EL PAíS › EL PAPA FUE A LA ONU, AL MEMORIAL DEL 11-9, A UNA ESCUELA DE HARLEM Y AL MADISON SQUARE GARDEN
El día estuvo marcado por su atención a los inmigrantes, uno de los temas centrales de su visita. La misa en el famoso estadio la dedicó a “los ciudadanos de segunda categoría, los que esconden el rostro por no tener una ciudadanía”.
› Por Victoria Ginzberg
Cansaba sólo verlo. La ONU, el Memorial del 11 de septiembre, los niños de la escuela de Harlem, 80 mil personas en el Central Park y otras 20 mil en el Madison Square Garden. El papa Francisco, a sus 78 años, recorrió ayer Manhattan de Sur a Norte, pero el día estuvo marcado por su atención a los inmigrantes, que fue uno de los temas centrales de su visita a Estados Unidos. La misa en el famoso estadio, de hecho, la dedicó a “los ciudadanos de segunda categoría, los que esconden el rostro por no tener una ciudadanía”.
Después de hablar en la ONU, Jorge Bergoglio se dirigió al Ground Zero, donde rezó frente a las dos piletas que marcan como dos agujeros en la tierra la ubicación que tenían las Torres Gemelas antes de que fueran derribadas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. Francisco se inclinó para dejar una rosa blanca ante los nombres de las víctimas y habló con un grupo de familiares y socorristas antes de ingresar en el museo, donde compartió el acto con representantes de distintas comunidades. Estuvieron el rabino Elliot Cosgrove y el imán Jaled Latif, además de representantes del hinduismo, el budismo, el jainismo, el sijismo, el judaísmo, los nativos americanos, los musulmanes y de otras ramas del cristianismo. Francisco dijo que tenía una mezcla de sentimientos por estar en ese lugar, “donde miles de vidas fueron arrebatadas en un acto insensato de destrucción”. “Aquí el dolor es palpable”, añadió y mencionó que el agua que cae en el Memorial “nos recuerda todas esas vidas que se fueron bajo el poder de aquellos que creen que la destrucción es la única forma de solucionar los conflictos”.
“Este lugar de muerte se transforma también en un lugar de vida, de vidas salvadas, un canto que nos lleva a afirmar que la vida está siempre destinada a triunfar sobre los profetas de la destrucción, sobre la muerte. Espero que nuestra presencia aquí sea una potente señal de nuestras voluntades de compartir y reafirmar el deseo de ser fuerzas de reconciliación, fuerzas de paz y justicia en esta comunidad y en cualquier lugar del mundo”, sostuvo.
En los alrededores del Memorial, en la zona de Wall Street, los seguidores del Papa y los curiosos se amontonaron para intentar verlo pasar. Pero aquí no estaba prevista su aparición, así que lo único que se podía detectar era su figura dentro del auto. Esto no desalentó a los muchos que hicieron guardia con sus teléfonos celulares y sus banderas de distintos países latinoamericanos. Ni a los vendedores ambulantes que buscaban colocar sus remeras, banderas y pins de Francisco. “Ya está, ya está en el uptown”, decía un policía para que los fans desalojaran la zona. El Papa se había retirado a descansar. Su siguiente actividad fue en una escuela del Harlem hispano. Allí conversó con un grupo de niños, que tuvieron que explicarle cómo funcionaba una pantalla touch con la que habían preparado una actividad para mostrarle. El Papa se refirió en esa escuela a la experiencia de ser inmigrante, de extrañar la tierra y hacer nuevos amigos. Recibió como regalo de un grupo de jornaleros un casco y unas botas y les dejó un “homework” a los estudiantes: “Recen por mí”. También recordó al Premio Nobel de la Paz Martin Luther King. “El dijo un día: ‘Tengo un sueño’. El soñó que muchos niños, muchas personas, tuvieran igualdad de oportunidades. Él soñó que muchos niños como ustedes tuvieran acceso a la educación. Es hermoso tener sueños y poder luchar por ellos”, les dijo. “Sé que uno de los sueños de sus padres, de sus educadores, es que ustedes puedan crecer con alegría. Siempre es muy bueno ver a un niño sonreír. Acá se los ve sonrientes: sigan así y ayuden a contagiar la alegría a todas las personas que tienen cerca”, agregó.
Desde Harlem, Francisco viajó al Central Park, una zona más acomodada de la isla. Allí lo esperaron 80 mil personas, que querían estar cerca para verlo pasar en el papamóvil. Para acceder al lugar había que tener una entrada que se entregó a través de un sorteo, pero no faltaron los vivos que buscaron revenderlas por cien dólares. El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, y el arzobispo de la ciudad, Timothy Dolan, condenaron este hecho y dijeron que nadie debía comprar esos tickets. Finalmente tuvieron que prohibir la oferta en el sitio de Internet.
Los que sí tenían boletos empezaron a llegar muy temprano al Central Park. Había que pasar rigurosos controles de seguridad para acceder al área y algunos comenzaron a hacer la fila a la madrugada para estar bien ubicados. El acceso se abrió a las once de la mañana (la procesión se hizo a las cinco de la tarde) y sólo se podía ingresar con agua, una cámara de fotos y carritos de bebés. Mascotas, paraguas, mochilas o sillas quedaron excluidos, aunque una campera liviana estaba permitida. Y aunque ayer el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, definió a Francisco como “el papa de las selfies”, los palitos fueron prohibidos. El clima acompañó, hizo calor, aunque no demasiado y estuvo soleado.
El día terminó en el Madison Square Garden, donde el Papa continuó su pelea para reivindicar los derechos de los inmigrantes. “En las grandes ciudades, bajo el ruido del tránsito, bajo ‘el ritmo del cambio’, quedan silenciados tantos rostros por no tener ‘derecho’ a ciudadanía, no tener derecho a ser parte de la ciudad, los extranjeros, los hijos de éstos (y no sólo) que no logran la escolarización, los privados de seguro médico, los sin techo, los ancianos solos”, dijo e invitó a los neoyorquinos a salir al encuentro de sus prójimos: “Vayan, una y otra vez, vayan sin miedo, sin asco, vayan”, afirmó.
Aunque al Papa le gusta salirse de los protocolos, no deja tampoco detalles librados al azar. Para el caso, la silla que usó en la misa fue elaborada por tres jornaleros: Fausto Hernández, de República Dominicana, Francisco Santamaría, de Nicaragua, y Héctor Rojas, de México. El trabajo les fue encargado por la arquidiócesis de Nueva York a través de organizaciones comunitarias.
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