EL PAíS
› OPINION
Comunicación y seguridad
› Por Washington Uranga
Veinte años de democracia y apenas dos años de los sucesos de diciembre del 2001 no alcanzan todavía para terminar de discernir, a partir de la pluralidad de voces y actores, qué tipo de ciudadanía efectiva queremos, partiendo de la base de que nada se agota en el acto eleccionario, sino qué ciudadanía supone formas de relacionamiento de los ciudadanos con el Estado y entre los ciudadanos entre sí, a partir del reconocimiento y la valoración de la diferencia.
La ciudadanía es una condición permanente para ser ejercida en todo momento, incluyendo el acto eleccionario. Pero es evidente que –desarrollo tecnológico mediante– los medios de comunicación se han transformado en una herramienta y en un espacio –ambas cosas simultáneamente– fundamental para la democracia y para el ejercicio de la ciudadanía. Lamentablemente también el poder mercantilista se ha apoderado del sistema de medios, instalándose en muchos de los casos como el único y excluyente criterio. Sólo desde allí se puede entender que una problemática de tal gravedad como la falta de seguridad se transforme en argumento de escándalo para los medios, cuando en realidad la función social que deben cumplir los obliga a develarnos y a dar transparencia a lo que está oculto para que todo ello se transforme en insumo para la discusión, como temática de todos que merece el mayor respeto y prudencia en el marco de la discusión pública.
Más allá del carácter de la propiedad, los medios de comunicación son públicos por definición y como tales deben cumplir una función social que es indiscutible. El escenario de la comunicación es conceptualmente –y tiene que ser construido prácticamente– un ámbito de información y exposición de las diferentes posturas sobre todos aquellos temas centrales para los ciudadanos.
El objetivo de ese ámbito, entendido como espacio público, no es el consenso. Por el contrario, debería ser la forma más sana de recuperar el conflicto –de ideas y opiniones– como parte esencial de un proceso de construcción colectiva. Para ello es imprescindible que el escenario de los medios sea amplio y plural, no sólo por los diferentes alineamientos de intereses y político-ideológicos de cada uno de los propietarios, sino porque en el interior de cada uno de los medios se garantice el acceso libre y plural a los actores y a las opiniones. Lamentablemente aunque en muchos ámbitos se declama transparencia, éste un debate postergado y oculto en la sociedad argentina actual. Es preocupante, porque en esto también va la suerte de la democracia.