EL PAíS
“Que se vayan todos” saltó de las cacerolas al debate político
Periodistas, políticos e intelectuales convocados por la Fundación Jean Jaurès discutieron durante dos días las causas de la crisis argentina. Una polémica que provoca irritación.
› Por Luis Bruschtein
”No están todos los que tendrían que estar y hay algunos que no tendrían que estar”, dijo Alfredo Ferrari Echeverry. “No es una consigna maximalista, no se puede pensar que los piqueteros o las asambleas son estúpidos”, reaccionó Héctor Timerman. Por su parte, Artemio López subrayó que era “evidente que desde 1983 hasta ahora, la gente busca formas de cambiar los sistemas de representación política, porque no se siente representada por el que existe”. El disparador de la polémica fue la consigna “Que se vayan todos” y la convocatoria fue realizada por la Fundación Jean Jaurès bajo el título general de “Argentina: las nuevas reglas de juego”. La apertura del seminario estuvo a cargo del embajador de Francia, Paul Dijoud.
El seminario sesionó ayer y hoy en el hotel Crillon con diez mesas sobre la crisis argentina, sus causas y posibles salidas. El embajador Dijoud, al abrir los debates señaló que su país estaba dispuesto a difundir en el plano internacional la profundidad de la crisis argentina y la complejidad de sus problemas para lograr que la ayuda no llegue demasiado tarde. La fundación Jean Jaurès, ligada al Partido Socialista francés convocó a periodistas, intelectuales, economistas y políticos del espectro progresista: radicales, frepasistas, socialistas, del ARI, justicialistas e independientes, para reflexionar sobre la nueva realidad argentina. No hubo demasiadas diferencias con respecto al diagnóstico económico y la crítica al modelo neoliberal aunque la lectura de la crisis política, centrada en la consigna de caceroleros y piqueteros generó la polémica.
“Yo creo que el verdadero responsable de esta crisis fueron el establishment económico, la Fundación Mediterránea, el CEMA y FIEL -expresó Eduardo Conessa–, lo mismo que en la dictadura militar, y ahora los políticos van a ser juzgados, como antes lo fueron los militares, pero ningún empresario va a ir a los tribunales”. Esta analogía con la dictadura fue retomada por Gustavo Carvallo: “Falta que los políticos se autodepuren, porque de lo contrario se pone de manifiesto una reacción corporativa, como hicieron los militares durante los juicios a los represores, no se autodepuraron y la gente los juzgó a todos en bloque”.
Julio Bárbaro criticó fuertemente la incapacidad del juego político para hacer frente a lobbies y presiones del poder económico, pero juzgó que la consigna “Que se vayan todos” generalizaba tanto que mostraba desconocimiento. “Cuando alguien dice ‘que se vayan todos’ desconoce la realidad, porque no todos somos iguales, aunque es cierto que los políticos tienen una gran dificultad cuando deben explicar esas diferencias a la gente. Hay que hacer una profunda autocrítica para salvar a la política, que no es lo mismo que salvar a los partidos”. Sin embargo, Ricardo Alfonsín apuntó que si bien los partidos deberán cambiar, no existe otra forma de hacer política en democracia”.
El diputado de la UCR, Jesús Rodríguez, coincidió en la necesidad de la autocrítica y puntualizó que como miembro de uno de los partidos que venía de fracasar en la gestión de gobierno, su responsabilidad pasaba por lograr que el de Eduardo Duhalde fuera verdaderamente de transición. “Creo que esta realidad no soporta otra Asamblea Legislativa para elegir a otro presidente, y menos veo la posibilidad de una elección en el corto plazo. La legitimidad de este gobierno está dada por la Asamblea y es allí donde tiene que encontrar su apoyo para evitar presiones de grupos económicos y hasta de los mismos gobernadores. Creo que tiene que haber un acuerdo sobre dos o tres puntos esenciales que garanticen la contención social y sienten las bases para el desarrollo económico a más largo plazo”.
La diputada Laura Musa, del ARI, disintió con Rodríguez y señaló que no veía inconvenientes para una elección y que esos argumentos parecían más el intento de los viejos partidos para ganar tiempo. “Los progresistas que hemos militado en los viejos partidos, en el justicialismo y el radicalismo, fuimos de alguna manera cómplices de sus decisiones y dudo dela potencialidad que tengan para cambiar. Tengo la confianza de que surgirán nuevas fuerzas políticas”.
En varias de las intervenciones se señaló que la reacción contra los políticos era similar al racismo, de tan generalizadora. El periodista Héctor Timerman justificó, en cambio, las críticas. “Es lógico que la gente esté enojada, porque no votó a Pérez Companc o a un grupo económico, la gente votó a políticos. Yo voté a la Alianza para que cambiaran las cosas y me defraudó porque no supo afrontar las presiones de esos grupos.” Timerman había destacado que detrás de consignas como “Que se vayan todos” o “La sangre derramada no será negociada”, en otros tiempos, había significados que exceden a la interpretación literal. “Los piqueteros, la gente de las asambleas, los caceroleros, plantean esa consigna como una forma de romper el pacto de silencio, si se quiere corporativo, entre los políticos. Hay gente que admiro mucho en el Congreso, que no es corrupta, pero nadie sabe nada de casos de corrupción que todo el mundo sabe. Creo que la gente se hartó de eso y ante el cambio de la realidad quiere nuevas formas de hacer política.”
La psicoanalista Eva Giberti tomó las dos consignas que mencionó Timerman y se preguntó si los políticos percibían que “para un universo de personas, ellos son vistos como sus victimarios”. Hubo también una polémica entre la periodista Norma Morandini y Ferrari Echeverry, quien había dicho que la consigna era incompleta porque no incluía a intelectuales y periodistas, como Bernardo Neustadt, Mariano Grondona y Joaquín Morales Solá que eran corresponsables de la instalación de una cultura política. Morandini subrayó que Neustadt no era periodista sino lobbista.
Finalmente, el encuestador Artemio López indicó que “este país tiene poco que ver con el formato que tenía hasta los ‘70, lo dieron vuelta como una media, desde el punto de vista económico y de su composición social y por lo tanto, necesariamente deberá cambiar sus formas de representación política, que es lo que está contenido en la consigna. No es una convocatoria al caos sino la expresión de algo que ha sido muy obvio en las elecciones de los últimos años, donde el ausentismo electoral, pasó del tres por ciento en los ‘80, al 25 por ciento en las últimas elecciones, al que hay que sumar el voto anulado y el voto en blanco”.