EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
A Francisco se lo ha denominado “el Papa de los gestos”. No porque sus palabras carezcan de peso o no tengan profundidad. Todo lo contrario. Desde que asumió el pontificado Jorge Bergoglio ha sido cada vez más claro en sus manifestaciones, tanto sobre los asuntos estrictamente eclesiales como cuando decide hablar sobre la realidad social, especialmente sobre los pobres y excluidos, o sobre su preocupación por la paz en el mundo, las migraciones o los temas de medio ambiente. Pero es imposible comprender a Francisco papa sin leer también el mensaje de sus gestos cargados siempre de significados.
No es válido periodísticamente y tampoco sería justo con los protagonistas hacer una lectura libre –alguno podría decir también tendenciosa o antojadiza– de lo ocurrido en la mañana del sábado en el Palacio Apostólico del Vaticano cuando el Papa recibió al presidente Mauricio Macri. Sin embargo, teniendo esta limitación a la vista y a la luz de los antecedentes inmediatos, pueden aventurarse algunas interpretaciones.
La canciller Susana Malcorra había adelantado el carácter “protocolar” de la relación entre Francisco y Macri, dejando de lado todo aquello que no se inscriba en la formalidad de la relación institucional entre los jefes de Estado del Vaticano y de la Argentina. Al acoger a Macri, el papa Bergoglio decidió ajustarse a esa misma regla de juego. El Presidente recibió el mismo trato protocolar que se le dispensa a cualquier Jefe de Estado, casi no hubo sonrisas, la duración del encuentro estuvo dentro de los límites formales y el Papa no invitó a Macri a “su casa” (Santa Marta) sino que le dio una audiencia en “la oficina” (el Palacio Apostólico). Todo lo contrario de lo que ocurrió en su momento con Cristina Fernández en las dos veces que estuvo en Roma, ocasiones en las que las entrevistas se extendieron, no faltó la cordialidad, hubo sonrisas y hasta bromas entre ambos interlocutores. Y el Papa recibió a Cristina en su casa.
Bergoglio sigue de cerca la realidad argentina. No hará manifestaciones públicas por dos motivos: su condición de jefe de Estado del Vaticano y su decisión de no interferir en la realidad política y social argentina. Pero no deja de preocuparse por la situación que se vive en su país. Lo conversa con las personas de mayor confianza, particularmente con los argentinos que lo visitan. Y habla por los gestos, como el envío del rosario bendecido a Milagro Sala.
El Gobierno lee la situación de manera similar. Sabe que no hay sintonía con la mirada política del Papa, ni en lo nacional ni en lo internacional. Designó a Rogelio Pfirter, un diplomático de carrera, en la embajada en la Santa Sede. Todo dentro de la formalidad institucional. Pero Macri necesitaba, como Presidente, una foto con el papa. Bergoglio no podía negarla, como tampoco lo hace con ninguno de los jefes de Estado con los que el Vaticano mantiene relaciones. La foto llegó. Pero Francisco no abandonó en ningún momento el gesto adusto aunque sin dejar de lado la ceremonial gentileza. Los medios y los periodistas cercanos al Gobierno son los primeros en reconocerlo.
“Hablamos de la gran preocupación por unir a los argentinos, de dejar atrás los rencores, de la importancia de que los argentinos depongamos posiciones extremas, y también del narcotráfico y el daño que le ha hecho a la Argentina”, relató el Presidente tras el encuentro tratando de llevar agua para su molino. “Durante el transcurso de los cordiales coloquios, que manifiestan el buen estado de las relaciones bilaterales entre la Santa Sede y la República Argentina, han sido abordados temas de mutuo interés, tales como la ayuda al desarrollo integral, el respeto a los derechos humanos, la lucha a la pobreza y al narcotráfico, la justicia, la paz y la reconciliación social”, se puede leer en el comunicado de la Santa Sede tras el encuentro.
Con el correr de los días seguramente trascenderán algunos detalles del diálogo privado. Pero es evidente que la sintonía entre Roma y Buenos Aires pasa hoy por la formalidad que, en términos diplomáticos, se define como “institucionalidad”. La circunstancia de que el Papa sea Francisco, un argentino, permite ver con más claridad la diferencia de perspectivas existentes. Francisco es un hombre que predica la misericordia y la práctica. Está abierto al diálogo, pero no abandona sus convicciones y no oculta su molestia cuando entiende que los pobres y los excluidos pueden resultar perjudicados. Y no tiene rencor pero sí memoria para recordar cuando no se lo atiende o se lo trata con poca consideración como ha hecho el macrismo en varias ocasiones. No habrá que esperar nunca manifestaciones altisonantes que perjudiquen la relación con el Gobierno. Pero será necesario seguir leyendo los gestos e interpretarlos. Ayer, en Roma, Bergoglio le confirmó a Macri que por el momento no tiene previsto visitar a la Argentina.
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