EL PAíS › OPINION
El saldo que dejaron las urnas. Los avances de Macri y el PRO, el primer puesto de Scioli. Sus bastiones territoriales y apoyos sociales, los de Massa. La nueva derecha regional. El programa económico de Cambiemos. Sus posibles repercusiones. El esquema laboral y social del kirchnerismo. La primera semana de campaña
› Por Mario Wainfeld
El voto reorganizó o convulsionó al sistema político, como suele ocurrir en la Argentina. Hubo sorpresas o hasta “cisnes negros” que es como apoda el agudo ensayista Naasim Taleb a los hechos previsibles y tremendos que los observadores no han sabido anticipar. Se llega a una segunda vuelta en condiciones de extrema paridad, sin antecedentes nacionales.
El crecimiento de Cambiemos y del PRO dejará consecuencias irreversibles aunque perdiera el 22 de noviembre: gobernará Buenos Aires y la Ciudad Autónoma (CABA). Es el primer partido de derecha o centro derecha (cada quién opinará hoy y, en una de esas, el tiempo develará) con posibilidades ciertas de llegar a la Casa Rosada en democracia. Ha superado todos sus techos. En el peor de “sus” horizontes futuros habrá crecido desde 2011.
La disyuntiva del Frente para la Victoria (FpV) es más extrema. Si pierde habrá resignado el gobierno nacional y posiciones territoriales. Con perspectiva general, haber llegado primero tras doce años de gestión y tres mandatos es una prueba de legitimidad popular, jamás acontecida en la historia argentina. Potenciada, en algún sentido, porque su líder política y mejor carta electoral no puede participar. Todo eso, que frisa la hazaña, no será bastante si es vencido.
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Mapas, clases y vecindarios: El nuevo y diferente jalón de la campaña comenzó el domingo pasado (ver asimismo nota aparte). No se arranca de cero pero las nuevas reglas cambian la ecología. Nada está sellado de antemano. Todo desglose del veredicto de hace una semana ayudará a comprender y también a obrar en el corto plazo, que en este trance político es el único que existe.
Un mapa social y territorial devela fortalezas de cada cual. El gobernador Daniel Scioli conserva su mayor arraigo en los sectores más humildes, en el NOA, el NEA y la Patagonia. El jefe de Gobierno Mauricio Macri se consolida en las clases medias y altas y en la zona centro del país.
El trazo grueso debe afinarse agregando más detalles de la distribución de las preferencias. Un dato sustancial es donde se afincó el voto que capitalizó el diputado Sergio Massa. En Buenos Aires y el Norte argentino, con un porcentual elevado de personas de clase media o trabajadora. Los guarismos rústicos inducen a suponer que son peronistas en buena dosis y que en 2011 unos cuantos votaron a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Se debe meditar sin prejuicios sobre su imaginario actual, la forma en que perciben su vida cotidiana, la gravitación que tuvo un mensaje de derecha dura y direccionada. Repasemos: lucha contra el narcotráfico, llevada hasta con violencia, militares entrando a las villas, despidos en sector público, consignismo contra “los vagos” que vivirían “de planes”. El consenso con ese combo referencia lo que es el día a día de muchos, cómo perciben su vecindario, cómo “califican” a parte de sus vecinos. Esos votantes no son, para nada, un conjunto de propietarios de country, aunque algunos habrá: irán de cabeza por la boleta de Macri.
Vamos de paseo por la región.
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La derecha también existe: En el siglo XXI distintas vertientes de nacionalismos populares, radicalizados o socialdemócratas llegaron y conservaron el poder en Sudamérica. Quien lee esta columna lo sabe, ahorremos minucias. Combatieron las secuelas del neo conservadorismo, construyeron liderazgos democráticos, se revalidaron más de una vez.
