EL PAíS › OPINION
El limbo de la transición. Cogobierno, aunque no se diga. Recuerdos del pasado, que no fue mejor. Diálogos cordiales entre pares o con el Departamento del Tesoro. La irrupción de los CEO: una nueva elite se prueba la pilcha. Ministros con experiencia y otros que llegan a poncho. El gabinete económico, pura homogeneidad.
› Por Mario Wainfeld
Los plazos legales, en general, se computan por días enteros y empiezan a correr desde las cero horas. El “poder” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner “expira”, según palabras textuales de la Constitución, cuando empieza el 10 de diciembre. En ese momento comienza el del gobernante electo, Mauricio Macri. Hasta entonces, se recorre la transición. Las normas delinean un trazado sencillo, blanco y negro.
Las fronteras políticas son más enrevesadas e imprecisas que las legales. El poder de Cristina rige hasta el último momento: ella quiso y pudo sostenerlo sin ser un pato rengo. Pero, por otra parte, el presidente entrante ya produce actos y consecuencias como tal: las visitas a sus pares brasileña Dilma Rousseff y chilena Michelle Bachelet son un ejemplo clavado y lógico. Es el comienzo, convencional, de la nueva política exterior que reconoce las relaciones con los países vecinos y hermanos aunque aspira a cambiar de paradigma. Es, se diga o no, un trance de cogobierno.
Más turbio y peligroso es el cogobierno económico que Cambiemos ejercita- anticipa con desaprensión. La realidad diseña una zona gris, muy teñida por la tonalidad blue del dólar ilegal. Los anuncios anticipados sobre devaluación y baja o supresión de las retenciones han impactado en la conducta de los “formadores de precios” desatando prematuramente la inflación que suele seguir a esas medidas. La causalidad es reconocida por economistas de todo pelaje. Los medios dominantes cobijan a Macri pero no tanto como para desconocer ese hecho. Periodistas y editores de Clarín y La Nación anticipan una potencial estampida inflacionaria, ya lanzada. Ayer mismo, en el diario del multimedios un editor informa (por boca de terceros) que un dólar de 15 pesos detonaría una inflación del 15 al 25 por ciento en alimentos. Inmediata, se entiende.
Los mismos medios deslizan que Macri estaría enojado con el ministro de Hacienda y Finanzas Alfonso Prat-Gay por haber preanunciado la movida. Otros desplazan la bronca a otros estratos del gabinete: la bronca sería de Prat Gay contra el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca Ricardo Buryaile por haberse desbocado antes de tiempo.
Solitariamente, Prat-Gay adujo que la suba estridente del dólar no generaría contraindicaciones porque éstas ya ocurrieron. Queda por verse si experimentará su teoría, en qué proporción y cuáles serán las secuelas.
Otra jugada de gestión, menos subrayada, fue la comunicación entre Prat-Gay y el titular del Departamento del Tesoro Jacob Joseph Lew: “Alfonso” le anunció a “Jack” sus primeras medidas, que todavía no conoce la ciudadanía argentina. El orden de esos factores sí que altera el producto. El andar del tiempo dirá si fue un veloz gesto de sumisión o un pedido de permiso. La política exterior, se supone debe recorrer otros carriles, como los que transitó visiblemente Macri... el primer indicio de la diplomacia paralela es digno de mención.
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Transiciones eran las de antes: La cultura política cotidiana argentina es confrontativa, virulenta, escasean los buenos modales. Nada de eso se removerá de un día para el otro si es que mejora alguna vez.
Es exótico esperar que la relación entre Cristina Kirchner y Mauricio Macri recorra el mismo protocolo que la de Bachelet con el ex presidente chileno Sebastián Piñera. El ministro de Cultura designado por “Mauricio” ha insultado a los kirchneristas, ha afrentado la memoria del fallecido presidente Néstor Kirchner... ésas son referencias tangibles del ala “soft” del oficialismo que llega. Quienes tildaron a Cristina de “yegua”, “bipolar”, “enferma de poder”, quienes la describieron como un vegetal, se indignan por una ida y vuelta de polémicas secundarias sobre la entrega de los atributos presidenciales. Es una controversia efímera que cesará el mismo 10 de diciembre.
