EL PAíS › DEBATES > SOBRE LOS RESULTADOS DEL DOMINGO Y LO QUE SE JUEGA EN EL BALLOTTAGE
Por Horacio González *
¿Qué nos interesó del kirchnerismo? No era necesariamente un desgajamiento del peronismo, no dejaba de hacer política tradicional de provincias, tenía incluso un sentido de la carrera política que almacenaba grados progresivos (concejal, intendente, diputado, luego gobernador). Aún más, su fragua de hombres y mujeres no se apartaba demasiado del ideal de “acumulación política”, que era la más habitual de las expresiones que a diario escuchamos. ¿Qué significaría esto? La política vista como un planchazo lineal, mirada de frente como una pared lenta y halagüeña, sostenida en un laborioso cimiento salival. El sinfín de conciliábulo, promesas amistosas y cálculos ambiguos. Hablando y hablando. ¡Con tantos analistas y asesores de discurso disponibles! Y por encima de todo: si no acumulábamos, ¿qué hacíamos? ¿Dejábamos que esos acervos que pacientemente apilábamos se desplomasen cuando perdían su imán en nuestro mazo de cartas? Sin embargo, había que aprender otras nociones menos rectilíneas y previsibles. Los políticos más notorios del país no habían sido así. Alem, Yrigoyen, Perón, Alfonsín no lo fueron. Y pare de contar, por lo menos entre los más ostensibles del pasado. Y éstos, porque se nutrieron, cada uno a su modo, del aliento de millaradas de personas, cada una con su autonomismo de conciencia, nunca inhibido por la acción de ellos. El kirchnerismo debió nacer de novedades y aprendizajes que antes no había practicado. Logró hacerlo.
Habrá ballottage: ya que se habla de sensatez, sería importante que entre los dos bloques que se enfrentarán se puedan notar las diferencias. No siempre estas parecen claras entre los dos políticos que cruzarán lanzas. Uno que encarna el neoliberalismo desenraizado (Macri), se ha dicho peronista, izquierdista, todo declamado con indiferencia de párvulo, de tierno aprendiz, y olvidó rápidamente sus cuestionamientos a las medidas estatizantes y sociales que ahora jura respetar. El otro, que encarna un peronismo que tiende a clausurarse demasiadas veces en apegos de conservadorismo popular cuando no en rituales de la vulgata del apaciguamiento social (Scioli), declaró en la Noche de Walpurgis que Alfonsín es el padre de la democracia y también llama ahora a socialistas y progresistas. Alcanza apenas para iniciar las necesarias modificaciones. Para que noten las diferencias, sería bueno que las campañas de esta próxima y transcendental decisión colectiva se definan en términos de su propia conciencia de veracidad aclimatada en sus verdaderos legados y en lo que efectivamente creen para el futuro. Basta de pomadas para el rostro y camas de sol para las arrugas. De Scioli, al que votamos con la conciencia repleta de conjeturas y reticencias, esperamos que redefina con claridad un frente social avanzado, más incisivo de lo que ha esbozado hasta este momento, e incluso que se esfuerce en rever los nombramientos apresurados que implican gestos hacia la misma derecha económica globalizada, que ya tiene su eximio portavoz en Macri. El momento exige diferenciación y no redundancias.
