EL PAíS › LA ESTRATEGIA ELECTORAL Y LA DISPUTA QUE SE EXPRESA EN EL BALLOTTAGE
Opinión
Diego Conno *
La política es compleja, se juega siempre en varios terrenos y sobre distintos planos: enfrenta cuerpos, impulsa pensamientos, desata pasiones, problematiza los usos de la lengua. La política no es sólo una cuestión relativa al poder o al gobierno, es fundamentalmente creación y configuración de nuevos mundos, y disputa agonista por las palabras que los nombran.
Las elecciones del domingo 25 dejaron en un importante sector de la sociedad una enorme sensación de nostalgia, de pérdida y de dolor por la fragilidad de una experiencia política, que ha sido incomensurable en términos reparadores. Lo que llamamos kirchnerismo, nos ha conmovido a muchos, porque ha hecho de la política un espacio de atravesamiento de los grandes dramas colectivos. Se ha recuperado el valor de la palabra y la práctica política como herramienta de transformación social, y se ha rearticulado el rol del Estado, de herramienta al servicio de los intereses de los sectores más concentrados, a espacio de disputa agonista, tendiente a profundizar los procesos de democratización e inclusión social. Se han ampliado derechos, distribuido la riqueza, expandido las zonas de igualdad.
Pero también ha habido errores, forzados y propios, que a veces han parecido formas de menosprecio de cierto sector social. No importa tanto discutir sus efectos de realidad o apariencia, ya el viejo Maquiavelo nos advirtió hace más de 500 años de la relevancia de las apariencias para la vida política. Porque “los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque el ver pertenece a todos, y el tocar a pocos”.
Se suele creer que la palabra militancia y la palabra crítica son dos términos contrapuestos. Que el que milita no piensa, obedece; y que el que piensa no puede involucrarse en los avatares del mundo de la política. Por el contrario, tenemos que poder constituir una militancia crítica, que pueda escuchar el ruido subterráneo que se halla en los márgenes de lo social, los crujidos de una sociedad desgarrada que demanda formas de la escucha, para convertirlos en voz con intensidad pública. Tenemos que poder construir una militancia que sepa ser crítica, reflexiva de su propia práctica, que pueda leer los antagonismos del presente para imaginar y producir nuevas formas de hegemonía futura. “Militancia crítica” debiera ser entonces el nombre de un sujeto político colectivo, de una fuerza de pensamiento y acción que impulse todo elemento democratizador y sepa ser límite de sectores conservadoras y reaccionarios, que genere formas más libres e igualitarias de la vida en común.
Nos encontramos en la recta final, aquí no sirve la “guerra de trincheras”, sino lo que Gramsci sugerentemente llamaba “guerra de posición”. Para el que no le gusta el lenguaje bélico, esto significa disputar en todos los frentes, ocupar cada espacio de poder, construir poder común.
Los liderazgos, por si había alguna duda, no se transmiten ni heredan, no son propiedad de nadie; como toda forma de poder, un liderazgo es siempre una relación social actual, que se constituye en un conjunto de relaciones con otros, y con una coyuntura. El kirchnerismo ha intentado ampliar su “núcleo duro”, al impulsar como candidato a presidente a Daniel Scioli. El sciolismo, por su parte, se ha mostrado quizás un tanto ambiguo en sus definiciones políticas, por ejemplo, en la posible composición de un gabinete que no logró conmover a muchos sectores, en parte, porque es poco representativo de las fuerzas políticas y sociales que lo sostienen. En este sentido, se tiene que abrir un proceso de conversación pública ampliada, que ajuste discursos, aclare lineamientos, y habilite nuevos espacios, para que se pueda continuar con el proyecto de democratización impulsado desde hace 12 años, con el pleno reconocimiento de que muchas cosas hay que modificar, atendiendo demandas heterogéneas.
En este contexto, es fundamental que el debate electoral y nuestra comprensión de la política no se reduzca a las candidaturas individuales ni a los liderazgos personales; debemos dar cuenta de las fuerzas que movilizan los procesos políticos, de las condiciones en que se desarrollan las relaciones de fuerzas, las políticas públicas que producen, las alianzas que articulan, y los antagonismos que generan.
Las formas de la conversación pública no se pueden reducir a un set de televisión, pero tampoco al parlamento; se encuentran en los bares, en las calles y las plazas, en los libros y los diarios, en todas y cada una de las formas y prácticas culturales que una sociedad produce; pero sobre todo, en el encuentro de los cuerpos que dialogan y se conflictuan en cada movilización popular. Hay algo de esa figura preciosa que se produce cuando los cuerpos se tocan, que generan una potencia de expresión común infinita. Tenemos que recuperar nuestra capacidad de afectar y ser afectados por dichos encuentros.
Seguramente será tiempo de reflexión, de tranquilidad, de crítica. Pero también debe ser un tiempo, en el que si algo de todo esto tuvo algún sentido, nuestro pulso no debe ser dictado por la melancolía y el abandono, sino por un mayor involucramiento crítico.
* Politólogo (UNAJ-UBA-Unpaz)
Opinión
Ricardo Romero *
La cruda realidad obliga a encarar una nueva etapa después de la elección del 25 de octubre. Si el primer paso fue afrontarla con el optimismo de la voluntad, ahora es necesario abordar la situación con el pesimismo de la razón. El Frente para la Victoria enfrenta a un candidato asesorado por alguien que lo pone como el paladín de la concordia, cuando en sus acciones se inspira en un clásico de la guerra y lo fundamenta en su libro El arte de ganar. El apotegma de Sun Tzu se centraba en que la guerra es el arte del engaño, y este personaje parece comprenderlo muy bien.
Así, centra su discurso en ocultar su debilidad y actuar sobre la fortaleza del otro, cuando se camufla de peronismo y defiende lo público, a sabiendas que su acción busca lo contrario. Más aún, convierte en fortaleza una debilidad, por ejemplo, cuando expone sus casos de corrupción y los presenta como una campaña malévola del enemigo. Incluso, siguiendo un consejo del guerrero, cuando decía “si tu enemigo es colérico: provócalo”, lo acusa de ser hostil.
Por eso, lo mejor en esta etapa es la serenidad, pensar el escenario, construir un “arte de la victoria” propio. Como primer paso, cabe alertar que ya no hace falta reforzar la defensa del modelo, es claro que se contrapone con el macrismo y los votantes “leales” dieron su apoyo en la primera vuelta electoral. Ahora es necesario sumar apoyos, convencer para lograr la victoria.
El FpV podría obtener algunos puntos de los seguidores del puntano Rodríguez Saá o de quienes no acepten el llamado a votar en blanco troskista, e incluso podría recibir apoyos de algunos progresistas. Sin embargo, con eso no alcanza, lo decisivo está en el massismo. Y con esa tarea el oficialismo tiene viento en contra, más porque el referente de ese espacio vocifera antikirchnerismo sistemático.
En definitiva, no hace falta ser politólogo para darse cuenta de que la contienda está en convencer votantes del massismo, y sin duda no alcanza con apelar al peronismo massista, porque ya lo hace Macri. Es un gran error centrarse en buscar que ellos acepten este modelo, contra el regreso del neoliberalismo. Quienes apoyamos al oficialismo debemos esforzarnos por construir hegemonía, o sea, lograr que en nuestro modelo también estén incluidos los núcleos centrales de sus propuestas. Esta es una reflexión necesaria, que seguramente estarán haciendo los equipos de campaña, tanto propios como adversarios, y que implicará ver en las percepciones y preferencias del voto massista ejes de seducción para que con su voto terminen definiendo el futuro próximo de nuestro país.
* Politólogo.
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