Dom 08.11.2015

EL PAíS  › OPINION

Cabecitas negras

› Por Julio Maier *

La voz “económica” de uno de los candidatos a la presidencia de la Nación en una opción tipo blanco o negro entre él y otro candidato (llamado ballottage, en el idioma original de su creación) acaba de condenarnos a los provincianos, sobre todo a los procedentes del norte argentino, como bárbaros desconocidos, asaltantes del poder estilo montoneras, al menor descuido de los porteños “ilustrados”.

A más de que el insulto carece de actualidad, porque el poder se dirime entre su referente, el señor Macri, y su contrincante, el señor Scioli, también porteño si es el Arroyo del Medio (actual límite entre la provincia de Santa Fe y Buenos Aires) el que divide aguas entre porteños y provincianos, resulta claro que el integrante del gabinete del Sr. Macri ha menospreciado y discriminado a los provincianos, como ciudadanos de una clase menor, despreciable y efectivamente despreciada por los “porteñitos” supuestamente ilustrados. Parece que el candidato a presidente, el señor Macri, comparte esa discriminación, pues no le ha quitado un ápice de representación a su representante declarado. Incluso, en su caso, resulta dudosa esa calificación según mi experiencia.

Los santiagueños debieron soportar el golpe en su propia identidad, a pesar de que, históricamente, dieron su sangre por el triunfo del poder federal (Pozo de Vargas). Se me hace que ya escuché ese insulto varias veces, discriminación que soporté en mi propio cuerpo y que, algo morigerada, escondida, volví a soportar de un ministro porteño en épocas pasadas y de cuerpo presente, ministro que, para mí, nada tenía ni tiene de ilustrado y que prefiero hoy ignorar. Se repite la vergüenza de la batalla de Pavón, la anexión de Buenos Aires a la confederación, el ciclo mitrista, la civilización o la barbarie, la hegemonía del puerto, los “negros” y los “blancos”, por alusión a quienes transpiran la camiseta y a quienes la portan impecable sin transpirar ni una gota, pese a que existen sobrados argumentos para su rechazo, por una parte, y por la atribución de nuestra nacionalidad a los “cabecitas negras”, por la otra; hasta basta una mirada “económica” para darnos cuenta de la discriminación injusta, de ese tipo, de la desigualdad de trato entre “porteños ilustrados”, que gozan de los beneficios, y “provincianos bárbaros” que crean esos beneficios. Basta llamar a auxilio, para arribar a esa verdad, a los nombres de prohombres históricos, pese a traiciones expuestas, y, en la materia que me tocó en suerte desarrollar, a los monumentos culturales que dejaron los “cabecitas”.

Casi diría que, después de esa sentencia clara y concisa del aspirante a ministro, sin que la barbaridad de la definición con ejemplos haya provocado una disculpa y un rechazo de parte del candidato representado, ni de parte del autor del insulto, la cuestión de la nacionalidad y de la ciudadanía ha regresado siglos para atrás, no tan sólo un período breve de una docena de años. Por lo contrario, sin entrar en tema, la exposición del señor Macri a raíz de la existencia y multiplicidad de las universidades públicas remite al mismo pensamiento retrógrado, cuando resulta evidente que las que sobran son las universidades privadas, buena parte de las cuales son muy “dudosas” como casas de estudio, reflexión y crítica. Se lo dice en la cara un “cabecita negra”, que es cabecita negra no sólo por nacimiento, sino por opción y elección, orgullosamente (pronunciado en castellano), y “a mucha honra”.

* Profesor consulto DP y DPP, UBA.

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