¿Qué nos interesó del kirchnerismo? Nos interesó porque evitó aquel ideal meramente acumulativo, apilador, aglomerador. ¿No fue más bien dispersante a fin de poder recombinar? Y nos interesó así, porque se excluyó repentinamente de la misma noción de carrera política, porque nunca vio la historia como un parapeto “ploteado” de efigies estereotipadas, porque no miró las disparidades y desdichas de la sociedad argentina como un mero cuadro estadístico, como un problema de la existencia de otros para los cuales traía “métodos y tecnologías de resolución”. No era eso. Nos interesó porque su método era otro, a punto que asemejaba a aquel que más bien no lo “traía” sino que lo iba descubriendo. No había la autoproclama de un mesianismo inducido, sino el venir desencarnado de la fragilidad. En vez de mirar lo acontecido como si fueran planos geométricos apropiados para la observación exterior y la “aplicación” de planes (que los hubo y muchos) miró de forma oblicua, de geómetra transversal y entrecortado. Por eso, lo suyo fue una materia diferente, con otras nociones de espacio y tiempo. Politizó lo que estaba adormecido, declaró que toda objetividad era una construcción de intereses no declarados. El macrismo inicia justamente allí su campaña que el resultado de estas elecciones indica sorprendentemente exitoso: cuestionando la politización con una nunca bien definida pluralidad y la denuncia de abusivos universalismos con una vuelta a la superficie de la “objetividad social”. Durante años golpearon con los grandes medios de comunicación sobre una idea que, a pesar de socialmente avanzada, contenía una generosa desmesura. No se podían abandonar ciertos elementos esenciales del “sentido común objetivo” de poblaciones que siempre tienen su masilla moral disponible para aceptar la denuncia escandalosa, preparada por ungüentos inverosímiles o con ciertos aromas de verdad. Se llegó a diseñar la hipótesis de una vida insegura y amenazada por corruptos que retiraban dinero del Estado en valijas góticas. Incidió más alá de lo imaginable.
El macrismo descubre repentinamente que debe invocar al peronismo y a las izquierdas como estipulaciones de una estantería política de free-shop, un republicanismo abstracto de autoayuda (“ayúdenme a mí, que voy a ayudarlos”) en una circularidad que aliviana y oculta todo conflicto. Ha conseguido una épica aerostática, una aventura taimada a la Montgolfier, el viaje en globos. Da más resultado que la de Massa, que intenta ser también una épica que sin embargo exige derechizaciones más plenas, pues asume los temas de disciplinamiento social de los neoconservadorismos mundiales. Pero Macri es más eficaz en el arte de diluir lo que verdaderamente piensa. ¿Y Scioli? Debe replantear la materia de la verdad. Es decir, volver a una reflexión nueva para él, a una apertura hacia su propia historicidad, que debe adquirir mayor espesura histórica, si realmente quiere personificar el imprescindible frente social que anunció la atónita noche electoral, en vista de las exigencias inesperadas que tiene por delante.
¿Qué nos interesó del kirchnerismo? Un símil probable para interpretar su estilo sería el de la geometría no-euclideana. Mientras la política argentina, de izquierdas y derechas, consideró que en cada nudo colectivo había la misma tensión y progresividad en el tiempo, la innovación inesperada consistió en ver que cada hecho tenía sus propias curvas, cada curva rechazaba implícitos paralelismos con otras, la elasticidad de cada punto de la vida colectiva no era la misma aunque lo pareciera. Incluso Kirchner llegó a decir, como buen no-euclidiano: “Todo es relativo”, sacándole a esta frase su trivialidad tácita. Quería decir, de un modo palmario, que las paralelas se tensionaban hacia insólitos núcleos comunes, a modo de comunidades porosas, plurales y autónomas. Era la relatividad de los planos entrecruzados de la historia, siempre quebradizos e inconclusos, que reclamaban reagrupamientos sensitivos, pero con quienes los reclamaban sumergidos adentro, junto a los que recogían el reclamo. Y no trazando gráficos “con escuadra y tiralíneas”. Se le criticó el “relato” pero era, contrariamente, un productor de símbolos que llegaban enseguida a lo real desencarnado. Al punto que para muchos nos hubiera sido más fácil criticarlo por sus simbolismos que de inmediato llevaban a una facticidad sin relato. A éste político “de la relatividad”, o sea capaz de ver abismos y sus propias obras en ruinas, no hubo acusación que se le haya ahorrado. Estaba continuamente expuesto al ludibrio y a la afrenta; nunca dejaron de estarlo ni él ni Cristina, que desarrolló un estilo sarcástico en sus repuestas, que por fuerza debió entremezclar con sus discursos referidos a políticas de Estado. Habrá que ver cuánto pesaron en la opinión sumergida de una sociedad resquebrajada los modismos estilísticos a que estaban obligadas nuestras máximas personificaciones políticas.
