EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
La concreción del ballottage, reconocida por Daniel Scioli desde las primeras palabras de su intervención en el Luna Park, acabó oficiosamente con una incertidumbre que otra vez volvió a motorizarse por la lentitud en la carga oficial de datos. No es el momento para detenerse en esto último, que pasa a ser asunto completamente secundario. Se dibuja un escenario que no estaba en los cálculos de nadie, incluyendo a la propia oposición. No hay quien no deba repasar los datos y el modo en que juzgó “la realidad”. Algo pasó para que todos se hayan equivocado hasta este límite, y tampoco es momento de escudriñarlo a fondo porque lo imperioso, sólo por ahora, al único efecto de trazar algunas ideas en medio de la conmoción por la sorpresa, es hacia delante.
El oficialismo quedó en problemas muy serios, para empezar por la obviedad más impactante, aunque no insuperables. Cambiemos acertó desde el cierre de los comicios (no hablemos de su responsabilidad institucional, violando el acuerdo al que habían llegado ante la Cámara Electoral de no difundir datos hasta corroborarse tendencias firmes) al instalar que el ballottage era un hecho. La muñeca que necesitará el kirchnerismo será inmensa. Ese es el riesgo del resultado de anoche, aunque el discurso de Scioli parece alejarlo porque se plantó en campaña de segunda vuelta con una determinación que le apuntó, centralmente, a lo que de nuevo volvió a faltarle: el voto de sectores populares, mucho antes que el de franjas medias a quienes es difícil que vaya a recuperar a esta altura, bien que una parte de ellas, quién sabe cuánta, quizá resuelva “rebarajarse” frente a las opciones que quedaron en danza. El escrutinio dará testimonio del mapa de ganancias y pérdidas puntuales, pero no es probable que vaya a cambiar la percepción de que el candidato oficialista paga los costos, sobre todo bonaerenses, de una gestión con enormes deficiencias en, casi, cuanto ámbito quiera observarse. La imagen positivamente inédita con que se va Cristina se contradice con eso. Es evidente que no alcanzó con aquello de que el candidato es el proyecto más allá de que, vale insistir, habrá que comprobar si el conjunto más grueso de la sociedad argentina, frente a doble contra sencillo, se animará a retroceder.
Mauricio Macri quedó montado en su clima de globos y euforia pero, si de techos se trata, sus pingos se verán recién ahora. Por eso, anoche y a no dudar que en lo que resta hasta el ballottage, las miradas se concentraron en Massa y en sus principales referentes. El tigrense hizo lo que tenía que hacer y se mostró como la gran novedad política a la que sólo le cabe crecer, pero eso no es lo que importa en los días de tremenda tensión política que esperan a los argentinos. El voto a Massa es indubitablemente de raíz peronista y no son pocas, ni menores, las figuras de su espacio que ya manifestaron que Macri es el límite. Eso no significa que tengan una influencia decisiva sobre el electorado que respaldó a quien quedó como árbitro. Pero tampoco podrán evitar una decisión concreta y cuesta imaginar que los resentimientos con el macrismo vayan a ser superados como para renegociar las condiciones de una alianza con Cambiemos. La especulación que en esta madrugada parece más sensata es un relativo acercamiento a Scioli, pero después de anoche se complica no poner en duda también eso. En principio, según los números que arrecian al redactarse esta nota, un tramo de la pérdida sufrida por Scioli respecto de las PASO se explicaría por votos al FpV que se trasladaron a Massa. Y en consecuencia podría ratificarse que esos votos quedarían más cerca del palo K que del macrismo. Pura incógnita, de todos modos.
Un dato al que no se prestó mayor atención, debido a un interés posado únicamente en las candidaturas presidenciales y en los cálculos histéricos por las probabilidades de ballottage, es la composición del Congreso. Este diario es –dato curioso, o todo lo contrario– uno de los muy pocos medios que hace meses, a medida que avanzaba el proceso electoral, fue dando cuenta del futuro horizonte parlamentario. Y los números de ayer lo confirmaron. El Frente para la Victoria y el PJ, sea que quiera tomárselos indivisos o juntos, tendrán en la Cámara alta una mayoría amplísima al cabo de haberse renovado 24 senadores sobre un total de 72 en ocho provincias. Y en Diputados es tan cierto que el oficialismo continuará como primera fuerza, pero algo o bastante alejada del quórum propio, como que Cambiemos incrementa sus legisladores pero lejos del FpV/PJ. Para establecer esas cifras no hacía falta esperar a las tendencias firmes del resultado de una larga noche. Las bancas senatoriales que arriesgó el peronismo provinieron de la flaca recolección de 2009. Al revés, los 77 escaños sobre un total de 130 que jugó en Diputados son consecuencia de la enorme victoria de Cristina en 2011. Según las cifras oficiales y deducidas al momento de escribirse esta columna, se confirma que el FpV mantiene su condición de primera minoría en la Cámara baja, con alrededor de un centenar de miembros a los que podría agregarse casi tranquilamente una docena de fuerzas distritales, que por lo general votan como aliados, y los monobloques que hacen otro tanto. Eso queda a una distancia considerable de los 129 diputados que se necesitan para la mayoría propia; pero Cambiemos y las huestes de Sergio Massa, por separado, no conforman siquiera una bancada estimable como factor de presión y, así fuera juntos, quedarían por debajo de la primera minoría alcanzada por el FpV. Todo esto debe ser incorporado, aunque tampoco parezca el momento, al análisis del escenario de gobernabilidad.
Scioli produjo anoche un discurso más kirchnerista que nunca. De ahí para arriba y para reiterar, hay algo que se llama dialéctica, que viene a ser la resolución de las contradicciones y que nadie dijo que uno pueda resolverlas ni, mucho menos, que queden resueltas por el resultado de ayer. Si después de lo ocurrido todos debemos revisar los cálculos de que nos valíamos, será mejor que también vayamos muy despacio en el oteo de lo que sucederá en el ballottage. El kirchnerismo está obligado a revisar su táctica, pero tampoco extraviando que, después de todo y cuando supere la conmoción, quedó alrededor de un piso capaz de darle confianza para ganar. Quedó muy golpeado y habrá que ver si tiene la fuerza de convicción para no mostrarse derrotado de antemano. Una cosa son las imágenes de anoche y otra no advertir que no quedó en cero ni mucho menos. Sería un grave error que el oficialismo caiga en lamentos, o que alguna disposición hacia ese ánimo le quite enjundia. Los errores cuya lectura se potencian con el diario del lunes (qué habría pasado si Randazzo hubiera sido el candidato en la provincia o aun a presidente, si no faltó un apoyo más explícito a Scioli en lugar de marcarle la cancha, si no se careció además de un trabajo más activo y eficaz a nivel territorial, y tantos etcéteras) podrían ser una trampa muy grande contra la energía necesaria para dar vuelta lo que es más, mucho más, un mazazo imprevisto que un mandoble irreversible.
El juego queda abierto y Macri conquistó un capital simbólico potente, muy potente. Nada menos, pero nada más si todavía hay lugar para que la perforación del piso no sea la desesperanza acerca del techo. Lo seguro, tal vez lo único seguro al cabo de anoche, es que se sigue en disputa. Eso siempre estuvo claro. En los números no lo parecía tanto. Por el resto sí, porque siempre es así.
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