El favor popular es consecuencia de sus políticas públicas. Es una gama de variantes locales que usted conoce. En elecciones más recientes la hegemonía se ve jaqueada por una nueva derecha que sabe congregar votos opositores. Curiosamente o no (vaya a saber) consiguió su primera victoria años atrás en Chile donde las diferencias entre centroizquierda y centro derecha son más suaves, comparando con los vecinos.
No consigue hacer pie en Bolivia y Ecuador, dos países con gobiernos muy avanzados y desafiantes con líderes jóvenes en ejercicio de la presidencia. En Venezuela Henrique Capriles estuvo a punto de superar al mandatario chavista Nicolás Maduro. La prematura pérdida del presidente Hugo Chávez sin duda fue un factor pero seguramente no exclusivo.
En Brasil la presidenta Dilma Rousseff fue reelecta aunque por el menor margen en los cuatro mandatos seguidos que lleva el PT.
La emergencia de rivales fuertes no es una novedad argentina: sintoniza con un estadio epocal.
En Brasil, el país más parecido a la Argentina dentro de las siderales asimetrías, es palpable que los estamentos sociales ascendentes son claves para el emparejamiento de las preferencias. Las demandas de segunda generación impactaron en la percepción social y en la dinámica del voto.
Como todos esos países, la Argentina es única y peculiar pero no tanto como para quedar ajena a las oleadas de la etapa. Se alega, desde surtidas tiendas partidistas, que el kirchnerismo quiso inventar al PRO como su rival y lo consiguió. Sin negar que ese devenir se haya pensado, es un poco simplista imaginar que una fuerza puede construir a su adversario.
Desde el momento en que la Revolución Francesa parió las denominaciones, las condiciones de “izquierda” y “derecha” son situacionales, comparativas. El kirchnerismo es la izquierda gubernamental posible en nuestro suelo, fracasaron los (tenues y torpes) intentos de urdir un progresismo alternativo. Lo “ecológico”, el contragolpe aconteció: la alternativa es por derecha, con todos los matices y los topes que demarcan la sociedad, su activismo, el sistema político y los condicionantes económicos. Que son muchos y de los que se hablará a continuación.
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Empleo y protección social: Las experiencias comparadas y autóctonas comprueban que la percepción ciudadana sobre la economía es un factor esencial para definir las elecciones. Los análisis de esta semana, tal vez, minimizan ese factor cuya importancia es difícil exagerar. Preguntarse los motivos no es el núcleo de esta nota, pero se la menciona a cuenta de abordajes más amplios.
Las políticas socio laborales del kirchnerismo no explican por sí solas su vigencia pero son un pilar para comprenderla. Simplifiquemos: en el momento inicial se crearon millones de empleos, se reactivaron sectores inertes del aparato productivo, bajaron el desempleo y el trabajo informal.
En paralelo y de modo incremental se fue construyendo un vasto sistema de protección social que cubre a casi toda la población.
A partir de 2011 se amesetaron el crecimiento y sus derivaciones virtuosas. En ese presente difícil y menos progresivo, el oficialismo amplió la cobertura social con nuevas medidas e instituciones. Y defendió con ahínco los puestos de trabajo existente merced a una gama de acciones y movidas que no están en el radar de un ideario de derecha. El programa Repro, la intervención activa del Ministerio de Trabajo para evitar cierres de establecimientos o fábricas, el aval a cooperativas o empresas recuperadas, los apoyos a variantes de la economía social. La lista, incompleta se asume, pinta una inclinación ideológico-programática.
Desde las grandes instituciones a las acciones específicas de menor alcance, todo insume plata. Mucha inversión pública que es uno de los blancos de un virtual gobierno de Macri. Despotricar contra el derroche tiene escucha atenta y en algunos casos sería un señalamiento correcto. Pero lo que hay en juego no son malas asignaciones: es una praxis que preserva ciertas variables como privilegiadas. Y, puesta a elegir, opta por ellas.