Más relevante es que la transmisión de mando se realiza en tiempo y forma, en la fecha pautada desde hace años. El peronismo, según la leyenda urbana, “no puede perder” por tres puntos porque está genéticamente predispuesto a hacer trampa, como los popes de la AFA. Hete aquí que perdió por menos de tres puntos y reconoció prestamente el resultado, a diferencia de lo que hicieron los republicanos de Cambiemos en Salta, Santa Fe, Córdoba, Tucumán y Santa Cruz.
Las reuniones entre ministros de ambos sectores suelen ser descriptas con la palabra “cordial” desde las dos tolderías. Es un vocablo más que pasable en la cultura política. Se dialoga, se abren las puertas, se intercambia información... dentro de lo posible. Sería más que ingenuo pensar que se muestran todas las barajas o se explicita todo lo que se piensa. Pero los modales y el estilo son sistémicos y democráticos aunque sea “periodísticamente incorrecto” reconocerlo.
La última sesión del Senado fue más llamativa. Ese cuerpo, conservador en tendencia y limitadamente pluralista, gusta alardear sobre su empaque y modales. Legisladores de todas las bancadas se despidieron de los salientes. Varios opositores hasta alabaron al vicepresidente Amado Boudou, a quien le habían pedido que se apartara de la Cámara. Hay un dejo de sobreactuación en las salutaciones pero, para no ser pesimistas del todo, también un registro de que en los cuerpos colegiados coexisten los diferentes y las relaciones van desde el enfrentamiento hasta la cooperación.
La dirigencia de PRO, un partido nacido en el siglo XXI y sin antecedentes en el gobierno nacional, podría fingir demencia y alegar desconocimiento del pasado reciente. Los correligionarios radicales que se alarman por la transición caótica deberían cotejarla con la de 1989: hiperinflación, saqueos, entrega anticipada del poder y renuncia por seis meses a ejercer control parlamentario al gobierno del ex presidente Carlos Menem. Esa fue la génesis, compartida aunque de modo culposo y esquivo, de las arrasadoras leyes de Reforma del Estado y de Emergencia Económica que desmantelaron mucho de lo que quedaba del estado benefactor.
Del 2001 casi sobra hablar: el presidente fugado, estado de sitio, matanzas en la Plaza de Mayo y en varias provincias, protesta social, desempleo machazo, corralito y la más vasta cantidad de cuasi monedas de Occidente.
La administración macrista, es de libro, necesita cargar las tintas sobre “la pesada herencia”. Le conviene para acolchonar responsabilidades futuras.
La restricción externa es un dato gravitante indudable, tanto como la inflación elevada y la persistencia de un porcentaje doloroso de trabajo informal. En el otro platillo de la balanza: bajo nivel de desempleo, jubilaciones universales, esquema extendido de protección social sustentado en derechos universales, paritarias anuales libres y en alza, extensión de derechos culturales, de género y sociales.
Y además, una sociedad encalmada, sin conflictos tremendos. “La política” vocifera, mientras la gente del común afronta la vida diaria con menos estridencia y furor. Quizás haya ahí una referencia sociológica distinta a los discursos políticos más convocantes. Ni hay una politización unánime, activa y militante como leyó el kirchnerismo, exagerando el peso y el número del vivaz activismo que convocó. Ni hay una furia opositora que quiere arrasar con todo el legado, como suponen tantos opineitors a la violeta, republicanos hasta ayer. Su pasaje de la oposición al oficialismo les quitó esa pátina: ahora se solazan con los gestos patoteros del juez federal Claudio Bonadio o quieren derrocar por decreto a la procuradora Alejandra Gils Carbó, desconociendo las reglas que rigen su estabilidad, no absoluta (ningún derecho lo es)... pero que no depende del puro capricho presidencial.
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Charlas cordiales: Se guardó bastante reserva sobre los paliques entre ministros que llegan y parten. Algunas confidencias indican factores comunes, tanto como diferencias según los protagonistas. En trazos gruesos hay funcionarios macristas que tienen experiencia de gobierno, conocen el terreno. Los dos ministros Bullrich (Esteban y Patricia), sin ir más lejos. El titular de Educación conoce el Palacio Sarmiento, asistió a cónclaves del Consejo Federal, negoció paritarias docentes, conoce el paño.