Esta composición irónica, desafiante y desplegando banderas eufóricas donde eran escasas las porciones de heterogeneidad que sobraban, caracterizaron las enérgicas apuestas de Cristina. Pero aunque los llamados eran siempre al Otro, la voz que los enunciaba portaba una fuerte carga escisionista, que surgía de su siempre vibrante veta pedagógica y predicadora. Era inevitable y por momentos magnífico. Pero había ocultos, en esos pliegues, un lento y alto precio a pagar que se iba forjando en las almas lineales, asustadizas y prejuiciosas. De alguna manera, el kirchnerismo venía de ser euclideano hacia el pasado de su vida política, pero cuando se tornó no-euclideano daba los motivos relacionados con su imprevisibilidad, hacía también esperable la crítica feroz, ya que una nueva derecha afianzada por experiencias políticas nacidas en el seno de grandes corporaciones podía mimetizarse con diversas corrientes subterráneas de la población, temerosamente convocada por consignas de miedo y goce por los fracasos de los núcleos irradiantes que portaban novedades. Esto rindió tal efecto aglutinante que fueron capaces de llevar al gobierno de la provincia de Buenos Aires a una de las tantas entelequias desenraizadas, que gobernará desde el filamento neoliberal más impreciso, lo que fue la cuna histórica del peronismo.
¿Se extinguió la época inaugurada con esos arabescos insospechados en el aire por el kirchnerismo? Una orden de bajar un cuadro y al bastón de mando prestidigitador la habían iniciado. Las críticas ya habían comenzado allí. Las neoderechas sabían dónde criticar, porque todo eso era traducible al tratamiento progresista de los problemas de fondo de la sociedad argentina; los que pudieron abordarse y los que no se trataron adecuadamente, como los descuidados extractivismos y los desarrollismos a secas de los que se hizo gala en la economía del país. Descubierto el problema de la “batalla cultural”, se lo trató con ingenio pero pasando por alto la envergadura de los poderes a los que tan duramente se interpelaba. Ahora no hay que quejarse, sino extraer lecciones de ello. Se actuaba en un mundo donde ya estaba implantado el dominio genérico de las empresas comunicacionales, en su aspecto excluyente de directoras masivas de la conciencia pública, agencias de operaciones semiológicas, asesorías publicitarias con gavetas y abanicos ideológicos prêt-à-porter, oficinas de indagación de audiencias, promoción de melosos lenguajes pastorales, aprobando a los candidatos que en sorprendente sinonimia, eran “construcciones de mercado” que parecían poco sólidas, aunque pasmosamente fueron “productos aceptados por la gente”. Los candidatos –todos– no ayudaban a pensar la política de otra forma, la clásica, la que diferencia politicidad y promoción de subjetividades de mercado. Los candidatos aparecían mirando a la cámara con su más sincera expresión de rapsodas recién salidos del salón de maquillaje. Las fórmulas que expresaban eran restringidas, y de un extremo al otro, eran casi las mismas, aunque más recubiertas de vaguedad intencionada las de Macri, en su papel de sacristán distraído. Sólo se diferenciaban en que algunas eran más plañideras y otras prometían enviar directamente la gendarmería a las “cocinas del narcotráfico” conceptos de la vulgata folletinesca de la política que se nos indicó para aprender, más allá de que se alude a problemas realmente existentes.
