EL PAíS › OPINION
› Por Edgardo Mocca
El plan político de los grandes grupos de poder económico tiene unas cuantas ventajas estratégicas y un gran problema no resuelto. A su favor, no tienen un gobierno al cual presionar sino que el gobierno es propio y, además, por primera vez en nuestra historia, lo consiguieron respetando el orden constitucional. Macri recibe la mirada y la palabra generosa del establishment global, eufórico como está por el inesperado giro favorable de los acontecimientos en el país. De los medios de comunicación no hace falta hablar porque son parte y a la vez voceros de esos grupos poderosos: súbitamente el país ha entrado, según su relato, en una época de normalidad, paz y consenso social solamente alterado por residuos activos del régimen depuesto (por el ballottage). Buena parte de la población mantiene una expectativa política favorable al nuevo gobierno.
Tiene, sin embargo, un problema. El esquema político orientado a la recuperación plena del timón político del país por parte de los grupos del poder permanente incluía como núcleo central la emergencia de una crisis múltiple que envolviera en un caos la gestión de Cristina Kirchner. La escena necesitaba descontrol económico, desorden callejero y rápida fuga de los apoyos políticos de Cristina. Era una necesidad en un doble sentido: el caos habilita un rápido viraje en toda la línea, del “dirigismo estatal” hacia la “libertad de mercado”. Es decir, le da viabilidad social y política a la terapia de choque, al ajuste, al vertiginoso viaje de miles de millones de dólares de unos bolsillos a otros. Claro está, desde los de los trabajadores hasta los de los más ricos entre los ricos. Pero había también una razón estratégica que dictaba la necesidad de esa escena caótica: la posibilidad de la creación de un “Nunca Más”, en este caso dirigido no a la dictadura sino a cualquier futura aventura “populista y autoritaria”. Había que crear en la memoria colectiva una imagen que tardara muchos años en borrarse sobre cómo es el fin de los intentos de ir en la Argentina contra la corriente mundial del neoliberalismo. Una mezcla de hiperinflación de 1989 y corralito de 2001 pero que en este caso hubiera sido el desenlace de un gobierno cuya brújula contradecía sistemáticamente al bloque de poder. El “Nunca Más” era no solamente fuente de legitimidad inmediata para un gobierno de los mercados sino también proveedor de tiempo político, en la medida que daría a los restauradores neoliberales fortalezas más duraderas, bajo la forma del chantaje y la apelación a la memoria de un proceso muy traumático.
Nada de eso ocurrió en la realidad aunque sí en la apasionada ensoñación de los periodistas y analistas independientes. Siempre estuvimos al acecho de una crisis, de un cisne negro, de un colapso según sus desinteresados análisis que combinaban descripción y deseo con un cada vez mayor deslizamiento hacia este último. Claro, no hubo crisis pero la presión del diagnóstico del caos final no dejó de perturbar el clima político y de erosionar las bases sociales del proyecto en el gobierno. Ahora dicen que la crisis nunca terminó de estallar, pero tampoco dejó nunca de ser inevitable. En consecuencia ahora actúan ante una crisis que no se dio pero que se iba a dar en algún momento. Es un argumento débil, se dirá, pero es el que queda en pie en la realidad tal como se dio, con una presidenta que gobernó hasta el último día (un día que fue recortado, eso sí, por la desopilante intervención judicial) y fue despedida por centenares de miles de personas reunidas para saludarla y agradecerle. Así la crisis que nadie vio fundamenta hoy la política del gobierno: el país no podía vivir con tantos trabajadores estatales (ñoquis para colmo la mayoría de ellos), con tanto desorden en la calle. No podía vivir con este tipo de cambio, con esta persecución contra la propiedad como con las retenciones agrícolas y mineras, por ejemplo. Ni podía vivir con subsidios a las tarifas ni con convenciones colectivas sin techo. Tampoco aislado del “mundo” de los grandes grupos financieros. Tarde o temprano iba a estallar; en consecuencia actúan ahora como si hubiera estallado: despiden, devalúan, reprimen, dan un tarifazo en los servicios, abren otra vez el grifo del endeudamiento especulativo.
El choque contra una crisis imaginaria es el repuesto por la ausencia de una crisis real. La discusión sobre los problemas que efectivamente tenían la economía, la sociedad y la política argentina es una cuestión distinta; no estamos debatiendo cómo estábamos antes sino intentando analizar qué es lo que está ocurriendo ahora. Y lo que está ocurriendo ahora es que se trabaja en la construcción de una memoria trágica de los gobiernos kirchneristas sin el recurso de un final caótico. Para reemplazar esa carencia hay que escribir un libro negro del kirchnerismo. Las páginas centrales de ese libro no estarán dedicadas a la economía; no podrían estarlo porque tarde o temprano cada trabajador va a hacer los cálculos económicos sobre cómo estaba antes y como está ahora, en términos de calidad de vida, y no será fácil presentar al macrismo en ese contexto. Las páginas centrales serán dedicadas al relato de la corrupción. En este capítulo no predominarán las pruebas ni el estado de las actuaciones judiciales sino el espectáculo de las imágenes recortadas, las opiniones rápidas, los zócalos precisos y eficaces. En última instancia no se va en busca de probar nada sino de producir un ruido fenomenal capaz de erosionar la imagen y de reconfigurar la memoria de lo vivido en los últimos años. Finalmente, reconocería más de uno, no hay una memoria única, no hay hechos sino interpretaciones... Y así.