El jefe de Gabinete Marcos Peña es otro ejemplo.
Otras figuras llegan a más poncho. La ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, desconocía la mera existencia del programa Argentina Trabaja, que contiene a cientos de miles de cooperativistas. Se anotició de la novedad casi concomitantemente con el encuentro con Alicia Kirchner, que deja su cartera para ser gobernadora de Santa Cruz.
La mayoría de los funcionarios que llegan les pidieron a sus antecesores que transmitieran a “la gente” que no habrá cesantías o despidos masivos, por ahora.
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CEO o no CEO, ésa es la cuestión: Los protagonistas con rodaje político distan de ser la marca más característica del gabinete de Macri. El fenómeno político y sociológico más marcado es la proliferación de gerentes o CEO de grandes empresas, muchas de ellas multinacionales extranjeras. Una nueva elite accede al poder político. El discurso macrista considera a su pasado y presente pura virtud: saben administrar, tomar decisiones, son exitosos. Hay, incluso, algo de misional o sacrificial en su paso al sector público. Un criterio vulgar los exime de sospechas preventivas: si ya son millonarios, si ya “la hicieron” no tendrán tentaciones económicas. Es una visión ingenua al mango: si algo caracteriza a los poderosos es ser insaciables. “Estar hechos” es un criterio de personas modestas, en todo sentido.
La gestión será una novedad y una prueba de fuego para una elite emergente: gentes de PRO educados en colegios y universidades privadas, formados en grandes corporaciones
Quienes creen (o creemos) en la persistencia de las ideologías y la vigencia de los intereses de clase no tienen por qué compartir el optimismo. Una visión del mundo emparenta al nuevo conjunto de funcionarios, un grupo homogéneo de derecha que jamás accedió tan en tropel a un gobierno democrático.
Forma parte de los impresionantes cambios que acunó el pronunciamiento popular. Claro que “la gente” o la mayoría no se expidieron sobre los CV del elenco de Macri. El voto no es tan preciso pero sí se optó por un mandatario que no ocultó para nada su extracción de clase, su condición de heredero, de porteño acaudalado. La experiencia no es, entonces, ilegítima pero sí rotunda y temible. Nadie sospechado de representar sectores populares entorna a Macri. Los resultados se verán andando.
El fenómeno, como tantos otros, expresa una tendencia internacional. Un libro recién publicado, “La gran bifurcación” de Gérard Duménil y Dominique Lévy, reseña la emergencia de esa nueva cantera de decisores en otras latitudes.
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El péndulo y los límites: Bachelet acentuó un perfil reformista, Dilma se desplazó a derecha los traslados no les bastan para sostener popularidad y su gobernabilidad está en riesgo. Las elecciones de hoy en Venezuela se desarrollan en un clima tenso y pronóstico reservado. El péndulo se ha desplazado, en el vecindario. En Argentina, el giro de momento es mayor: incluye una victoria electoral sin precedentes de la derecha.
La transición es un limbo, breve en este caso. Sus sensaciones o debates cesarán como un espejismo pronto: antes de que amanezca el jueves. Macri gobernará desde entonces, dispondrá de una cuota importante de poder y de iniciativa. Su equipo económico es homogéneo, sin fisuras ideológicas ni culturales. Serán impropias, todo lo indica, expresiones arcaicas como “el retorno a los noventa” o “el estado ausente”. Un estado activo intervendrá en los conflictos laborales, el alineamiento internacional, la distribución del ingreso.
En una semana o un cachito más, se intentará alumbrar otra Argentina. El gobierno entrante no tendrá un cheque en blanco, como reza el lugar común. Topará con límites sociales, institucionales, de contexto. De cualquier forma, llevará las blancas, mueve primero y domina el tablero. Hereda un Estado con herramientas poderosas, desendeudado. Y topa con una sociedad habituada al consumo, a la estabilidad y al ejercicio constante de la protesta social. Macri prometió conservar todo lo adquirido y sumar. Habrá que ver si consigue honrar esa palabra con un programa que incluye “mejorar la competitividad” y “reducir el costo laboral” como banderas fundacionales.
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