Dom 23.11.2003

EL PAíS  › LA HISTORIA DE UNA REENCARNACION

El Hoffa argentino

Hugo Moyano parece tener una vida paralela con la del célebre camionero norteamericano que unió sindicatos y mafiosos. Primera huelga a la misma edad, el poder en sus gremios a la misma edad, estilos de ejercer el poder muy parecidos. Una historia del hombre que acaba de perder con Cavalieri una de las pocas pulseadas de su vida.

› Por Susana Viau

Durante la semana estuvo en el centro de la escena por dos hechos notorios: el fallo judicial que lo desfavorece en el litigio que mantenía con Armando Cavalieri por la pertenencia sindical de los trabajadores de los playones de carga y descarga del supermercado Carrefour, y la huelga de los recolectores de basura en el conurbano. También se lo vincula intensamente a un tercero, tanto o más importante que los anteriores, aunque de su participación sólo hablen los allegados al negocio: le atribuyen la autoría del marco regulatorio que circula por los despachos oficiales y regirá la futura actividad del correo. Muchos suponen que Hugo Moyano tiene entre pecho y espalda el armado de una nueva central de trabajadores. Aunque no pase de una pura especulación, lo cierto es que el camionero ha logrado posicionarse como el gremialista de más alto perfil y un interlocutor de fuste para las dirigencias políticas.
A ese ascenso sostenido se le adjudica una explicación de corte sociológico: asentarse sobre una masa laboral cuya potencialidad no tiene sólo expresión local. El diagnóstico sería incompleto si olvidara mencionar la paciente acumulación de poder llevada a cabo por este personaje controvertido y de prácticas heterodoxas. A Moyano suele atribuírsele un deseo: “Me gustaría ser como Hoffa”. Jamás lo afirmó en público, pero, como modelo, el de James Riddle “Jimmy” Hoffa es en su caso tan obvio como peligroso.
Igual que Hoffa, Moyano empezó muy pronto la actividad sindical. Hoffa en Brazil (Indiana); Moyano en Mar del Plata. Y tenían la misma edad cuando probaron la adrenalina de la huelga: 17 años. A los 18, Moyano ya era delegado de la empresa de transportes de carga en la que trabajaba. De ahí al sindicato de Choferes, Camioneros y Afines de la regional había un solo paso. Lo dio y en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en vocal titular; después fue designado secretario de actas, un cargo oscuro que en 1972, a los 28, lo llevó sin embargo a la secretaría general de la seccional. Había nacido a la militancia en los marcos de la Juventud Sindical Peronista y su pensamiento contenía todas las fórmulas que le dieron a esa vertiente sus señas de identidad. En 1983, en calidad de secretario general del justicialismo marplatense, decía con toda crudeza: “Como en otros períodos de nuestra historia se atacó al movimiento obrero, porque éste ha actuado siempre como dique de contención de todos aquellos sistemas antinacionales y su debilitamiento permitió implementar esos proyectos”. En el ’84 desembarcaba en la Capital para ocupar la secretaría general adjunta de los camioneros a nivel nacional. La titularidad era nada más que una cuestión de tiempo. Se produjo antes de cumplir los cuarenta. Tenía mujer y cuatro hijos, y vendrían reelecciones a repetición. De creer en la reencarnación, Hugo Moyano podría argumentar más de una coincidencia con la biografía del líder de los “truckers” americanos: Hoffa también tenía 39 años al ser elegido vicepresidente de la Teamsters Union y en cinco alcanzaba la presidencia internacional.
Aunque, claro, las trade-unions no son hermanas gemelas del sindicalismo argentino, para el que gremialismo y política son cuestión de ida y vuelta. Moyano dio fe de eso y de que el sillón de secretario general no era menos mullido que el de la banca de diputado provincial por el PJ a la que accedió casi simultáneamente. No obstante, el camino o tal vez el estilo iba separándolo de sus compañeros dirigentes y el menemismo terminó de bifurcarlo: mientras los grandes gremios acompañaban el proceso de privatizaciones, él puso un módico grito en el cielo y se mantuvo fiel a las mangas de camisa y las camperas cuando “los muchachos” las cambiaron por las corbatas de Hermès y los trajes de factura impecable. El otro elemento distintivo era el discurso herético, distante del modelo, crítico con la convertibilidad. El silencio de los otros no hacía sino elevar los decibeles de sus ataques. Carlos Menem fue ni más ni menos que “ese señor que vino de La Rioja, que es el mayor traidor que hemos tenido en elperonismo. Los peronistas todavía tenemos grabado en nuestra mente el beso al almirante Rojas y el abrazo al genocida Martínez de Hoz”.
