Lun 02.11.2015

EL PAíS  › OPINIóN

Antes de la final

› Por Eduardo Aliverti

Lo que se quiera que haya pasado ya pasó. El tema es determinar cuánto de la interpretación de lo sucedido sirve para entender mejor lo que puede venir, y cuánto es absolutamente inútil si se trata de aceptar que lo que quedó en juego es dramático.

Esta columna, como en otras pocas oportunidades, prescindirá de algunas formalidades del rigor periodístico en el sentido de que va dicha y escrita desde un compromiso sentimental e ideológico, que cuidará menos que lo habitual el resguardo por las “distancias” analíticas, de forma, de construcción fraseológica. Después de todo, nada diferente a lo que vienen haciendo los colegas que militan en la vereda contraria y que están en todo su derecho de hacerlo, con la recordada salvedad de que sería más honesto que no lo hagan arropándose de “independientes” porque, si siempre se habla desde algún lugar político de toma de posición, hoy es así casi más que nunca. Igualmente deben prevalecer obligaciones básicas de un analista, porque los arrebatos tienen un límite cuando se dispone de un espacio público de opinión profesional. Ni se entiende ni se arregla ni se construye nada desde el resentimiento. Nada positivo, entendámonos, porque destruir sí que se puede. Y cómo. Ellos están de fiesta y no- sotros de shock. Cuidado, empero: la fiesta de ellos también involucra sorpresa e incertidumbre. El “ellos” no remite centralmente a quienes los votaron, que es gente cuyas razones deben interpretarse de modo cabal y, ahí sí, metiendo la cuña de todo lo mal que hizo el kirchnerismo y todo lo bueno realizado por quienes quedaron cerca del cabeza a cabeza. El “ellos” aplica a los grupos de poder que de la noche a la mañana se sienten en perspectivas de volver a gobernar el país, y a la administración política que los representaría. Podían esperar punto más o punto menos en la lucha por entrar a la segunda vuelta, pero ni en la fantasía más afiebrada soñaban con ganar la provincia de Buenos Aires y ahora se preguntan cómo sigue. Cómo, no qué. Van a llenar los casilleros, por supuesto, y el club de devaluadores compulsivos, sus socios de agronegocios y finanzas y unos cuantos técnicos de esos que a la derecha le sobran ocuparán el organigrama por propia fuerza inercial. Pero hasta el domingo a la madrugada esto era para ellos una experiencia de laboratorio. Y acaba saltando de partido exclusivamente porteño, que vaya si lo sigue siendo en su armado porque no tiene una sola figura o figurita federal, a otro que se encontró con tener que gobernar “la provincia” y quizás el país. Lo cual, a su vez, le golpeó el probable gabinete a Horacio Rodríguez Larreta, que en parte o en todo debería mudarse a territorio bonaerense para, a la vez de la vez, dejar cojo al que Macri pudiera tener pensado para Casa Rosada. Insistamos: nada que no puedan resolver, pero ellos también están en shock porque no es lo mismo lucubrar desde esos recintos y consultoras que les hacen ganar plata a los ricos, en los papeles y en las operatorias financieras, que tener que lidiar con docentes, policías, empleados públicos, movimientos sociales, intendentes y las yapas de mafias varias como el narcotráfico que según el discurso de Massa –y de Macri, en esto por omisión– se arreglan recurriendo a militares que en verdad ni quieren saber nada con retornar a involucrarse en “la política”, ni tienen fuerza operativa ni preparación, ni claro de dónde saldrían los fondos para pagarles afectando a quiénes. Atención, entonces, porque por el momento todo suena a que van a comandar una play-station de las que el principal operador de prensa de la oposición le endilga a Máximo Kirchner. Los serios problemas en que quedaron el Gobierno y la opción que ofrece para continuar con sus grandes líneas son antes de capital provisoriamente simbólico que de números concretos, aunque por supuesto corresponde integrar a las cifras. El shock hace perder de vista un enorme volumen electoral de casi 37 por ciento de los votos, superando al segundo, a favor de un oficialismo que gobierna desde hace doce años y los últimos cuatro en medio de yerros internos, condiciones internacionales adversas y una ofensiva tremenda de algunos de los grupos más concentrados del poder económico y mediático. Epa. Obviamente, si se confía en ganar una final con comodidad para terminar yendo a tercer partido, el que perdió por muchísimo menos de lo que se esperaba va envalentonado. Todos se convierten en directores técnicos de lo que falló. Es tan lógico como saber medir que todavía falta el match decisivo, con la diferencia de que tampoco es lo mismo centrarse en los lamentos que convencerse de que hay las armas para ganar el último. Incluyendo mucho kirchnerismo, aparecieron los sabios del diario del lunes. Y hay que aceptarles su razón en montón de aspectos, nadie dice lo contrario. No haberse preocupado en preparar un candidato mejor que Scioli, la gestión de éste en la provincia, las idas y vueltas con Randazzo más no haber previsto que su despecho también lo apartaría como candidato bonaerense, una campaña vegetariana que no se arrimó a la gente contra adversarios que sí lo hicieron, la traición de unos cuantos y clásicos capataces del conurbano que activaron en contra.