La imagen siempre promueve una ilusa eternidad. Cada uno dedicó la sempiterna alícuota de caricias correspondientes a los enfermos e inválidos del camino, y para los que se quejan del “relato kirchnerista”, piensen si aquí no está el relato de los relatos, muy bien contado hace más de dos mil años. Arrullan a todo el mundo con una ristra interminable de selfies que ilusionan con un igualitarismo fotográfico, el que más les queda a mano, un canto a una sociedad igualitaria de imágenes. Pues bien, esa sociedad de la que hablaron los spots electorales no existe, pues está cruzada por trazos de heterogeneidad económica, social y cultural que por un lado son muy visibles, pero por otro lado, son materia triturable de las peores expresiones de la industria cultural. Corren vientos prejuiciosos que si en su forma dominante son antiintelectuales, en su aspecto actual se completan con el proceso de creación de “intelectuales de los medios”, inspectores de la conciencia pública, mientras decae la vieja función que era la metáfora misma de las conciencias libres, siempre expuesta a la crítica fácil, claro que tantas veces justa, como otras tantas veces, provenientes apenas de los más enmohecidos conservadorismos del espíritu.
Pero hay otros vientos que son más que ventolinas y llegan bajo la forma del entrecruzamiento de las ideologías (vulneradas, violentadas ellas mismas), movimiento por el cual Macri puede aludir al Cordobazo, con una clara asesoría repleta de turbias astucias. Remover la historia argentina como si contuviera logotipos comerciales, como si decir Cordobazo fuera decir “gomina Brancato” o “perfumes Dolce Gabanna”. Vaciar la historia es peor que no conocerla. Los que se sienten peronistas, radicales, socialistas, progresistas o comunistas no debieran permitirlo, a no ser cuando ello signifique el necesario descubrimiento de nuevos caminos –en este mundo amenazado de innúmeros retrocesos– para encontrar la cifra social igualitaria portadora de nuevas iluminaciones de justicia colectiva y de biografías libres.
Votamos bajo el signo incómodo de que ninguno de los temas que rememoramos estaba realmente presente. Votamos el “mal menor”, frase cuyo poderoso, incómodo y en el fondo pobre clisé es difícil de extirpar. Quisiéramos ser más benevolentes. Pero ya los anunciados cambios de embajada en Londres y Washington hechos por Scioli –son solo dos ejemplos– prometían un tratamiento de los asuntos económicos de las relaciones exteriores al rígido trasluz del poder dictaminador de las finanzas internacionales. ¿No se nos entregaron muchos indicios de que podría ser así? Luego de la Noche de Walpurgis, no cabe duda de que una fiesta de la democracia, también debemos examinar lo que no conocíamos a fondo. Era el alcance del diario deterioro al que se sometió el gobierno, muchas veces por carecer de obvias respuestas, otras por ser culpado indebidamente de las fisuras viejas de una sociedad compleja, y otros, en fin, por el poderío nunca enteramente mellado de las maquinarias conservadoras construidas propiamente por la historia nacional y sus enlodados ríos subterráneos. El voto sin raíces, sin hebras olorosas de la historia crítica de los argentinos, hizo que las cenizas aun expresivas del Cordobazo, la “historia del peronismo”, la “izquierda posible y utópica a la vez”, podían figurar en la cartilla publicitaria de Macri. Pero así como Scioli dice muy livianamente quién es Scioli, ahora deberá decir qué de mejor proviene de él mismo, a un tiempo que debe aprender a decir quién es realmente Macri. Ambos en el fondo lo saben. Votaremos nuevamente contra esas palabras falsas del macrismo –que nos interesan demasiado cuando se vuelven a su verdadero biés– peticionando ahora al que votamos para que se interese realmente en el procedimiento para volver las palabras a su cauce. Ahora es a Scioli al que nos dirigimos, que también ha incorporado algunas palabras nuevas a su discurso de la Noche de Walpurgis: progresismo, izquierdas, radicalismo. Bueno, es para hacerlas vínculo existencial político, no fórmulas momentáneas de captura discursiva. Y es claro que eso (las políticas concretas a respetar y proseguir o a reinventar) es mucho más importante que decir si nos gustan o no las canciones que escucha. Pero bien podría omitirlas en nombre del respeto a las concepciones culturales más vitales, creadoras y amplias. ¿Y entonces? El bloque llamado nacional popular debe reexaminar con urgencia su origen, sus principios y discursos. No es tarea para una persona sola ni para los tan mentados “equipos”. Ahora sí va en serio la tarea, que es para muchos y tiene vértigo, reclama urgencia. Un frente social progresista nacional popular democrático debe surgir de esta encrucijada y el candidato Scioli debe retomarlo. Seguimos siendo los brotes no euclideanos de la historia nacional.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
Por Norberto Alayón *
Hoy estamos, por cierto, golpeados; muy golpeados, pero no vencidos. El conservadurismo, que evidentemente también recogió muchos votos de los sectores populares, está de fiesta lanzando sus “despolitizados” globos, a diestra y siniestra (perdón, por lo de siniestra).