El programa de Cambiemos es otro, lo que es “natural” en una alternativa. Con astucia y atención ciudadana creciente Macri lo desdibuja en sus palabras, mientras inaugura monumentos a Perón. Menuda cuestión inquirirse por qué le creen tanto quienes podrían ser damnificados por su política. La dejamos solo aludida, de momento, sin negarle entidad ni derecho a las opciones de cada cual.
Lo cierto es que hay un programa imaginado. Decir que es el retorno a los ‘90 puede valer en el plano simbólico pero es imperfecto. No es posible volver al pasado como calco, entre otros motivos porque sus consecuencias son palpables y porque muchas fueron rectificadas, en buena hora.
Una derecha nueva tiene un programa acorde, que computa datos nuevos: el pleno empleo, el alto nivel de desendeudamiento, solo para empezar.
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Gobernabilidad en danza: El elenco macrista de campaña se comporta con disciplina ejemplar. Todos sus integrantes repiten un mismo “relato”, que modifican súbitamente con igual unanimidad, a la voz de “aura”. Desde que se eligió jefe de Gobierno en Capital, ese relato se mestizó con promesas y tópicos “populistas”. Se promete mejorar las prestaciones sociales, bajando impuestos a granel. Los números no cierran, habrá que ver qué ocurre con su credibilidad.
Volvamos a las fuentes, a lo que a menudo sinceran economistas “free lance” o el establishment que aúpa a la gran esperanza blanca. Y a lo que fue su discurso durante muchos años recientes, que la epifanía de campaña pretende solapar.
El proyecto de PRO comprende cambios relevantes, que derivarán en la estructura de ganadores y perdedores de su modelo. Sus primeras medidas, cantadas y asumidas, serían una devaluación machaza y una reducción de subsidios. Ahora, como los recursos son escasos y se reducirán o suprimirán impuestos y retenciones, algún gasto tiene que sangr... perdón, bajar.
Los patos evidentes de esa boda, los que jamás zafan, son el gasto público y los empleados del estado, docentes incluidos. Luego la actividad industrial ligada al mercado interno.
Ese programa colisionaría con una sociedad civil movilizada, un Senado con mayoría kirchnerista, la subsistencia de la virtual legitimidad de origen. O sea, se pondría en jaque lo que suele llamarse “gobernabilidad”. La gobernabilidad de un hipotético gobierno de Cambiemos en muy dudosa si se empaca en imponer su modelo de país. Entre otros motivos, porque se ha comprobado empíricamente que el kirchnerismo ha perdurado merced a una gobernabilidad de signo opuesto, exitosa en términos asombrosos para la experiencia argentina.
Puesto de modo sintético al mango: El ex presidente peronista Carlos Menem construyó una gobernabilidad de derecha que duró diez años con varias revalidaciones electorales en el medio (hasta 1997, excluido).
El ex presidente radical De la Rúa una ingobernabilidad de derecha que duró dos años y le “bastó” una derrota de medio término.
El ex presidente interino peronista Eduardo Duhalde plasmó una gobernabilidad interina que perdió cuando reprimió y mató ferozmente.
Macri debería intentar replicar el ejemplo de Menem. Pero las circunstancias son muy diferentes. El riojano contó con el disciplinamiento hijo de la hiperinflación, desmovilizador de pálpito. Frenarla le granjeó valoración ciudadana, pues los sacó de una pesadilla. La venta del patrimonio público le permitió distraer a muchas víctimas del despojo y el desempleo consiguientes.
Macri se encuentra con otra sociedad. Alto nivel de empleo y activa protesta social. El espacio público se ocupa con piquetes, marchas, cortes de ruta. Cualquier sector damnificado sale a la calle y reivindica sus derechos. Se han acostumbrado a hacerlo con bajo nivel de represión y razonable expectativa de respuestas.
Volvamos a la política económica.
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PRO puesta y sus contras: Este cronista consultó a los economistas Jorge Gaggero y Fernando Porta y al periodista Claudio Scaletta, colega de Página/12. Les debe mucho, les agradece y los relevará casi totalmente de citas textuales, para no responsabilizarlos de errores del escriba.
