EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Las elecciones consolidaron el nuevo escenario que se venía insinuando en la Argentina: cualquier gobierno que surja de la segunda vuelta electoral será un gobierno mucho más débil que los que lo antecedieron. Por los resultados de las urnas, pero también por la debilidad de propuestas que se mostraron en la campaña. Daniel Scioli intentó ahora mejorar su posición acentuando su perfil “kirchnerista” en la primera aparición pública, quizás como un reconocimiento de que los votos que le faltaron en primera vuelta provienen de sectores que acompañaron antes al Frente para la Victoria desde afuera del peronismo y que no ven en el gobernador de la provincia de Buenos Aires la posibilidad de un presidente que mantenga la mayoría de los logros ciudadanos conquistados en las gestiones precedentes.
Negociar no es malo, si se trata de encontrar coincidencias para favorecer los intereses y las necesidades de la mayoría de la ciudadanía. Es riesgoso si se cae en el error de pensar en el poder por el poder mismo cuando lo sustancial es el bienestar de los ciudadanos.
La paridad entre Scioli y Macri es otro dato para tener en cuenta en el cambio de escenario, en una realidad política donde, al parecer, el debate de ideas le dio paso a las imágenes, a las sensaciones y a consideraciones de otro tipo. El sentido “opositor” se impone como criterio por encima de cualquier otro argumento.
Una rápida mirada a los discursos de los más importantes candidatos habilita primeras conclusiones, con la provisoriedad que tiene hacerlo sobre la marcha y sin tomar la debida distancia.
Daniel Scioli se hizo ahora más oficialista y más “kirchnerista” que nunca antes. Seguramente está partiendo de la base de que es el núcleo más cercano al actual gobierno el que lo privó de su respaldo en esta primera vuelta y que quizás lo pueda acompañar en segundo término. Aunque la motivación pueda ser más el “terror” al macrismo y sus aliados que la convicción de que Scioli representa la continuidad de los gobiernos que lo han precedido.
Mauricio Macri se mostró ante su audiencia como un ganador neto. Se había propuesto llegar a la segunda vuelta y lo logró. Hizo un discurso sin propuestas, lleno de generalidades y en el tono festivo que es característico del PRO.
Sergio Massa se presentó como “garante” y buscó posicionarse como el “gran elector”. Quiere cotizar sus votos en las negociaciones que vendrán en los próximos días. Intentará hacerlo, más allá de que está claramente demostrado que los ciudadanos son los únicos dueños de los votos y son ellos quienes decidirán finalmente quien gobernará en la Argentina en los próximos cuatro años.
Tan cierto como que quien lo haga, sea Scioli o sea Macri, tendrá un escenario completamente nuevo y atravesado por las negociaciones. Del sentido que se le dé a esta palabra depende en mucho la suerte de quienes ayer depositaron su voto y lo volverán a hacer en tres semanas.
También que las negociaciones, igualmente las disputas, no quedarán solo restringidas a los ámbitos políticos profesionales. Otros actores, sociales, organizacionales, diversos, tendrán que intervenir necesariamente para garantizar derechos y mantener conquistas.
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