El enfrentamiento no impedía, sin embargo, una estrecha relación con empresarios dilectos del gobierno. Era un secreto a voces el buen “rapport” con Alfredo Yabrán. Claro, los choferes de los cientos de camionetas violetas y amarillas de OCA y Ocasa eran parte de “su gente”, afiliados a un sindicato que él conducía de manera personalista pero sin oponentes. Consciente de que una golondrina no hace verano, en 1994, junto a otro hombre de llegada a Yabrán, el dirigente de los transportistas Juan Manuel Palacios, dio forma concreta a sus disidencias creando el MTA –Movimiento de los Trabajadores Argentinos–, una corriente crítica que no acababa de romper con la CGT y en la que algunos adivinaban el embrión de una central sindical alternativa. No se equivocaban. Mantenerse dentro de la CGT tenía para Moyano un costo alto y la convivencia hizo crisis en 1997. El se había encargado de tensar la cuerda, pese a la postura renuente de Palacios. Tenía dos motivos de peso para, contra los consejos de Lorenzo Miguel, acelerar el divorcio: la certeza de que el paraguas de la estructura lo debilitaba y su acercamiento a los radicales y al Frepaso, sobre todo a José Octavio Bordón. El alejamiento venía precedido de demostraciones de fuerza que ponían de relieve la naturaleza de su liderazgo: un plan de lucha por aumentos de salario y mejora de condiciones laborales “decidido” por unanimidad en la Federación de Box y que incluía el bloqueo de los pasos fronterizos. Poco antes se había anotado un éxito con la impresionante caravana de camiones que durante tres días unió Mendoza con Luján. Moyano no era tonto y había registrado a la perfección la huelga de camioneros que colapsó Europa en 1991. Por no ir más atrás y recordar el rol decisivo de los camioneros en el golpe de Chile de 1973.
El recurso no era original, ni lo pretendía. Pero Moyano conoce a la perfección la importancia política de las cartas con que juega: un paro de camioneros pone los nervios de punta a cualquier ministro de trabajo. Igual que las huelgas de la basura, sus efectos sociales son irresistibles. Lo sentenciaba su admirado Hoffa: “Todo lo que se mueve, se mueve gracias a nosotros”.
El romance con la Alianza se diluyó rápido y Moyano se recostó en un puñado de intendentes bonaerenses, Juan José Alvarez, Julio Alak, Alberto Balestrini. Por esos días, el camionero levantaba ampollas insinuando un llamado a la desobediencia civil y el no pago de impuestos que jamás concretó. El ministro del Interior, Ramón Mestre, lo acusó de “sedición”. Como contrincante en la polémica, el gobierno le colocó enfrente a una mujer, Patricia Bullrich. La prensa, seducida por el viraje a la derecha de la ex JP, bautizó “la piba” a la ministro cuarentona y dibujando el puntaje la dio por ganadora del combate. El delarruismo sospecharía luego que Moyano no había sido ajeno a los preparativos del 19 y 20 de diciembre. No existían suficientes fundamentos para esa afirmación, aunque los camiones recolectores de basura se detuvieran el 19 por la noche en las esquinas para sumarle bocinazos y adhesiones a las manifestaciones espontáneas que prenunciaron la renuncia del presidente. Ese verano, sin embargo, la corriente de simpatía que despertaron los caceroleros se cortó. Ocurrió en las inmediaciones de su amplio departamento, en Barracas. El camionero olfateó el “escrache” y envió a sus huestes, una veintena de hombrones morochos, amparados en anteojos oscuros, que llegaron en coches con vidrios polarizados. Por rara paradoja, fue la policía la encargada de rescatar de la paliza al grupo de vecinos. El salvataje tuvo consecuencias: un tiro en las nalgas al jefe de la comisaría de la zona.
De todas formas, Moyano había salido bien parado de su escarceo con la Alianza. La intuición y la ambición le habían indicado, otra vez, que debía retirarse a tiempo. La sagacidad y la suerte le fallaron estrepitosamente el 14 de marzo del año siguiente. Un auténtico día negropara su historial de dirigente. “El paro es imposible que lo levantemos”, había asegurado. No contó con el clima. Cuando cayeron las primeras gotas comunicó que la medida se levantaba por la lluvia. El traspié serviría para que un diario deportivo titulara el triunfo de Brasil sobre Uruguay en el estadio Centenario: “El Carnaval no se suspende por lluvia”.

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