Esta semana ha sido una semana agitada para Cristina: el fiscal Sáenz “dictaminó” que Nisman fue asesinado, un ex presidente lanzó inocentemente al aire una “impresión” según la cual habría asesinado a su marido y ex presidente de la república, Néstor Kirchner, y ha sido convocada a indagatoria por el juez Claudio Bonadio, a causa de una decisión del Banco Central tomada bajo su gobierno en ejercicio legal de sus atribuciones. Hay que detenerse un poco en el caso Nisman: que lo hayan asesinado no significa textualmente que se la acuse a la ex presidenta; pero deben ser muy pocos los que no crean que ambas expresiones equivalen, que quienes impulsan la teoría del asesinato lo hacen porque creen o dicen creer o quieren creer que el responsable del crimen es el anterior gobierno. La construcción del nuevo “Nunca Más” ha dado un salto en calidad en estas horas, se ha concentrado en Cristina. No ha de faltar odio personal en esta escalada, pero eso no tiene mayor importancia política; de lo que se trata es de apurar lo que el esta- blishment considera el combate decisivo de esta etapa política, aquel en el que se juega la destrucción del mito kirchnerista, o el virus kirchnerista. Es una necesidad estratégica para la consolidación del giro neoliberal; hacía falta el caos para destruirlo y hoy hay que hacerlo sin el caos. Ya se había abierto otro de los capítulos de este combate, el de la interna del Partido Justicialista: era y sigue siendo crucial para Macri y su política de choque la posibilidad de contar con una mayoría parlamentaria amiga de sus “reformas económicas”. No habilitan esa mayoría los recuentos formales de diputados y senadores; lo formal del cálculo es que presupone la lealtad de los representantes al mandato popular que los puso en el lugar. Pero eso no existe. Y podemos lamentarnos mucho de que no exista –o gozarlo cuando su inexistencia nos favorece– pero eso no cambia la realidad. La realidad es que los bloques elegidos en la boleta del Frente para la Victoria no aseguran la unidad de sus votos en asuntos cruciales para el futuro del país, tales como la Corte Suprema, la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la apertura de la Ley Cerrojo para habilitar la capitulación ante los sectores más mafiosos del capital financiero mundial. Y la operación macrista tiene una doble dirección: la de obtener mayorías parlamentarias en tiempos rápidos para la terapia de choque y la de erosionar al kirchnerismo con vistas a su aislamiento y su destino de irrelevancia. Así lo exige el “Nunca Más”.
La operación cuenta con armas poderosas, la primera de las cuales es la extraordinaria fuerza mediática de un discurso que en estos días es casi el único que circula. También opera a su favor el pragmatismo de la política, el que cree que pragmático es lo que paga hoy o el que está seguro de que siempre se está mejor cerca del calor de los poderosos. También la opinión social guarda la inercia de la buena disposición y la expectativa propia de todo comienzo. Pero no será fácil el camino. El problema principal es que la operación no se desarrolla en el vacío, sino que forma un único cuadro con el proceso de brutal transferencia de recursos hacia los más ricos que está en marcha. En el mismo cuadro están los despidos, la devaluación, el precio de la energía, los alquileres, la escuela. Con un aditamento: no es solamente malestar por las pérdidas y retrocesos sino también el inevitable efecto de la comparación entre lo que hemos vivido y lo que estamos viviendo.
A diferencia de otras etapas hoy el neoliberalismo no tiene solamente un adversario ideal o imaginario. Es decir, no tiene frente a sí a una plataforma partidaria o social, o esfuerzos intelectuales por diseñar un mundo alternativo al neoliberalismo. Hay además una experiencia recorrida, la que puso en marcha todo lo que hoy se está erradicando, desde la negociación soberana de la deuda hasta las políticas económicas de impulso del consumo popular como clave de la actividad; desde las posiciones internacionales soberanas, integradoras y activistas de la paz y la lucha contra el colonialismo hasta el esclarecimiento y castigo de los crímenes del terrorismo de Estado. Llena de limitaciones y de pasos equivocados como estuvo y está, esa experiencia señala un rumbo alternativo posible y viable. En la continuidad de esa experiencia en términos de organización, comunicación y acción política está la clave para los próximos acontecimientos.
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