Agréguese cuanto dé la gana y el razonamiento, pero resulta que Macri puede ser presidente y para atrás se acabó la discusión. Se acabó. Argentina puede haber quedado al borde de una restauración conservadora, que en el muy mejor de los casos se presentará dietética al inicio del primer tiempo y después será igual o más feroz que aquello que terminó con las clases medias gritando que entre piquete y cacerola la lucha es una sola. Uno tiene la sensación (la gran mayoría son sensaciones, en verdad, porque todavía está procesándose lo ocurrido) de que mucha gente votó con la certeza de que hay ya conquistas sin marcha atrás. Derechos sociales adquiridos para la eternidad y, en consecuencia, ánimo para ver qué pasa con otros administradores. Un mérito indudable del macrismo, como señala el sociólogo Luis Alberto Quevedo, es haber logrado convencer acerca de que no son un derecha peligrosa. Mérito y/o sintonía con el “espíritu” sociocoyuntural. En el ballottage se verá si lo consiguieron completamente, pero por lo pronto pudieron instalar eso y cabe felicitarlos, cómo que no. Van a devaluar a lo pavote para recomponer la maximización de la renta agropecuaria exportadora. Van a satisfacer a una burguesía que es local, no nacional. Van a bajar la demanda por vía fiscal y monetaria, van a desregular el mercado cambiario, van a producir la caída del salario real, van a destruir a las pequeñas y medianas empresas, aumentará el desempleo y el trabajo informal y al final de la película que ya vimos y sufrimos chiquicientas veces van a reprimir y se fugarán de nuevo en helicóptero pero con su plata bien pipona. Los científicos volverán a lavar los platos, a los pobres les mantendrán la AUH pero la cobrarán el día del arquero porque desfinanciarán al Estado como motor del consumo, los sectores medios se encantarán con ese comienzo de dólar para todos para más tarde o más temprano ir a reventar las puertas de los bancos, las empleadas domésticas tendrán que cantarle a Gardel en el reclamo de sus derechos adquiridos, los que tienen una pyme de producción quedarán en la lona por invasión de importados y los que la tienen de servicios sufrirán que no les pueden pagar la cuota o la tasa de lo que sea porque la gente se quedó sin laburo. La inflación descenderá, eso sí, pero entonces habrá de preguntarse, otra vez, créase o no, para qué sirve que baje si no hay ni salario real ni empleo. Habrá ese período inicial de espejitos de colores porque, seguro, aparecerán los dólares que tienen guardados en las silobolsas (unos 10 mil millones, según cálculos aceptados por interesados y especialistas) y, grandemente probable, los que provengan de un nuevo endeudamiento internacional para engordar reservas. No es tan sencillo como se lo expresa porque hay también reservas que no son monetarias sino sociales, y aun cuando ganaran en las urnas tendrán enfrente a una potencia movilizadora, combativa, nada despreciable. Pero el rumbo es ése. ¿Con Scioli sería tan distinto? En algunas cosas, no. Por ejemplo, en la rebaja que más tarde o más temprano habrá en los subsidios a las tarifas de servicios públicos para los sectores de mayor consumo, con su consecuente impacto en la inflación que Macri no constreñirá por ahí sino mediante el vehículo de aumentar la ganancia de las grandes empresas a través de achicar sus costos laborales en dólares. Pero si es por el resto, hay alguna garantía, o alguna mucho mejor que la de Macri (garantía o esperanza a establecer), respecto de no ser brutal ni a corto ni a mediano plazo. Porque tendría el recorte que le impone un programa de gobierno en el que lo cerca el perfil mercado interno de lo K. La lucha por que se conserve el trabajo y el empleo.

No está en juego, o sí pero nos interesa a unos poquitos que vivimos en microclima progre, si se acaba el Fútbol para Todos, el reconocimiento gremial a músicos/actores/dramaturgos/, 6-7-8, los satélites argentinos, Canal Encuentro y el personaje de Zamba que podría transformarse en Mickey, los juicios a los genocidas, el matrimonio igualitario, los programas de Radio Nacional, la ley de medios. Están en juego el laburo, los trabajadores, las paritarias, los jubilados que mal que mal cobran con reajuste semestral y todos los que se jubilaron gracias a que el Estado les reparó los años que los patrones no les aportaron. Está en juego todo eso y algunos pelotudean con si a Scioli le gusta Montaner, con que se cargue el equipo al hombro y ponga lo que debe ponerse como si tuviera el carisma de la Presidenta. Con que en veinte días enfrente a las corporaciones desde un discurso que nunca le salió ni probablemente le vaya a salir, porque él no es así más allá de sus convicciones. Ojalá lo intentara, y hasta le saldría bien porque el contrincante es flojo en archivo y definiciones específicas. Ahora sí tendrá la chance de un debate cara a cara para el que debe prepararse como los dioses, y que podría definir la elección si marca la cancha como se debe. Pero no es justo pedirle a Scioli que tenga la estatura emocional de Cristina. El problema no está en el discurso sino en la garra. Lo que hay que hacer es militarla –y perdón por la jactancia de la sentencia– cada quien desde su lugar advirtiendo que se puede venir la noche, que esto no es chiste ni probar qué onda, que se está dispuesto a admitir todos los errores pero no el más inmenso de todos, que sería volver a confiar en un conservador de los más jodidos y en los globos de paz y amor. Hace cinco años se murió Kirchner, que al margen de cualquier valoración ideológica supo leer su tiempo y fugar para adelante cuando se las vio negras, como en el 2009. Qué miedo ni soberbia ni ocho cuartos. Las personalidades y la capacidad de liderazgo no se reproducen, pero la mística de evitar al menos el mal mayor es una utopía conquistable.

Esta vez sí es cierto que la lucha que se pierde es la que se abandona. Hay que dejar atrás la calentura y convertirla en empuje. Ya fue la sorpresa y la irritación por no poder creer que una parte sustantiva de la sociedad querría disponerse a jugar con fuego. Ya fue. No hay que enojarse con la gente que no votó como uno quiere. Hay que poner esa energía en comprender y actuar en consecuencia. Quedan unos pocos días para ejercitar, y saber, si quienes no están dispuestos a semejante riesgo son, somos, capaces como sea de intentar evitarlo.

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