo contrario no podrán hacerlo porque hacen falta tres votos para que exista un fallo en una Corte de cinco integrantes. Si alguien queda en minoría, entonces deberán convocar a la famosa lista de conjueces. Lo que ocurre es que la Corte declaró la nulidad de esa nómina de abogados, aprobada por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado, así que deberá recurrir a los presidentes de las Cámaras de Apelaciones de todo el país. La realidad es que Lorenzetti se entiende cada vez más con el universo de la familia judicial, con el que desarrolló en estos años una empatía útil para cimentar su poder. La corporación de jueces es la que sostiene hoy su liderazgo, que alterna con alianzas políticas menos evidentes.

La partida de Fayt, que lleva a que haya dos vacantes, puede abrir chances de negociación sobre sus futuros ocupantes. Hasta ahora la oposición rechazó cubrir el lugar que dejó Zaffaroni, para el cual el gobierno postuló a Roberto Carlés. Que sean dos cargos, abre la posibilidad de satisfacer a más sectores. A eso se suma un posible cambio de relación de fuerzas en el Congreso. En parte, ceñir la discusión a dos cargos es lo que el presidente de la Corte prefiere: que el tribunal no se agrande, que concentren el poder la menor cantidad de jueces posibles. Pero la idea de una Corte más grande es tema de análisis de los candidatos a presidente. Lo que está claro es que del esplendor de la Corte conformado en los primeros años de kirchnerismo, queda poco y nada.

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