Pensemos en las repercusiones de una devaluación y una supresión de los subsidios que desde ya dependerían parcialmente de su magnitud y gradualidad. Porta describe así una devaluación elevada, concomitante con una eventual llegada de Macri.
“Una devaluación importante tendrá inmediatamente un impacto inflacionario también importante, además del efecto riqueza para quienes estén posicionados en dólares. Lo que siga dependerá de lo que quieran hacer con salarios y las paritarias. Si lo que buscan es desacelerar la inflación y recuperar rápidamente la rentabilidad, debería suponerse que van a querer pisar los salarios (¿suspenderán paritarias...?). Por lo tanto, en lo inmediato (un trimestre, un semestre, ¿un año?) el impacto de la devaluación sobre el nivel de actividad y el empleo tenderá a ser más recesivo (por caída en el consumo) que dinamizador”. Scaletta predice que “los sectores florecientes serán el complejo agroindustrial y la energía”.
Los economistas PRO aducen que el impacto sobre precios de la devaluación ya está “descontado”. O sea que no se trasladará a precios. Así lo expresó el ex banquero central Alfonso Prat-Gay en una nota publicada ayer en Clarín. La aseveración es falaz porque todo lo que se importa se hace con dólares a cotización oficial, explican los economistas. Este escriba, costumbrista y ya mayor, agrega de su coleto que en la Argentina se remarca en todas las contingencias... y siempre hacia arriba.
Porta y Scaletta refutan el argumento de un gran impacto “competitivo” de una devaluación. Salvo sectores de punta y muy obvios sería muy débil o nulo. El problema que más aqueja a producciones de economías de regionales finca más en la (falta de) demanda internacional. No es materia de precios relativos sino de potencial de los compradores foráneos. La crisis de Brasil, que lo debilita como importador, es otro punto nodal.
Un recurso compensador que está en el menú sería la toma de crédito en mercados u organismos internacionales, accesibles curiosamente merced a las políticas de desendeudamiento. Hasta ahora, acá y en el mundo, la gestión de derecha del endeudamiento (instrumento factible y no descartable por completo) ha sido ruinosa para los sectores populares. Amén de eso hay una diferencia temporal entre la obtención y llegada de esa plata fresca y las repercusiones inmediatas del primer haz de medidas.
El actual gobierno practicó una devaluación, infructuosa en términos de reactivación. Pero coetáneamente invirtió plata “por abajo” reforzando derechos y creando programas sociales: Procrear, Progresar.
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Güiners y lusers: Las jubilaciones fueron mochadas cruelmente en el gobierno de la Alianza. En el contexto actual, es inimaginable tamaña barbarie. Claro que hay otros modos de acotar la tutela social, por ejemplo restringir su ampliación en el futuro.
La segunda generosa moratoria para jubilarse fue, a los ojos de este cronista, la mejor medida del segundo gobierno de Cristina, seguida por la recuperación de YPF. Reparadora y solidaria, hasta puede contradecir credos individualistas masivos y maquillados como valorables. “¿Por qué darle plata a quien no contribuyó?”. Porque una sociedad debe proteger a todos sus integrantes, máxime a los más desvalidos. Sobre todo si mediaron décadas de crisis y toneladas de incumplimientos patronales. Scioli tiene el mandato explícito de prolongar esas políticas. Macri, hasta por credo ideológico, no.
Aumentar la edad mínima para jubilarse es otro atajo, muy recorrido en países europeos. Se lo está meneando aquí y allá aunque el equipo de campaña se guarde mucho de mentarlo.
Un informativo artículo del politólogo Daniel Zovatto salido ayer en La Nación da cuenta de que el ballottage es la regla y no la excepción en América Latina, a diferencia de nuestro país. En el 76 por ciento de los casos sucedidos ganó el que salió puntero en la primera vuelta. Hay regla y excepciones Todo puede resultar, entonces. La voluntad soberana lo decidirá.
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