Sáb 26.09.2015

EL PAíS  › OPINION

La casa común y las tres T

› Por Washington Uranga

A Francisco se lo ha denominado, con justa razón, “el Papa de los gestos”. Es así porque en gran parte de los casos se ha servido de la gestualidad tanto para transmitir su mensaje como para reforzar aquello a lo que quiere darle relieve.

Sin embargo, en etapa norteamericana de la gira, la fuerza ha estado en las palabras. Primero ante el Congreso de los Estados Unidos y ayer frente a la Asamblea General de Naciones Unidas. Y el Papa no desaprovechó el escenario que se le ofreció, seguramente por mérito propio –conseguido por lo hecho en su pontificado hasta convertirse en una importante personalidad de la política internacional– y también por las necesidades que la comunidad internacional tiene hoy de encontrar figuras que aglutinen, que sirvan de referentes y cuya voz sea reconocida como autoridad, aun al margen de las objeciones que se le puedan hacer. Estas son algunas de las razones que ubican hoy al Papa en el sitio y ante la posibilidad de ser escuchado pero también de impulsar y promover iniciativas concretas para aquellos que, a su juicio y según todas sus manifestaciones, son los problemas más graves de la actualidad: la exclusión que genera guerra, el atentado contra el ambiente que degrada la dignidad humana.

Para hacerlo Jorge Bergoglio mantiene un discurso coherente en todas sus intervenciones y es el mismo que ayer desplegó hablando en español ante la asamblea de los representantes de las naciones. Tampoco allí perdió su estilo. Antes de ingresar al estrado desde donde se dirigiría al mundo, decidió encontrarse con los trabajadores de la sede de Naciones Unidas. Habló con los traductores, los cocineros, los encargados de la limpieza y el personal de seguridad. “Ustedes son expertos y agentes en el campo”, les dijo para valorar la contribución que con “su trabajo silencioso y fiel” hacen a las Naciones Unidas. Y después, en medio de un discurso cargado de mensajes fuertes, citó al Martín Fierro para argumentar en favor de la fraternidad y la solidaridad entre los hombres.

El discurso de Francisco siguió el mismo eje que viene sosteniendo en el último tiempo y que tuvo su expresión más sistemática en la encíclica Laudatio si (Alabado sea) sobre el cuidado del ambiente. En Naciones Unidas el Papa insistió en la necesidad del cuidado colectivo de la “casa común”, diciendo que esta, que es una tarea vinculada con el medio ambiente, no puede estar desligada de la atención a los “pobres”, los “excluidos”, los “descartados”, como suele mencionarlos. “El abuso y la destrucción del ambiente (...) van acompañados por un imparable proceso de exclusión” dijo, para agregar que “la exclusión económica y social es una negación total de la fraternidad humana y un gravísimo atentando a los derechos humanos y el ambiente”. Una y otra vez reclamó atención de la dirigencia frente a la pobreza, exigió justicia y afirmó que para que los excluidos puedan escapar de la pobreza extrema “hay que permitirles ser dignos actores de su propio destino”. En esa clave de lectura y ante los representantes de todo el mundo volvió a repetir el eslogan levantado el 9 de julio pasado en Bolivia hablando en la reunión de los movimientos sociales: techo, tierra y trabajo. Las tres T. Y agregó a ello la “libertad del espíritu, que comprende la libertad religiosa, el derecho a la educación y los otros derechos cívicos”.

Consciente de que los discurso abstractos pueden sonar vacíos y ser mal interpretados (en Bolivia cuando habló de “cambio” aclaró, “un cambio real, un cambio de estructuras” porque “este sistema ya no aguanta más”), ahora definió los contenidos de la “agenda para el desarrollo”: “acceso efectivo, práctico e inmediato, para todos, a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda propia, trabajo digno y debidamente remunerado, alimentación adecuada y agua potable; libertad religiosa, y más en general, libertad del espíritu y educación”. Casi un plan de gobierno.

No dejó de apuntar a los organismos financieros internacionales, que “han de velar por el desarrollo sustentable de los países y la no sumisión asfixiante de estos a sistemas crediticios que, lejos de promover el progreso, someten a las poblaciones a mecanismos de mayor pobreza, exclusión y dependencia”. Pobreza, exclusión, justicia y derechos fueron las palabras más asiduamente incluidas en el discurso.

El Papa hizo también un rápido diagnóstico del “panorama mundial” que, a su juicio, “hoy nos presenta muchos falsos derechos y grandes sectores indefensos (...) víctimas de un mal ejercicio del poder” por lo que hay que “afirmar con fuerza sus derechos, consolidando la protección del ambiente y acabando con la exclusión”.

Para alcanzar este propósito Francisco reconoció el papel y la importancia de Naciones Unidas, también como garante y salvaguarda de la paz mundial, y en general, de los dirigentes políticos. Pero pidió una “adaptación a los tiempos” para que todos los países, sin excepción, tengan una participación e incidencia real en las decisiones. Solicitó además respetar y aplicar “con transparencia y sinceridad” la Carta de las Naciones Unidas, “no como un instrumento para disfrazar intenciones espurias”, y recordó “las consecuencias negativas de intervenciones políticas y militares no coordinadas entre los miembros de la comunidad internacional”.

Fue enfático al señalar que, sobre todo los temas, “no bastan los compromisos asumidos solemnemente” o el “nominalismo declaracionista”, sino que se necesita de los gobernantes “una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica”. Pidió particularmente “acuerdos fundamentales y eficaces” para la Cumbre de Cambio Climático que habrá de celebrarse en París en noviembre próximo.

En síntesis, el discurso de un líder religioso que demuestra inteligencia política y compromiso con los problemas reales, y que decide hablarle a los representantes políticos en su propio lenguaje. Para que nadie se haga el distraído.

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