EL PAíS › OPINIóN
› Por Rocco Carbone *
“Hoy cambiamos futuro por pasado”, dijo María Eugenia Vidal en medio de los festejos de la primera vuelta y contorneada por esos globitos a los que el PRO nos ha acostumbrado. Globitos fiesteros y tan antipolíticos si los recortamos sobre símbolos tan significativos como el puño izquierdo cerrado y en alto o los dedos en V. Símbolos profundamente políticos porque remiten a clases sociales en lucha, a colectivos militantes, a luchas históricas, procesos emancipadores y finalmente a la Política. ¿Que acaso no surge cuando nos desensimismamos, desbordamos nuestras formas que son fronteras individuales y empezamos a entrar en estado de comunidad con otrxs? Ahí el puño cerrado en alto o los dedos en V: símbolos colectivos que tematizan la Política. Del otro lado: globitos de colores que remiten al evento fiestero. Y en ese contexto se precipita el lapsus de Vidal.
O el furcio: que precipitado la obliga a sonreírse y se corrige. Está bien corregirse, pero el psicoanálisis desde Freud nos ha enseñado que un lapsus, ese pequeño error del lenguaje (que no es error), es sintomático. Porque se trata de una manifestación del inconsciente que se verifica bajo forma de equívoco en el discurrir sobre las cosas. Y ese equívoco es eso y también emergencia de otra cosa. O más bien: un retorno de lo reprimido. En el lapsus, cuando se traba la lengua o cuando dice más de lo aconsejable, se cuelan cosas que las racionalidades –sobre todo si son políticas– no pueden decir. Porque no son convenientes. En momentos electorales, menos. Ahí es preciso ser muy táctico.
¿Cómo interpretar ese furcio corregido inmediatamente como “pasado por futuro”? Cambiemos significa que ese espacio político –con sus definiciones dadas en estos días más las definiciones dadas durante las gestiones PRO en la Ciudad de Buenos Aires desde su primera aparición, más los formuladores de esas definiciones que más que eso son políticas públicas– no puede proyectar un futuro para la Argentina. O lo puede proyectar sólo de manera excluyente: con menos universidades nacionales por ejemplo. Porque ese futuro, en realidad, en la boca de Vidal, debe ser entendido como la repetición ¿o regresión? (quién sabe si no potenciada: a mayor conflicto social, mayor represión) de un pasado desastroso, que en tanto sociedad superamos trabajosamente. Pasado que tuvo un costo social altísimo. Me acuerdo de la Argentina de 2003 –cuando yo era un poco más extranjero que ahora–, marcada por lo que habían sido las prácticas de una derecha empresarial perversa, que había implementado políticas privatizadoras crecientes y que, con los hechos decembrinos de 2001, que venían a cerrar el ciclo iniciado en 1989, había mostrado todo su potencial represivo. Para sobreponernos como sociedades a esas políticas públicas, y como potentes concentraciones de sus esfuerzos, América Latina pagó con la muerte de Chávez. Y la Argentina, con la de Néstor. Símbolos encarnados y negadores de proyectos transnacionales de sociedades excluyentes. Podemos profundizar esa senda. O podemos optar por la exclusión social.
* Universidad Nacional de General Sarmiento.
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