Mar 01.03.2016

EL PAíS  › OPINIóN

El impacto de las nuevas universidades

› Por Alberto Sileoni *

Resulta muy grosero transmitir la idea de que los organismos del Estado están integrados por un conjunto de irresponsables que no trabajan, “ñoquis” que viven del esfuerzo de la mayoría de la sociedad. Los que tuvimos el honor de trabajar muchos años en cualquiera de los niveles del Estado sabemos del empeño, responsabilidad y compromiso de sus mujeres y hombres. Describir a esos trabajadores como un grupo de vagos es una afirmación ideológica que atrasa y ofende. Por el contrario, aseguran, el ámbito privado es un ejemplo de eficiencia, puntualidad, ansias de progreso y esmero. Prejuicios oscuros, interpretaciones simplistas, cuya intencionalidad es profundizar una representación negativa.

El Estado argentino que hemos construido en los últimos años de gobierno es más generoso, es más sólido y si tiene más agentes es porque ha sumado mayores competencias y brinda más respuestas. Dejó de ser aquel Estado amarrete, mínimo y atlético, el de la indolencia y el abandono de los más necesitados. Por supuesto que hay problemas que será necesario solucionar, para que siga consolidándose y mejorando, porque muchos pensamos que es una institución imprescindible, que siempre será resguardo para los más sencillos.

Esa crítica vacía e intencionada es similar a la que se realiza respecto de las universidades públicas, sobre todo las nuevas, con la evidente intención de menoscabar una de las políticas educativas más importantes realizadas por los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Se trata de imponer una sombra de duda sobre las acciones, la utilización de sus presupuestos, y los convenios suscriptos con diversos organismos públicos o privados. Creemos que la administración de lo público debe estar sujeta a un riguroso escrutinio de la sociedad: auditar, analizar, ordenar, completar lo que falta, son tareas que todo gobierno debe realizar. También lo hicimos cuando debimos gobernar.

Pero no es ese el punto. La verdadera intención es discutir la conveniencia de haber creado “esas” universidades, en “esos” lugares, para “esas” poblaciones. Con un desdén que aunque reiterado no deja de sorprender, se sugiere que las nuevas universidades del conurbano bonaerense son una sumatoria de irregularidades, una fuente de despilfarro, el gasto innecesario de un Estado insensato. Parece que existe un modelo jerárquico implícito, según el cuál sólo en algunos lugares y para algunos sectores, correspondería el desarrollo del quehacer universitario pleno. Esas expresiones, además de menosprecio, exponen la profunda ignorancia de aquellos que las formulan.

Las universidades creadas en los últimos años, al igual que el resto, responden a la política de brindar oportunidades a miles de jóvenes, que no habrían accedido a esas instituciones si no estuvieran ubicadas donde están. Han incorporado a miles de estudiantes, de los cuales más del 90 por ciento son primera generación de universitarios en sus familias y cerca del 70 por ciento son los primeros en sus familias en concluir el ciclo secundario. Es fácil advertir el impacto que tienen estos datos, no solo para cada biografía personal, sino respecto de la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.

Invitamos a los enunciadores de prejuicios a visitarlas, hablar con sus estudiantes y docentes, recorrer sus instalaciones, y analizar las nuevas carreras que ofrecen, en estrecha relación con la producción local y las necesidades territoriales y regionales, priorizando las posibilidades de inserción laboral de sus egresados.

También se han incorporado miles de estudiantes en los Centros Regionales de Educación Superior (CRES) y en nuevas sedes universitarias creadas en pequeñas poblaciones de todo el país. Solo un ejemplo conmovedor: la Universidad de Salta desarrolla la carrera de Enfermería en Santa Victoria Oeste, de donde han salido los primeros egresados. Es necesario destacar que estas nuevas universidades, los CRES y las nuevas sedes no han restado alumnos a las universidades ya existentes, cuya matrícula sigue creciendo año tras año. Para decirlo claro: son nuevas ofertas que posibilitaron incorporar a sectores sociales, para los cuales la universidad era una quimera.

La población universitaria ha crecido más de 33 por ciento en la última década, mucho más que el crecimiento poblacional del país; junto con Cuba somos el país de América que más alta cantidad de estudiantes universitarios tiene en relación con su población.

Por supuesto que ese incremento de matrícula debe acompañarse con mejoras en el egreso y en la calidad de los estudios impartidos. Pero estas mejoras, para las cuales hemos implementado políticas en curso, deben realizarse en la totalidad del sistema universitario, incluidas las instituciones privadas, las que tendrían que realizar un significativo esfuerzo para incorporar funciones como la investigación, en general ausente de sus propósitos institucionales.

Las universidades crecen al igual que el sistema educativo en su conjunto: más niños en el nivel inicial, más alumnos secundarios, más docentes que buscan en las universidades nuevas titulaciones; más producción de conocimiento científico social para nuestro desarrollo como pueblo y como Nación.

* Ex ministro de Educación de la Nación, docente universitario.

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