EL PAíS › OPINION
› Por Jorge Rivas *
El fin de semana pasado, en declaraciones a la prensa, un joven dirigente del espacio autodenominado Progresistas confesó que el 22 de noviembre va a votar a Mauricio Macri. Probablemente algo confundido, el periodista repreguntó si no sentía que hubiera contradicción en ese voto, teniendo en cuenta su filiación “progresista”. El muchacho le dio una respuesta contundente, que casi no dejaba hendija para la réplica: “Yo pertenezco al colectivo del cambio”.
La respuesta llevaba implícita la idea de que el cambio sólo puede tener un sentido. Como si fueran lo mismo los que están a favor de un cambio por derecha y los que están a favor de uno por izquierda, los que están por un cambio popular y los que están por uno elitista.
Me quedé pensando en ese colectivo en el que pueden viajar juntos los progresistas y Macri, y aunque para mí es evidente cuál es el cambio que representa el candidato de la derecha, no me parece oportuno pretender explicar la subjetividad ajena. Sólo le quiero recordar al amigo “progresista” que las políticas que impulsa y representa Macri ya se aplicaron en dos oportunidades en nuestro país y obtuvieron las dos veces los mismos resultados: destrucción del aparato productivo, desmantelamiento del Estado, desempleo, pobreza extrema.
La primera vez que se adoptaron esas políticas fue necesario instaurar una dictadura que exterminó a quienes participaban de distintos frentes de resistencia social, sindical y estudiantil. La segunda fue necesario engañar al pueblo, con la máscara de la “revolución productiva”, un eslogan que sirvió para ganar las elecciones y hacer después todo lo contrario de lo que se había prometido. Es más, los ganadores de esas elecciones confesaron más adelante que si durante la campaña hubieran dicho la verdad sobre lo que iban a hacer, no los habría votado nadie.
Pero las dos oportunidades tuvieron en común el hecho de que el verdadero poder económico y mediático concentrado se mantuvo oculto: primero usó a los militares, y después, como mascarón de proa, a un caudillo popular.
En esta oportunidad, la originalidad está en que la derecha apela a alguien de su propia siembra, que fue regando durante los últimos años. Es decir que no se oculta detrás de ningún antifaz, y tampoco necesita mentir para lograr un importante acompañamiento social a través del voto. Nos dice con claridad que se van a liberar las importaciones, que el valor del dólar lo va a fijar el mercado, que consideran fascistas a las paritarias, que la soberanía en materia energética es un tema menor, que la inversión en universidades es un gasto innecesario, y otras muchas cosas que prenuncian el perfil que tendría su gobierno si ganaran las elecciones.
Que se pueda ser progresista y votar a Macri es una afirmación que no resiste el menor análisis. Lo que sí lo resiste es lo de la supuesta pertenencia al colectivo del cambio. Porque lo único que tienen en común los pasajeros de ese colectivo es el odio visceral al peronismo y su profundo desprecio por lo popular. Ni hablar de cuánto subestiman a nuestro pueblo pobre.
Por suerte se nota mucho. No hace falta ser un cientista político para saber que Macri es la expresión más reaccionaria de la política argentina, cualquiera sea el colectivo al que se suban los dirigentes que lo apoyan.
* Diputado socialista. Frente para la Victoria.
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