Mil interpretaciones habrá sobre lo sucedido: triunfo de la antipolítica; errores con la designación de tales o cuales candidatos; algunos personajes por cierto impresentables; desencantos y tristezas de los propios; reactualización de principismos abstractos desde el mismo campo del amplio espacio del kirchnerismo y/o de los “progresistas” o “de izquierda”.
Lo cierto es que la derecha, apoyada como siempre de manera transnacional, pudo nuevamente avanzar para poner al país ante la posibilidad de retroceder hacia la terrible década de los 90, donde se sufrió tanto y se perdieron tantos derechos. Los derechos que se recuperaron a partir del 2003 y los muchos nuevos que se concretaron no fueron suficientes para evitar el refortalecimiento de las perspectivas neoliberales.
Este retroceso es festejado vivamente por los tradicionales sectores de la reacción, por el espectro internacional del imperialismo mundial y también por muchos de los incautos locales no necesariamente conservadores, pero sí –con su práctica concreta– objetivamente antipopulares, más allá de lo que ellos crean de sí mismos.
Hace ya más de ocho años, en junio de 2007, redacté unas líneas con el título “Carta para mis amigos no macristas”. Ahí expresaba mi desaliento y crítica por la decisión de algunos amigos de votar en blanco o no concurrir a votar, ante la opción, en la Ciudad de Buenos Aires, entre Filmus y Macri. Finalmente ganó Macri. Por supuesto, no sabemos qué hubiera hecho Filmus si ganaba, pero sí se confirmó lamentablemente –y de sobra– mi negativo vaticinio sobre lo que iba a hacer Macri en la ciudad. Y ello, además, posibilitó construir un sólido espacio de derecha que hoy se expandió fuertemente y hasta podría llegar a conducir el país.
Para el ballottage venidero seguramente habrá que repensar y modificar muchas cosas. Entre ellas, y con todo respeto por las diversas posiciones, creo que hay que dejar de lado las opiniones del estilo de “votar desgarrado”, que terminan ayudando a sembrar dudas, a debilitar el necesario optimismo militante y a ser utilizado oportunistamente por el campo antinacional y por el “progresista” diario La Nación. Es necesario recordar, una y mil veces, que si llegara a ganar Macri no quedaremos con “desgarros”, sino con fractura expuesta de tibia y peroné o bien directamente con las “piernas cortadas” como dijera “el Diego”.
El próximo presidente de Argentina, por cuatro años, será Scioli o Macri. Son dos alternativas no iguales y no hay otra posible. Los ciudadanos que se consideran “progresistas”, los de “izquierda”, seguramente no votarán a Macri (excepto algún superlativo extraviado). Pero igualmente me permito mencionar que votar en blanco, anular el voto o no ir a votar puede contribuir objetivamente a fortalecer y reinstalar en el país las expresiones más barbarizadas del neoliberalismo.
Por todo ello, y aunque a algunos les pueda sonar como arriesgado o temerario, afirmo con absoluta convicción: ¡Para combatir al neoliberalismo, en este concreto momento histórico de Argentina, primero hay que triunfar con Scioli el 22 de noviembre! Después, veremos.
* Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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